“El campo del intelectual es por definición la conciencia. Un intelectual que no comprende lo que pasa en su tiempo y en su país es una contradicción andante y el que comprendiendo, no actúa, tendrá un lugar en la antología del llanto, pero no en la historia viva de su tierra”, Rodolfo Walsh.
“He vuelto a escribir”, le dijo sonriente el escritor mientras apoyaba sobre la mesa de un bar de Chacarita los últimos borradores de Carta a las Juntas, legado histórico con el que cavaría su propia fosa ocho días más tarde, culminando con 50 años de existencia y una consagrada carrera. El recuerdo, que permanece en la memoria de Lila Pastoriza, su amiga y compañera del ANCLA- agencia de noticias que Walsh había fundado durante los últimos años de dictadura-, es citado por Eduardo Jozami en la biografía, “Rodolfo Walsh: la palabra y la acción”.
La confesión del autor de “Esa Mujer”, “Operación Masacre”, o “¿Quién mató a Rosendo?”, correspondía al entusiasmo de un militante que se sentía derrotado por la muerte de una hija seis meses atrás, y de un escritor que hace casi diez años no publicaba una novela de ficción. “Rodolfo tenía la intención de escribir una novela. Comenzó varias veces. Había escrito cuentos extraordinarios, pero él quería escribir una novela. Empezaba y se atrancaba. Entonces tuvo la idea de ir escribiendo cuentos sucesivos, que luego se enhebraban en una novela, con el personaje de Juan, como hilo conductor”, rememora muchos años después Horacio Verbitsky, periodista y colega, en un acto en homenaje al escritor en el ex ESMA.
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Ayer se cumplió un año de la asunción del gobierno de las Juntas Militares. Es 25 de marzo y Rodolfo Walsh camina por la calle. Se dirige al encuentro vestido con una camisa beige de mangas cortas, pantalones marrones, sombrero de paja y anteojos negros de marco grueso. En la mano lleva un portafolios y en la bragueta una Walther PPK calibre 22. Ese día su Fiat 600 no arrancó,al mediodía tuvo que tomarse un tren y un colectivo para llegar a su destino; la intersección de la Av San Juan y Av Entre Ríos. Allí había quedado con su compañero de militancia José María “Pepe” Salgado, quien había estado secuestrado por un grupo de tareas en el ESMA durante 10 días.
El encuentro había sido pactado con bastante anticipación. Hace unos días, muy cerca de alli, en la esquina de Humberto 1ero y Entre Ríos, había arrojado en las raíces de un árbol un atado de cigarrillos. Esa era la contraseña.
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Esa mañana había abordado el Roca rumbo a Constitución junto a su mujer Lilia Beatriz Ferreyra. Habían partido desde San Vicente, donde vivían hace tres meses, cuando habían tomado la decisión de abandonar el departamento ubicado en Palermo. Junto con la mudanza, llegó una nueva identidad: “Beto”, un profesor de inglés jubilado.
En el maletín tenía dos objetos de preciado valor: por un lado el boleto de compraventa de su casa a nombre de Norberto Pedro Freyre, y que Victoriano Matute le había entregado esa mañana; por otro, una carta que llevaba con él-y que al día siguiente sería publicada en las portadas de los diarios- con su nombre real. En esa instancia había optado por despojarse de todos sus restantes motes; no era Norberto Freyre,ni “Esteban” ni “Neurus”, los alias que utilizaba en la militancia.
Dos sucesos que marcaron la vida de Rodolfo Walsh y que atraviesan sus obrasRodolfo Walsh era descendiente de irlandeses, y por eso asistió entre 1937 y 1940 a varios colegios de pupilos dedicados a recibir a huérfanos e hijos de las familias más pobres de la colectividad. Luego de varios años y ya superada su infancia, Walsh recuerda su pasar en el Instituto Fahy, una de esas escuelas a las que el escritor asistió como alumno, en tres cuentos de la Serie de “Los Irlandeses”.Previo a su militancia, Rodolfo Walsh era un antiperonista que apoyó los bombardeos de 1955, donde su hermano Carlos Walsh, aviador naval, tuvo algún tipo de participación. De hecho, escribió dos artículos dedicados a aviadores muertos en actos rebeldes: “2 – 0 – 12 no vuelve” y “Aquí cerraron sus ojos”. |
En los últimos días sentía un entusiasmo particular, a pesar del contexto.
En septiembre del 76, un grupo de tareas había atrincherado a su hija mayor, Victoria, en la terraza de su casa en Villa Luro. “Ustedes no nos matan, nosotros elegimos morir”, pronunció y se disparó en la cabeza frente a un centenar de soldados. A su muerte, había antecedido otro episodio trágico: la caída en combate de su mejor amigo y colega, el periodista Francisco “Paco” Urondo en Mendoza.
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Pese a la nostalgia que acarreaban sus días, estaba contento por un motivo: ese sábado 26 había organizado un asado familiar para conocer a su nieto, el hijo de Patricia, que había nacido hace unas pocas semanas atrás. Además estaba tranquilo. Ya había terminado La Carta, documento que denunciaba todos los hechos atroces cometidos por la dictadura. Desde los secuestros, las torturas, los asesinatos, hasta las desapariciones, que hasta entonces rozaban las 15 mil. Por otro lado, ya había pasado en limpio “Juan se iba por el río”, un cuento que funcionaria como uno de los capítulos de su próxima novela.
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Llega a la intersección de Av. San Juan y Av. Entre Ríos. Allí no lo espera Pepe; sino un operativo con más de veinticinco personas para aprisionar a una sola. Posiblemente recuerde a Vicky, a Paco y a tantos otros que habían caído de la misma forma. En un acto de valentía, empuña el arma, y la respuesta de sus opresores es inmediata.
Su cuerpo acribillado es traslado a la ESMA. En el sitio de la Armada, también es despojado de sus memorias. Una copia de “Carta a las Juntas” ya fue enviada al Correo para que otros sepan que sucede en Argentina, pero la otra permanecerá, un tiempo más, oculta. En el portafolio, dan con la constancia de compraventa. Su casa en San Vicente es allanada, al igual que sucedió en el Delta. Todo lo que consideran valioso es llevado al sitio del horror: cartas, diarios, cuentos. Todo. Hasta hoy-al igual que su cuerpo- esos escritos permanecen desaparecidos.
El cuento “Nota al pie” publicado por el autor en 1967-y que pertenece a la recopilación de “Un kilo de oro”-, funciona como una alegoría sobre el destino del personaje principal( León)-y el propio Walsh.¿Qué sucede con lo que dejamos inconcluso? El periodista Horacio Verbitsky reconoció que en su colega predominaba la obsesión por el cuidado de las formas y el método, cualidades que Walsh refleja en su personaje (que se desempeña como traductor). |
El legado
De ese fatídico viernes, pasaron cinco años. Lilia viajó desde México- donde estaba exiliada- a España para encontrarse con Martin Grass, la última persona fuera de ese sistema represor que constató haber visto el cuerpo de Walsh.
“Escuché la descripción pausada, casi cuidadosa, de la imagen brutal de la muerte que vio en el sótano de la ESMA: el cuerpo acribillado de Rodolfo, con el pecho cortado por una diagonal de impactos, tirado en el cemento frío. Martín lo reconoció y se estremeció. Había visto otros muertos por las balas, pero nunca un cuerpo al que le hubieran disparado con tanto odio, quizá porque querían agarrarlo con vida y Rodolfo se resistió para impedirlo. ¿Y qué hicieron con él?, pregunté. No sabía; suponía que quizá lo hubiesen quemado, porque difícilmente preparaban un vuelo para tirar sólo un cuerpo al río. En estos casos, en la ESMA solían desaparecerlos con lo que ellos llamaban un “asadito”…
Su primera pregunta estaba resuelta, su marido efectivamente había muerto. Pero…¿qué había sucedido con todos los escritos que estaban en la casa de San Vicente?
“Sentí que después de casi cinco años desde su desaparición, aquella imagen de Rodolfo tecleando de noche o de día, escribiendo las historias, corrigiendo los textos que sólo yo había leído, porque eran los escritos inéditos que había ido acumulando en los años de clandestinidad, esa imagen tan nítida en mi memoria comenzaba otra vez a corporizar. No habían destruido esos papeles. Con ansiedad, intenté que Martín recordará qué otros textos había leído. Estaba la carpeta con sus memorias, los borradores de los cuentos El 27, El Aviador y la bomba, Ñancahuazú. Veía el esfuerzo en su cara y su mirada pedía disculpas.
Y entonces se esfuerza y apela a su memoria, para que Martín pudiera apelar a la suya. Recita el comienzo, y las frases que quedan flotando en el aire. La interrumpe: “Yo leí ese cuento; lo leí allí en la ESMA”.
Y lo reconstruyen en conjunto: “Sentado en un banquito frente al río, Juan recuerda su historia y la historia de su país», se lee en las hojas color ocre de Lilia. «Pero una tarde, el olor más fuerte que venía del río lo sacó de su ensimismamiento, las aguas se empezaban a retirar. Al día siguiente, se levantó de madrugada y vio cómo un pez boqueaba en la orilla, y al rato otro y muchos más. Luego, a la mañana, el lecho seco, que muestra restos de naufragios, cosas perdidas… Juan mira hacia la Colonia, del otro lado del río, a donde quiere llegar. Monta su caballo y empieza a cruzarlo. Arriba, los pájaros vuelan en redondo sobre los peces muertos. En el horizonte se hacen cada vez más nítidas las casitas blancas de la Colonia. Juan apura a su caballo; las patas empiezan a enterrarse en el fango. Las aguas retornan, el tranco es chapoteo. Cuando Juan es un punto en el horizonte el río empieza a crecer”
Memorias de Lilia Ferreyra en “Dos lectores”
Cuando Rodolfo terminó de leerle por primera vez el cuento a Lilia, ella le preguntó: “¿Pudo haber llegado?”. Rodolfo sonrió levantando las cejas como diciendo: “Quién sabe”.
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“Rodolfo había trocado el fusil de la guerra, por la máquina de escribir de la que brotaban sus cartas polémicas, inspiradas en las invectivas latinas. La conducción de Montoneros aceptó que firmara la Carta pero objetó el párrafo según el cual no era la represión, sino la miseria del pueblo, planificada por la política económica, la peor violación a los derechos humanos. Rodolfo desacató esa censura, inspirada en una exaltación romántica de la sangre…”
Cuando discutía políticas, señalaba la diferencia entre una vanguardia y una patrulla perdida. En la intimidad, arrojó con furia contra la pared un ejemplar de la revista Evita Montonera, donde autodenominados comandantes predicaban las retóricas consignas bélicas del jet set revolucionario internacional. Le parecían una burla a la gente que a duras penas conseguía sobrevivir. (…) Y cita las palabras del diario personal de Walsh: “Las cosas que quiero, Lilia, mis hijas, el trabajo oscuro que hago, los compañeros, el futuro, los que no obedecen, los que no se rinden, los que piensan y forjan y planean, los que actúan, el análisis claro, la revelación de lo escondido, el método cotidiano… La furia fría, los títulos brillantes de mañana, la alegría de todos, la alegría general que ha de venir un día, la gente abrazándose, la pareja en su amor, la esperanza insobornable, la sumersión en los otros…”. Cito en un homenaje a su amigo.“Esto es lo que logró Rodolfo” -reafirmó Verbitsky- “la sumersión en los otros”.
- En coautoría con Hernán Palau, Julieta Aichino y Juan Manuel Arienti