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    No es (sólo) el nombre

    Tiempo de lectura: 9 minutos

    Cien mil metros cuadrados, nueve plantas, tres subsuelos. Una obra arquitectónica restaurada e inaugurada a finales del año 2015 que combina espacios de vanguardia. No tiene un solo detalle librado al azar, aunque hay algo que sigue en disputa: su nombre y cómo debería ser recordado. Ubicado en el corazón de Buenos Aires, el Centro Cultural Kirchner (CCK) es un ícono de la cultura nacional que, tras su restauración en 2015, se ha convertido en un espacio de encuentro para miles de argentinos. Sin embargo, el reciente cambio de nombre a Palacio Libertad ha encendido una controversia sobre su identidad y legado.

    Esta discusión por la memoria no es nueva, y los monumentos, las calles, los edificios públicos son su expresión. Adolfo Suárez, quien gobernó 11 meses España en la transición del franquismo hacia la democracia, es el nombre del aeropuerto de Madrid. Enrico Berlinguer, un influyente político italiano y Secretario General del Partido Comunista, es el nombre de numerosos centros culturales, de bibliotecas, calles y parques en Italia. La tribuna José Batlle y Ordóñez del estadio Centenario de Montevideo lleva ese nombre en honor al expresidente de Uruguay. A pesar de lo que se cree muchas veces, este no es un problema exclusivamente argentino. Como sucede en todo el mundo, los nombres y los símbolos son utilizados como herramientas políticas, y Argentina no es una excepción en este uso de los monumentos y espacios culturales para marcar, reafirmar, o incluso borrar, la historia.

    Inauguración Palacio Libertad. Imagen: Infobae.
    Inauguración Palacio Libertad. Imagen: Infobae.

    La Argentina está involucrada en este desorden mundial. Es el avance de un modelo conservador, una reacción de la derecha, y en esta los símbolos tienen un rol fundamental. No es nueva, ni será la última. El 10 de octubre, el mismo día en el que se visibilizó el cambio del nombre del Centro Cultural Kirchner, tanto en las redes como en su página web, quien escribe se acercó para realizar una visita guiada. Quería escuchar cómo era presentado el espacio, qué se decía sobre él, cuál era la reacción de quienes visitaron el lugar ese día tan especial. Inició el recorrido y el guía –excelente, por cierto– les dio la bienvenida: “Bienvenidos al Centro Cultural”. Centro Cultural y punto, sin más.

    Durante la visita, una turista preguntó por el cambio de nombre, y el guía insistió en que para ellos es un Centro Cultural. Al finalizar, este periodista se acercó a una trabajadora para hacerle alguna que otra pregunta, y una de ellas fue qué pensaba del cambio de nombre. Dudó en responder. ¿Su incomodidad era por la pregunta o por la respuesta que estaba por dar? Le pidió que mirara la riñonera que tenía puesta. Decía “Centro Cultural”, y donde decía Kirchner había una escarapela alargada que tapaba ese apellido. Le preguntó por qué estaba tapado; su respuesta fue que esa “había sido la orden y que al no haber recibido ropa nueva, lo tenían que ocultar de esa manera”. La conversación siguió y le dijo que “va a estar difícil taparlo, está en todos lados” y, por supuesto, será difícil desligar de un plumazo a quien promovió semejante obra. Este tipo de gestos representan una resistencia simbólica frente a los cambios impuestos, una expresión de cómo la memoria institucional permanece.

    Al finalizar el recorrido, mientras el guía despedía al grupo, respondió algunas dudas con dificultades porque había muchos estudiantes del nivel inicial que, al salir del lugar, se entremezclaron con estudiantes de varias escuelas del nivel medio. También había turistas de todas partes del mundo. Un grupo de mujeres quienes hicieron esa visita repitieron en muchas oportunidades que “hay que cuidar al lugar” con una gran sonrisa. Quizás ese sea uno de los grandes legados: que se lo cuide, que se lo aprecie, que se valore su importancia, que exista más allá de cómo se lo denomine porque, como decía Sarmiento, “las ideas no se matan”. Algo que saben bien las miles de personas que recorren el lugar todos los días de forma libre y gratuita.

    Acción y reacción

    En 1687 Newton escribió en su libro Los principios matemáticos de la filosofía natural que con toda acción siempre ocurre una reacción igual y contraria. A lo largo de la historia argentina, los cambios en la administración han producido ajustes similares en nombres de calles, edificios y otros símbolos públicos, buscando, quizás, borrar los rastros de períodos anteriores. Frente a la restauración del antiguo Palacio de Correos y Telecomunicaciones y su puesta en funcionamiento con el nombre “Centro Cultural Kirchner”, ocurrió una reacción que es el intento de modificar el nombre y, por supuesto, toda la carga simbólica que ello posee. No una, sino dos veces.

    De esto hablaba en 2017 Hernán Lombardi, ex titular del Sistema Federal de Medios durante el gobierno de Mauricio Macri. También se habló de esto a comienzos de este año al haber asumido Javier Milei como presidente de la nación. Es que hay algo que trasciende y ya no es solo el nombre: es el significado, el rastro de otra época, y eso es lo que hay que borrar o, al menos, intentar hacer invisible. Esta operación no es nueva y no será la última.

    ¿Sería posible llevar adelante otras modificaciones semejantes y, por ejemplo, cambiar el color de la Casa Rosada a violeta oscuro? Suena ridículo. ¿Lo es?

    Cristina Kirchner encabezó la inauguración del CCK en mayo de 2015. Imagen: CCK.
    Cristina Kirchner encabezó la inauguración del CCK en mayo de 2015. Imagen: CCK.

    Mucho ruido

    El CCK es imponente. Quien lo recorrió en alguna oportunidad lo sabe. Incluso al visitar y comparar con algunos de los grandes museos del planeta, este espacio tiene mucho para ofrecer en términos patrimoniales y artísticos. No quedan muchas dudas, entonces, de por qué el ensañamiento con él.

    El decreto 897/2024 es el que modifica la ley 26.794 –que le había dado el nombre “Presidente Dr. Néstor Carlos Kirchner”– y expresa esto mismo: “Que el aludido edificio se caracteriza por sus espacios de alto valor patrimonial; sus numerosas obras de arte de destacados valores estéticos e históricos y combina las nuevas tecnologías para acercar al público distintas actividades culturales como ser literatura, música, teatro, cine, entre otras”. Quizás sea lo más valioso que dejó el período 2003-2015 en términos de cultura, que es lo que verdaderamente trasciende al tiempo. “Pasan los veranos y los inviernos, pasan las crisis, pasan las guerras, pasa la prensa sensacionalista y quedan los artistas,” solía decir Enrique Pinti.

    Hubo mucho ruido sobre la modificación del nombre; en la semana previa al 12 de octubre, hubo indicios de que estaba por suceder: el nombre de la página web, así como todas sus redes sociales, habían cambiado, actualizando incluso el logo original. Y luego, sí, hubo un acto de reinauguración el 12 de octubre. Lo que podemos afirmar es que los símbolos importan y mucho para La Libertad Avanza. Así lo dejó dicho en las primeras palabras de ese discurso el Presidente de la Nación: “Bienvenidos a uno de los primeros pasos para cambiar la historia. Historia que quisieron prostituir cambiando los nombres y ensuciando a los grandes héroes de esta patria”.

    Todo nombre es político

    Hace unos días, mucho antes de la modificación del nombre e incluso del acto que se realizó el 12 de octubre, en un colectivo que recorre parte de la Ciudad de Buenos Aires, dos personas conversaban sobre esto mismo: X le comentaba a Y que ya no se llama “Centro Cultural Kirchner” sino que ahora se llamaba “Palacio Libertad”. Entonces, un triunfo, sutil, porque no fue necesario una modificación de leyes para que dos desconocidos hablaran sobre el “Palacio Libertad”. No obstante, al recorrer el espacio, quien escribe vio más rastros del viejo nombre que del nuevo: en los baños, en la cartelería que indicaba reparación, en sillas, en paredes, etc.

    Los monumentos no son solo edificios sino que ahí se pueden establecer relaciones de poder, formas de comprender y mirar el mundo. Se percibe al mundo desde la subjetividad, eso es difícil de discutir, y, además, otros la tienen también e intentan imponerla. Ahí la disputa, el conflicto que es simbólico y no por esto deja de ser relevante. Ya lo dijo Pierre Bourdieu en 1990 en ese extenso trabajo que tituló Sociología y Cultura: “existe una lucha simbólica para proponer una mirada del mundo, cómo universalizar las decisiones de un grupo más o menos extenso al resto”. En fin, cómo intentar hegemonizar las interpretaciones del mundo porque quien logre hacerlo tendrá un triunfo duradero y quizás el más importante sea trascender el presente.

    Palacio de Correos y Telecomunicaciones. Imagen: Archivo General de la Nación.
    Palacio de Correos y Telecomunicaciones. Imagen: Archivo General de la Nación.

    La palabra intentar no es utilizada de forma casual: si no la hubiésemos escrito, afirmaríamos que lo que se nos muestra es una verdad revelada, que no cuestionamos, que no pensamos. Y no es así: tenemos formas de ver el mundo, lo percibimos según nuestra realidad, que es distinta a la del resto. La ponemos sobre la mesa, la discutimos. El decreto 897/2024 establece que la denominación “Kirchner” confunde lo público con lo partidario y eso haría “perder la neutralidad propia de estos lugares, excluyendo a aquellos que no comparten una mirada política”.

    Habría que explicar que si alguien dice que ciertos personajes son de gran valía o de más valía que otros personajes no implica que todos piensen lo mismo. El pensamiento propio no desaparece; la sociedad no es una caja vacía que es llenada como se les antoje a los demás. Esto es, en esencia, lo que se explica cuando se dice que todo es político. ¿Hasta qué punto la historia de un lugar se puede alterar con solo cambiarle el nombre?

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