El hierro recuerda a María Remedios del Valle

En Marcos Paz, para fines del siglo XIX, más de una de cada cuatro personas no era blanca. Eso dicen los papeles viejos, los libros de enterratorios y registros parroquiales escritos a mano, con tinta opaca y letra apretada. En 1892, el 18% de los muertos eran clasificados como “negros”, y otro 8% como “morenos”. En total, un 26% de personas afrodescendientes. Cuatro años después, en 1896, las cifras bajaban un poco, pero aún marcaban una prevalencia: 11% de negros, 15% de morenos. Un cuarto de la comunidad.

Esos documentos no hablaban de afroargentinos. La palabra no existía. Lo que se registraba era el “color”: blanco, negro, moreno, o “pampa”. Similar a una clasificación más que a una identidad. ¿Control, quizás?

Con el correr del tiempo, la categoría “color” desapareció de los registros. El Estado dejó de mirar, y con eso, dejó de contar. La desactualización silenciosa de los archivos implicó una política más agresiva: lo que no se cuenta ni se escribe, no existe. Pero ese silencio en algún momento se corta. Y cuando lo hace, puede tomar la forma de una mujer de hierro que custodia la plaza principal.

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Es domingo a la mañana y hace frío. El tren llega desde Merlo con una frecuencia de dos horas, pero a esa hora la estación está vacía. No hay taxis, no hay vendedores, no hay ruido. Apenas el silbido del viento entre los árboles y el traqueteo de algunas hojas secas que cruzan la plaza. La municipalidad esta cerrada, la mayoría de los locales que no son gastronómicos también lo están. El descanso dominical, como en la mayoría de los pueblos del interior que no son turísticos, es una certeza.

Frente a la estación de tren de Marcos Paz, sobre una explanada limpia, expuesta al viento y al sol, una figura metálica mira hacia el horizonte. Representa a una mujer de cabellos rizados, de gesto sereno pero mirada firme. La melena cae a los costados del rostro, y hacia adelante, como si el viento le diera por la espalda, y la empujara hacia el frente pero sin nublarle la vista. Dos detalles particulares destacan la escultura: una antorcha encendida en la mano derecha y una cadena en la espalda que se bifurca en dos: uno de los eslabones está roto, el otro, entero. En ese gesto se sintetiza un mensaje: libertad incompleta, emancipación en proceso. 

“Arranqué por la cara”, dice Mauro de Giuseppe, mientras apoya una mano sobre la base de la escultura. Desde hace años, el artista local trabaja con hierro reciclado, transformando la chatarra en relato. No hay ceremonia. No hay acto. Solo un escultor y la figura que construyó. El gorro calado hasta las orejas, las manos en el bolsillos. “Sin mirada, no hay nada”, afirma. Cuando a Giuseppe se le ocurrió la idea buscó archivos que le ayudarán a “representarla”: leyó relatos y memorias cruzadas de la época, encontró imágenes deformadas por el tiempo. Llegó a una conclusión: no había registro visual de quien había sido María Remedios del Valle. Entonces buscó reconstruirla desde lo posible: una mujer negra, criolla, fuerte. La figura está posada sobre la tierra, no tiene base. Quizás la gestión municipal, en algún momento, pueda apoyarla y ponerle un nombre a la vista.

Este proyecto no nació en soledad, fue posible gracias a un entramado comunitario tejido por muchas manos. La concejala Verónica Casco fue quien tuvo la iniciativa y presentó la ordenanza que habilitó la instalación de la obra en la plaza. Su impulso encontró una aliada en Irene Larrodé, que recorrió ferreterías, pidió donaciones, organizó colectas y buscó financiamiento. Ambas, desde el espacio del Frente Grande, canalizaron una red de apoyos que se amplió con el compromiso de Adriana Ruiz y Liliana Vasallo, que también se sumaron a la búsqueda de materiales reciclables y al sostenimiento cotidiano del proyecto. De esas gestiones, del esfuerzo compartido y de la persistencia colectiva, nació la figura de hierro que hoy se alza en la plaza, no solo como homenaje a una mujer silenciada por la historia, sino como resultado de una forma concreta de hacer memoria entre muchas.

Detalle de la escultura en honor a María Remedios del Valle en Marcos Paz, Provincia de Buenos Aires. Foto/Gerardo Abraham
Detalle de la escultura en honor a María Remedios del Valle en Marcos Paz, Provincia de Buenos Aires. Foto/Gerardo Abraham

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Cuando la historia se dignó a mencionarla la nombró con otros títulos: la Madre de la Patria, la tía María, la negra valiente, la lavandera del ejército. También se referían a ella como “la morena que no se quebró”. Pero fue mucho más que eso. Después de verla combatir, Manuel Belgrano la nombró capitana del Ejército del Norte. Luchó desde el primer momento en las guerras de la Independencia Argentina a partir de 1810: cocinada para la tropa, curaba heridos, peleaba. No desde la retaguardia: desde el frente. En la batalla de Huaqui, perdió a su marido y a sus hijos.

Después de ser capturada en Vilcapugio, fue herida y azotada por los realistas. Volvió a Buenos Aires sola, sin familia, sin ingresos, con el cuerpo marcado y el orgullo intacto. No tenía pensión, ni título reconocido. Pedía limosna frente al Cabildo. Algunos generales -como Juan José Viamonte y Gregorio Aráoz de Lamadrid- dieron testimonio de su entrega, de su valentía. Viamonte llegó a decir en una sesión legislativa: “Ella pide ahora limosna; porque después de esa vida durante tantos años, herida y maltratada, no podía trabajar naturalmente”. Aun así, tardó años en recibir algo de reconocimiento. Bartolome Mitre apenas la menciona en la biografía que escribió sobre Belgrano. Cuando lo hace, no dice nada sobre su rango ni su historia. Solo que era madre y que fue valiente. Una omisión con intención.

Durante más de un siglo, su figura quedó en los márgenes del relato nacional. El mismo relato que, por esos años, dejaba de registrar la existencia de negros y morenos en los censos. Como si el país se hubiera blanqueado por decreto.

Detalle de la escultura en honor a María Remedios del Valle en Marcos Paz, Provincia de Buenos Aires. Foto/Gerardo Abraham
Detalle de la escultura en honor a María Remedios del Valle en Marcos Paz, Provincia de Buenos Aires. Foto/Gerardo Abraham

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La escultura se llama Madres de la Patria y está construida con piezas donadas por vecinos. Hierros oxidados, caños, engranajes, herramientas, pedazos de máquinas, autopartes. “Lo que se desecha”- explica Mauro-“también tiene algo para decir”. En ese gesto hay más que economía de materiales: hay una inclusión de lo excluido. Mauro recoge, restaura, dignifica.

Durante la pandemia, un grupo de docentes notó lo evidente: en todas las plazas del distrito, no había una sola escultura de mujer. Ni próceras, ni maestras, ni vecinas ilustres. Nada. Solo hombres blancos en bronce, montados o de pie, mirando al frente. Entonces propusieron que fuera Mauro de Giuseppe quien le diera forma a esa ausencia. El artista asumió la tarea y le pusó su impronta: no sólo iba a ser una mujer, sino una mujer negra, guerrera, olvidada.

El proyecto fue aprobado por el Concejo Deliberante. La comunidad se organizó. Donaron materiales, dinero, tiempo. Mauro trabajó en su casa-taller durante meses. Soldó, cortó, quemó, ajustó. La escultura fue creciendo como crecen los relatos cuando se animan a ser contados: de abajo hacia arriba. No hubo marketing, ni plan turístico, ni acto fastuoso. Hubo voluntad. Hubo necesidad.

La obra se inauguró el 21 de mayo de 2022, en vísperas de un nuevo aniversario de la Revolución de Mayo. Fue un día de sol tibio y banderas discretas. Hablaron funcionarias, docentes, estudiantes. Se recordó a la protagonista de esta historia. Se habló de esclavitud, de racismo, de olvido. Pero sobre todo, se habló de presencia: de estar. De mirar de frente a una mujer de hierro y entender que la historia no fue como nos la contaron. Que hubo otras protagonistas. Que sus nombres aún nos arden en la garganta.

Hoy, la escultura permanece firme. La antorcha sigue en alto. Las cadenas siguen tensas. Y aunque nadie lo diga en voz alta, algo cambió. Los chicos que pasan por la plaza la señalan. Algunos preguntan. Otros le dejan piedritas dentro de sí. Las maestras la usan para contar una historia diferente. Una que empieza así. “En 1810, en el Alto Perú, habia una mujer negra que se convirtió en Capitana de un Ejercito de hombres, que fue nombrada por Manuel Belgrano, que fue azotada y terminó mendigando en las afueras del Cabildo” (…)

María Remedios del Valle, desde su nuevo pedestal, no mira hacia arriba. Mira al frente. Como quien no suplica ni espera, sino que reclama lo que siempre fue suyo: el lugar en la historia. Una historia que, si se cuenta con justicia, no necesita mármol ni bronce. Le alcanza con el hierro y con la memoria.

Escultura en honor a María Remedios del Valle en Marcos Paz, Provincia de Buenos Aires. Foto/Gerardo Abraham
Escultura en honor a María Remedios del Valle en Marcos Paz, Provincia de Buenos Aires. Foto/Gerardo Abraham

Sobre el artista

Mauro de Giuseppe es autodidacta. No viene del mundo del mármol sino del hierro. Es escultor, sí, pero también es herrero, soldador, vecino. Desde su taller en Marcos Paz -un galpón que bautizó Taller de Monstruos y que más parece una herrería antigua que un estudio- trabaja con chatarra, piezas descartadas, tornillos oxidados, embragues vencidos, caños rotos. Todo eso, lo transforma. Desde esa lógica, hizo de la chatarra un lenguaje, del óxido una estética, de lo que sobra una prosa política.

En los últimos años, su trabajo se expandió más allá del oeste bonaerense. Esculpió una figura del Papa Francisco que se emplazó en Luján, construyó bestias mitológicas de gran escala como Moby Dick o el Ciervo de las Pampas, y expuso por primera vez en galería en 2025 con su muestra Golem, en Buenos Aires. Su escultura de María Remedios del Valle fue la que lo cruzó con algo más grande: la historia negada. Esa obra, hecha con cadenas rotas y metal reciclado, le valió una mención de honor en Francia y el reconocimiento de su comunidad, que lo declaró personalidad destacada del arte local.

En sus redes se define como alguien que pasó “toda una vida testeando monstruos”. Pero lo que hace, más que darles forma a criaturas, es darles cuerpo a las ausencias. Mauro no talla héroes: les da volumen a los que fueron descartados. Como si en cada golpe de soldador dijera: acá estamos, seguimos siendo parte de la historia.

+ notas

Soy periodista (TEA-Universidad de Concepción del Uruguay) y fotógrafa (ETER). Escribo sobre temas de agenda internacional, también investigo desde hace varios años las regiones de Moldavia, Transnistria y Gagaúzia. Soy productora y docente de la materia Introducción al Periodismo y la Información en TEA&Deportea.

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