“Soy noctámbula y por mis horarios de trabajo, el jueves es el único día que puedo trasnochar un poco. El viernes, entonces, me levanté tardísimo y al despertarme lo primero que veo es el celular. Tenía muchas llamadas perdidas de todo el mundo, mi jefa preguntándome si estaba bien, mi mamá y mi papá llamándome, incluso la dueña del departamento”.
Las palabras son de María Emilia Llul, escritora bahiense que en 2022 publicó Sentipensante, su primer libro. El viernes 7 de marzo se despertó en otra ciudad, una distinta, una bajo el agua aunque reconoce que no registró la situación rápidamente; de hecho su primera preocupación fue cómo avisarle a su jefa que no podría ir a trabajar. Al asomarse al balcón vio que la calle estaba inundada y, más allá, el Canal Maldonado -a pocos metros de su casa- con olas que nunca había visto. Lo que no sabía era cuán afectada se había visto Bahía Blanca por eso mismo… aún.
“Me acerco a un conocido que estaba en frente y que hablaba con los vecinos y registré lo que había pasado: el arroyo había desbordado en la costa, el canal también”. Una pregunta circuló por su mente: ¿cuánto tiempo va a tardar la ciudad en recuperarse de este desastre? ¿Cuánto más?”. La inundación no solo arrasó calles y hogares, sino que también dejó al descubierto una vulnerabilidad que muchos bahienses no imaginaban. Según datos oficiales, ese día cayeron 300 milímetros de lluvia en Bahía Blanca, la mitad del promedio anual. Pero más allá de los números, lo que quedó flotando en el agua fueron historias, recuerdos y preguntas sobre cómo reconstruir lo perdido.
Rescatar recuerdos
“Fue el domingo. Volvíamos de ir a ayudar a una sobrina que le había entrado agua a la casa, no mucho, pero le había entrado bastante así que fuimos a ver cómo estaba y si necesitaba algo. Mientras volvíamos a casa con mi esposa, veo que una señora ya grande estaba entrando en un auto; alguien acompañaba y de lejos lo vi: llevaba sus álbumes de fotos, no sé cuántos eran, unos cuantos, esos álbumes como los que te daban en las casas de fotografía”.
Ese momento fue fundacional para Raúl Maldonado, quien inició un proyecto de restauración de fotografías que pueden parecer perdidas por el barro y por las inundaciones… pero no. Raúl Maldonado es fotógrafo, bahiense y uno de los tantos miles -como María Emilia- que sufrió el temporal del pasado 7 de marzo. Aunque no lo recuerda con exactitud, tiene presente haber leído sobre proyectos similares hace algunos años, y fue precisamente ese recuerdo que le despertó el impulso de hacer.
Quizás ese recuerdo esté vinculado al devastador tsunami que golpeó Japón en 2012, en donde se instalaron carpas en determinados lugares con un propósito conmovedor: recuperar documentos y fotografías personales que el agua había dañado. Yoko Shiraiwa, una restauradora japonesa, relató en un artículo cómo el gobierno alentó a las personas a conservar esos objetos preciados en lugar de desecharlos, aunque no lideró activamente su rescate. Mientras las autoridades se enfocaron en documentación oficial y bienes históricos, fueron los ciudadanos y hasta una de las empresas fotográficas más grandes del mundo, Fujifilm, quienes se encargaron de salvar colecciones privadas. Lo que marcó la diferencia, según Shiraiwa, fue la convicción de la gente de que esos recuerdos eran irremplazables y de un valor incalculable. Sin esto, la recuperación no hubiera sido posible.

Quizás el recuerdo de Raúl no esté vinculado al tsunami ocurrido en Japón en el 2012, sino con las devastadoras lluvias en la ciudad de La Plata del año 2013. Ahí, Eugenia, se convirtió en un símbolo de solidaridad tras las inundaciones. Movida por el deseo de hacer, recorrió casas de amigos y desconocidos para ofrecer su apoyo, pero, sobre todo, para rescatar algo invaluable: documentos y fotografías que las aguas habían dañado. Su mayor temor era que los recuerdos terminaran entre los escombros. Aunque solo había tomado algunas clases de laboratorio años atrás, esos conocimientos le bastaron para lavar y secar alrededor de 5000 fotos, devolviéndoles la vida.
Hoy, muchos aún la recuerdan con gratitud, porque gracias a su dedicación, lograron recuperar imágenes que guardan historias personales y familiares. Agustina, una vecina platense que sufrió las inundaciones en aquel año, contó que perdió todos los muebles, prácticamente su casa entera pero “lo que más me dolió fueron los documentos, las fotos, eso que no se paga con dinero. Gracias a Eugenia, muchas de mis fotos y recuerdos siguen contando nuestro pasado”.
Una ciudad llena de agua
Los sucesos en Bahía Blanca son cada vez más comunes. La ciencia explica que el cambió climático está intensificando los fenómenos meteorológicos a escala planetaria. El aumento de la temperatura global provoca más humedad en la atmósfera, lo que genera lluvias torrenciales, y al mismo tiempo, sequías más severas. Según la ONU, la mitad de los daños humanos y económicos causados por catástrofes en los últimos 50 años están relacionados con el clima y el agua. Sólo los desastres relacionados con el agua causaron más de un millón de personas fallecidas. Además, la Organización Meteorológica Mundial, confirmó que desde el año 2000 los desastres relacionados con inundaciones han aumentado un 134% en comparación con las dos décadas anteriores.
La climatóloga argentina, Inés Camilloni, explica que en Argentina a partir de la década del 60 las lluvias anuales aumentaron entre un 10% y un 40%. Muchas ciudades argentinas son evidencia de esto mismo: el 19 y 20 de febrero de 1992 cayeron 235 milímetros de agua en Mar del Plata; en abril del 2003 y durante cinco días, la ciudad de Santa Fe acumuló 1400 milímetros de lluvias.
Un tercio de la ciudad quedó bajo el agua; el 2 y 3 de abril del año 2013 se registraron precipitaciones extraordinarias en la Plata con unos 400 milímetros de lluvia, siendo que el promedio anual en la provincia de Buenos Aires es de aproximadamente 1100 mm en todo el año; el viernes 7 de marzo pasado se registraron en Bahía Blanca 300 milímetros de lluvia, siendo el promedio para todo el año de 600 milímetros lo que nos permite entender la magnitud del temporal. Bahía Blanca, es otro eslabón en una larga cadena de eventos extremos que parecen no tener fin. Una pregunta queda pendiente: ¿qué pasa cuando el nivel del agua comienza a bajar?
La recuperación colectiva de la memoria
Raúl puso en marcha un proyecto ambicioso que involucra recuperar parte de la memoria de los bahienses. Él sabe que es difícil hacerlo en soledad, imposible, por lo tanto inició una convocatoria a la que rápidamente se sumaron, entre otras personas, dos fotógrafas y colegas bahienses: Eliana Barbarrey y Magalí Agnello.
Eliana tuvo una percepción similar a la de Raúl al recorrer la ciudad al día siguiente de la inundación “viendo cómo la gente sacaba todo a la calle para tirar, viendo cómo lloraban alrededor de sus pertenencias”. En una charla con una amiga, cuya casa quedó literalmente bajó el agua, puso en común qué fue lo que había perdido: “lo primero que agarró fue la caja de fotos”. Eliana tiene muy claro qué se pierde después de fenómenos así: “no perdés el auto, perdés el esfuerzo y las cosas que el auto te permitía hacer. Si perdés las fotos, no perdés el papel, perdés tu historia”. De esta manera, las siguientes recorridas por la ciudad fueron para pedirle a la gente que no tiraran sus fotos porque estas “nacen” en el agua así que no se deterioran inmediatamente. No todas están perdidas y un proyecto, entonces, se puso en marcha.

Magalí se encontraba en la fila del supermercado días después de las inundaciones y escuchó a la persona delante de ella cuánto lamentaba haber perdido sus fotos. No la escuchó hablar de un colchón o de un electrodoméstico -que seguramente también perdió- sino de algo invaluable: las fotografías. “Un mueble puede volver a comprarse, eventualmente, pero una foto impresa de la cual no tenés copia digital es algo que tiene una carga emocional tan grande que me parece que merece la pena intentar rescatar”. Será una tarea difícil y tal vez no todas puedan ser recuperadas, pero ella aspira a que el pueblo bahiense tome conciencia sobre la conservación que no es sólo de las fotografías, sino de los recuerdos.
No todo está guardado en la memoria
¿Imprimimos nuestras fotos? ¿Tenemos álbumes? ¿Los guardamos? ¿En dónde? ¿Tenemos fotos en “la nube”? ¿En una memoria externa? Si la fotografía es el soporte privilegiado de la memoria, como explica la restauradora y conservadora Ana Massielo, ¿qué lugar le damos en nuestra vida? Un ejercicio simple lo demuestra: intentemos recordar nuestro cumpleaños de siete años. Quizás sea difícil recordarlo, quizás ningún recuerdo aparezca, pero al ver una fotografía del momento, posiblemente “se abra una puerta y comiencen a brotar detalles: tu mamá te puso una camisa que no te gustaba o la torta no era rica”, cuenta Ana.
Además agrega que aunque la fotografía es la forma en la que construimos nuestra propia memoria e identidad, “es cierto que la generación actual no va a abrir un cajón y va a encontrar una foto de su abuela cuando tenía 18 años, por lo tanto el vínculo con la memoria va a cambiar, aunque seguirá estando, ya veremos de qué modo”.
Como también dice Magalí, “la memoria, naturalmente, se va desvaneciendo y las imágenes son una manera increíble de poder recordar. De poder transportarte a cada momento, de poder sentir eso que sentiste en el momento que tomaste la fotografía, o de poder conocer un pasado que quizás no viviste. Tienen un poder de evocación que otras expresiones no tienen”. Si todo está guardado en la memoria, como alguna vez cantó Mercedes Sosa, queda a criterio de cada uno; lo que es indudable es que una fotografía puede ser una pieza clave para recordar.
Raúl cree lo mismo: “pasa el tiempo y se te van desdibujando cosas. Yo, por ejemplo, no tengo a mis viejos. Y te empezás a olvidar de cosas. ¿Cómo era la voz de mi viejo? ¿Cómo era la voz de mi vieja? Mi viejo falleció hace 30 años, tenía los ojos claros, pero ¿eran más bien celestes o verdes? ¿Tenía un centro amarillo o era marrón? Las fotos me entregan esos recuerdos. Las fotos me permiten volver a pasar por el corazón esos momentos vividos”. No es necesariamente un ejercicio de nostalgia, sino más bien un ejercicio que pone en el centro quién sos vos, quién fuiste, qué viviste, qué soñabas.

Magalí aclara que no todas las fotografías dañadas pueden restaurarse, pero muchas sí. “Si tienen manchas de agua pero aún son visibles, si están arrugadas o rasgadas pero conservan la mayoría de los detalles, si presentan decoloración parcial sin borrar rostros o elementos clave, si tienen moho o barro en los bordes sin cubrir zonas importantes, o si están pegadas a un vidrio pero la imagen aún se distingue, todas estas pueden recuperarse”, explica. Sin embargo, advierte que el proceso de limpieza debe ser cuidadoso: no hay que frotar ni raspar el barro, ya que se podría desprender la emulsión fotográfica. Lo recomendable es enjuagar con agua destilada a temperatura ambiente, evitando el agua de la canilla, que contiene cloro y minerales que podrían dañar aún más la imagen.
Si el barro está seco, se debe retirar con una brocha de cerdas suaves o soplando con cuidado. Si quedan residuos, se puede sumergir la foto en agua destilada durante un minuto para que se aflojen. Para secarlas, es crucial evitar el calor: lo mejor es colocarlas sobre una toalla limpia o papel absorbente y dejarlas secar al aire. Si la foto está pegada a otra superficie, hay que sumergirla en agua destilada hasta que se desprenda por sí sola. Y si, tras el secado, la foto se ondula, se recomienda colocarla entre dos hojas de papel absorbente sin textura y ponerle peso encima durante 24 horas. Con estos cuidados, muchas de esas imágenes que guardan recuerdos invaluables pueden volver a tener una segunda vida.
Cuando el agua baje
María Emilia está preocupada y tiene un deseo luego de lo sucedido el 7 de marzo pasado: que los bahienses estén más atentos en saber qué se hace y qué no se hace en la ciudad porque para que no vuelva a pasar “se tiene que invertir en infraestructura”. Agrega además: “ojalá no quedemos súper miedosos, aunque me parece que un poco sí”, y no duda en expresar que también ese día los marcará en otro sentido: “nos va a dejar esta cosa de darle una mano al otro, de entender que siempre hay un otro que la está pasando peor”. Solidaridad, algo que conocen bien Raúl, Magalí y Eliana quienes hace días están trabajando para salvar fotografías porque ¿quiénes mejor que los fotógrafos para saber el valor que tienen los recuerdos?
Una fotografía no es un objeto estático, todo lo contrario. Ahí también aparecen las emociones dice Raúl y es lo que “muchas veces queremos transmitir” porque indudablemente todos tenemos una relación personal con los recuerdos que las imágenes evocan.
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En un mundo donde el cambio climático es una realidad, Bahía Blanca, una ciudad golpeada por las aguas y el barro, no solo perdió calles y hogares, sino también pedazos de su memoria colectiva. Sin embargo, en medio de la desolación, Raúl, Eliana, Magalí y otros tantos voluntarios se atreven a desafiar al tiempo, al olvido, al agua y al barro. Las fotografías, son, en consecuencia, símbolos de resistencia. No son solo imágenes; son puentes que nos conectan con una identidad que está siempre en construcción.
En un mundo digitalizado, en el que las fotos se acumulan en la “nube” o se pierden en la inmensidad de un celular, este proyecto de restauración nos recuerda que la memoria no es solo un acto individual, sino un legado colectivo. ¿Qué pasará cuando el agua baje? La respuesta no está en los números ni en los pronósticos, sino en la capacidad de una comunidad de ser, justamente, comunidad. Porque, al final, no se trata solo de recuperar imágenes, sino de reconstruir identidades, algo que el agua no puede llevarse.
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¿Cuáles son las huellas que nos dejan las fotografías? ¿Qué dicen de nosotros y qué dicen de los demá ¿Hay personas en las fotos? ¿Qué les pasa, qué hacen ahí? ¿Sabemos cosas de ellos? ¿No sabemos nada? Y quien fotografío: ¿por qué eligió ese lugar para sacar esa foto? ¿Qué buscó al sacar esa foto? ¿Qué se le escapó? Estas son preguntas que plantea la fotoperiodista Cora Gamarnik, en un texto que tituló Instrucciones para mirar una fotografía y en esas instrucciones uno puede comprender que en cada fotografía no se captura sólo un instante, es un fragmento de tiempo, un universo de emociones porque mirar una fotografía no es sólo ver, es sentir, es volver a descubrir historias que siguen latiendo detrás de las imágenes.
Es cierto, los bahienses tendrán que quitarse tanto barro del pecho luego de las inundaciones y de lo que no hay duda, también, es que proyectos como este servirán para que ese barro no borre la memoria de la comunidad.