Max, 7 años. Actualmente es dibujante.
Tengo dos experiencias que pintan un poco el clima de la época. Con mis viejos y mis abuelos vivíamos en Km 18, cerca de la estación Ejército de los Andes del tren Urquiza, ahora es partido de Hurlingham. Mi papá trabajaba en un taller mecánico en Barrio Jardín, en el Palomar. Mi madre era ama de casa. Ambos eran artistas, músicos populares de folklore y tango. En ese momento teníamos una camioneta Wrangler, grandota. Salíamos con el auto a espectáculos de tango o mis viejos iban a actuar a una peña. Una noche, tarde, tipo 2 de la madrugada, cruzamos la barrera de Palomar y agarramos la vuelta de Vergara. Pasábamos cada dos semanas, ponele, por ese lugar. Apenas se tomaba la curva, aparecía un cartel enorme que tenía una silueta de perfil de un soldado apuntando con una ametralladora. El cartel decía bien grande y claro: “Usted ha ingresado en área militar, no se detenga. Si se detiene, un guardia abrirá fuego”. Yo iba con cuatro adultos, en el asiento de atrás, en el medio, y la sensación era como un miedo animal. El aire adentro del auto era tenso. Yo me ponía nervioso porque ellos se ponían nerviosos. En un momento dado yo pregunté, inocentemente: “¿Qué pasa si se nos rompe el auto y nos quedamos?”. La respuesta de mi abuelo fue: “El auto no se va a romper”.
Ese mismo año, en la cuadra donde vivía con mi familia, a dos casas, había una señora que todos conocíamos. Era enfermera y tenía un hijo que yo lo recuerdo como un hombre melenudo, rubio, que andaba con su novia y me regalaba caramelos. Una noche, cierran la cuadra; no me habían dejado salir, pero sí mi viejo se fue a espiar qué estaba sucediendo. Los militares habían cortado la cuadra en las dos esquinas: con un Falcon verde y un Peugeot 504 plateado; y con una F-100 ambulancia. Le reventaron la casa a la señora y se llevaron al muchacho y su novia. En el barrio todos eran laburantes peronistas, que no militaban, pero en la cocina tenían al general arriba de su pinto y a Eva Perón en el dibujo de la tapa de La razón de mi vida, que tenía florcitas. Recuerdo la batahola de esa noche, no fue en secreto, era imposible que la cuadra no se hubiera enterado de lo que pasó. Todas las luces de las casas estaban apagadas porque miraban qué era lo que pasaba afuera. Yo me acuerdo todo como una situación que me daba miedo. Al poco tiempo la señora se fue del barrio y nunca más supe nada de ellos.