Mientras empresarios se apropian de lagos enteros, se estigmatiza en los medios de comunicación dominantes al pueblo mapuce por defender sus territorios. Mientras miles de hectáreas se concentran en pocas manos, se niega y oculta la riqueza de las cosmovisiones de los pueblos originarios. Mientras ricos y famosos posan sonrientes en los paisajes paradisiacos de la cordillera, se invisibiliza que en ese territorio el Estado argentino cometió un genocidio.
La Convención de la Organización de las Naciones Unidas para la Prevención y Sanción del Delito de Genocidio entiende por “genocidio” a los actos perpetrados con la intención de destruir total o parcialmente a un grupo nacional, étnico, racial o religioso: matanza de miembros del grupo, lesiones graves a la integridad física o mental, sometimiento intencional, medidas destinadas a impedir nacimientos y traslados por la fuerza de niños del grupo a otro grupo.
El doctor en Historia y profesor de la Universidad Nacional del Comahue, Pablo Scatizza, está convencido de que lo vivido por el pueblo mapuce encaja perfectamente con las definiciones jurídicas y sociológicas del fenómeno: “las consecuencias que tuvo el genocidio perpetrado sobre el pueblo mapuche, tanto por el Estado argentino y chileno, en las respectivas autodenominadas campañas del desierto y pacificación de la Araucanía, de fin del siglo XIX y principios del siglo XX, fueron numerosas, fueron muy profundas y duraderas”.
Y profundiza: “La más evidente quizá fue el despojo territorial que sufrieron, la expropiación y la expulsión de sus tierras ancestrales, en las cuales no sólo llevaban a cabo sus medios de vida, sino también espiritual y cultural. La dispersión y la fragmentación social de toda su población, porque hay que tener en cuenta que parte de ese genocidio fue el traslado de sus miembros a otras partes del país, que fueron utilizados como mano de obra esclava, como servidumbre y en campos de concentración”.
Por su parte, Ailín Piren Huenaiuen, integrante del Lof Puel Pvjv de la Confederación Mapuce, entiende que “el genocidio implicó no solo la apropiación y el despojo territorial sino el desplazamiento forzado de muchas familias a centros de concentración, pero también el traslado forzado a los lugares como el Museo de Ciencias Naturales de La Plata, en donde fueron a parar muchas familias, autoridades, mujeres, niños, niñas, familias completas. Nosotros decimos en la actualidad que fueron y siguen siendo prisioneros de la ciencia, que se transformaron en objetos de exhibición y tuvieron un trato inhumano”.
Marcas imborrables
“La militarización y la represión por parte del Estado es la única respuesta, o la respuesta más común frente a los reclamos territoriales. La persecución sistemática, las detenciones arbitrarias, el asesinato de integrantes del pueblo nación Mapuce es casi una moneda corriente, tanto por parte del Estado argentino y chileno, como respuesta a esas demandas territoriales. También de manera paralela y otra de estas marcas que caracterizan este genocidio es la pobreza estructural y la marginación social que viene sufriendo este pueblo en ambos lados de la cordillera y junto con ello lo que es la desigualdad y la exclusión educativa, sobre todo por la no incorporación del mapuzungún como un idioma oficial dentro de las currículas escolares y dentro de las universidades”, explica Scatizza.
Los genocidios dejan profundas cicatrices en los pueblos, desde físico y material, hasta en las estructuras sociales y las identidades individuales y colectivas. Las secuelas de estos crímenes atroces se manifiestan en traumas intergeneracionales, en la pérdida de tradiciones, en la desintegración de comunidades y en la fractura de la memoria histórica. Sin medidas reparatorias adecuadas, tanto desde el Estado como desde la sociedad, estas heridas tienden a perpetuarse en el tiempo, afectando las relaciones sociales, la autoestima colectiva y el sentido de pertenencia de las personas. La falta de justicia y reconocimiento, además, contribuye a mantener vivas las dinámicas de opresión y exclusión que dieron origen a estos genocidios.
Scatizza reflexiona: “Nosotros estamos habitando su suelo con ellos, pero le estamos prohibiendo justamente hacer uso oficial de su idioma”.
Ailín Piren Huenaiuen, quien también integra el programa de Radio Mapuce Kimvn, sostiene que “cambiar la identidad de todas las familias también fue parte de la intencionalidad que tuvo el genocidio, que fue el borrar de la identidad, el silenciamiento y cortar con las raíces para que no se siguiera transmitiendo de alguna manera nuestra propia historia, nuestra propia identidad, nuestra propia cultura. Así que en este momento estamos tratando de traer a la memoria una memoria viva y una memoria muy reciente, porque estamos hablando nada más y nada menos que de 140 y tantos años más atrás”.
Fortalecimiento identitario
La Declaración de las Naciones Unidas sobre los derechos de los pueblos indígenas establece que estos pueblos son libres e iguales a todos los demás pueblos y personas y tienen derecho a no ser objeto de ningún tipo de discriminación. Tienen derecho a la libre determinación y a conservar y reforzar sus propias instituciones políticas, jurídicas, económicas, sociales y culturales.
Las consecuencias simbólicas del genocidio parecieran reproducirse en la sociedad actual mediante la estigmatización de los pueblos originarios en operaciones político/mediáticas y a través del silenciamiento de sus voces. Paralelamente la idealización de un modelo consumista, extractivista y excluyente nos llevan a un mundo injusto, inequitativo e inviable.
Cuestionar las miradas estigmatizantes y fortalecer los lazos con el territorio que habitamos son caminos imprescindibles y urgentes. Ailín concluye: “tenemos que sentirnos orgullosos y orgullosas del compromiso que asumimos con nuestra propia identidad”.