Dos ataques yihadistas dejaron un saldo de 25 muertos entre el 5 y 6 de octubre de este año en dos ciudades burkinesas: Manni, al este, y su capital, Uagadugú. “Eran numerosos, (vinieron) montados en motocicletas, alrededor de las 13 horas. Cuando empezaron a disparar, todos entraron en pánico. La gente intentó huir. Mataron a gente, pero principalmente saquearon tiendas y provocaron incendios”, dijo en ese momento uno de los testigos, Lamourdja Nadinga, en entrevista con EFE. “Los terroristas ya ni siquiera se esconden. Llegan en plena luz del día, matan, saquean y queman el mercado antes de marcharse sin encontrar respuesta. La gente está en shock”, se lamentó Nestor Bourgou, en conversación con la misma agencia.
Quien se atribuyó el ataque fue el Grupo por el Apoyo al Islam y los Musulmanes (JNIM, por sus siglas en árabe). Misma organización que había perpetrado en Barsalogho, una pequeña localidad del centro-norte del país, el pasado 24 de agosto. En aquel entonces, más de 200 personas, la mayoría civiles, perdieron la vida en una masacre sin precedentes. Se trata de una organización vinculada a Al Qaeda que opera en el Sahel. El brutal ataque, que conmocionó al país, ha sido uno de los episodios más letales en los últimos años, profundizando la crisis humanitaria y de seguridad que asola la región.
“El pueblo perdió a más de 200 personas. Es algo nunca visto”, relata Mahamadi Pafadnam a EFE, un trabajador de una ONG internacional, cuya organización prefiere mantenerse en el anonimato por motivos de seguridad. Su hermano, al igual que muchas otras víctimas, había sido convocado por el Ejército para trabajar en las trincheras que debían proteger a la ciudad de las incursiones yihadistas. El ataque había empezado mientras los vecinos de Barsalogho cumplían con las órdenes del Ejército de cavar trincheras alrededor de la ciudad, con la esperanza de frenar el avance yihadista. La población había sido movilizada, a pesar de la reticencia inicial por temor a represalias terroristas. En un video propagandístico difundido poco después por esta organización, se pudo ver a cientos de personas tendidas sobre charcos de sangre, una imagen desgarradora que dio testimonio de la magnitud de la masacre.
Desde 2015, Burkina Faso es el escenario de una creciente ola de violencia provocada por grupos yihadistas vinculados a Al Qaeda y al Estado Islámico, quienes han expandido su control sobre amplias zonas rurales. Las fuerzas de seguridad, superadas en número y recursos, resultan incapaces de contener la expansión de estos grupos, y los civiles se han visto obligados a asumir un papel activo en su propia defensa. Los Voluntarios para la Defensa de la Patria (VDP), una milicia civil armada que colabora con el Ejército, se convirtieron en la primera línea de resistencia contra el yihadismo, pero la falta de equipamiento y entrenamiento adecuado ha derivado en un gran número de bajas entre sus filas. Como había denunciado Pafadnam: “el apoyo de las autoridades no está a la altura”.
Este vacío de seguridad permitió que las organizaciones yihadistas consoliden su poder en el Sahel, reemplazando en muchas áreas al propio Estado. Las organizaciones no solo impusieron su control mediante la violencia, sino que también comenzaron a desempeñar funciones que antes correspondían al gobierno, como la resolución de disputas locales y la imposición de una versión estricta de la ley islámica. En algunos casos, los yihadistas cobran impuestos a las poblaciones bajo su dominio, consolidando su influencia a través de una mezcla de coerción y servicios básicos. Sin embargo, esto no les ha otorgado ninguna legitimidad social duradera, ya que la mayoría de las comunidades los percibe como una fuerza extranjera y opresiva que aprovecha la debilidad del Estado.
“En la ciudad, la masacre de Barsalogho es el único tema de conversación. La gente se debate entre la tristeza, la rebelión y el miedo”, reflexiona Antoine Sawadogo, empleado de una ONG que trabaja en la protección de la infancia en la cercana ciudad de Kaya, describió un ambiente de total desesperación entre la población: Tras el ataque, cientos de personas huyeron de la ciudad y de las aldeas colindantes, buscando refugio en Kaya, donde los hospitales, abarrotados, luchaban por atender a los heridos que dejó el ataque. El ataque en Barsalogho es solo el ejemplo más reciente de la brutalidad de estos grupos, que han sembrado el terror en Burkina Faso.
Mientras tanto, el gobierno de Burkina Faso, dirigido por el capitán Ibrahim Traoré, no ha logrado contener la situación. Traoré asumió el poder en septiembre de 2022, tras liderar un golpe de Estado que derrocó al teniente coronel Paul-Henri Sandaogo Damiba, quien también había llegado al poder a través de un golpe en enero del mismo año. Ambos levantamientos fueron, en gran medida, una respuesta a la incapacidad del gobierno para detener los ataques yihadistas que han devastado al país. La población y el Ejército, frustrados por la falta de resultados, respaldaron la toma de poder de Traoré con la esperanza de que pudiera restaurar la seguridad en el país.
Sergio Galiana, profesor de Historia por la Universidad de Buenos Aires y Magister en Relaciones y Negociaciones Internacionales, director del Profesorado Universitario en Historia de la Universidad Nacional de General Sarmiento, destaca que “los regímenes neocoloniales tuvieron poco éxito en construir legitimidad popular. Esto se debe a varios factores, como los conflictos por el acceso a la tierra y serios problemas económicos. La mayoría de la población es muy joven, con una edad media de 17 años. Este contexto demográfico se traduce en una falta de memoria sobre el colonialismo, lo que dificulta la legitimación de los políticos tradicionales que lucharon contra los franceses, ya que los jóvenes no tienen un vínculo directo con esas luchas”.
Y continúa: “Por otro lado, la presión sobre el mercado de trabajo genera desocupación entre los jóvenes, quienes enfrentan economías que no han cambiado en su base material y, por lo tanto, no hay suficientes oportunidades de empleo. Esta situación lleva al crecimiento de la economía informal. Muchos jóvenes se ven impulsados a migrar, a menudo arriesgándose en la lotería de la migración, sin garantías de éxito. Aunque no se sabe qué porcentaje de migrantes llega con vida a lugares como Canarias o Europa, lo cierto es que deciden emprender este camino porque no tienen perspectivas de futuro en sus países de origen”.
Definiendo al enemigo
El mandatario burkinés ha mantenido una postura firme en el discurso, declarando que su gobierno no cederá ante el yihadismo y que se reforzarán las operaciones militares en las zonas más afectadas. En varias ocasiones, señaló que el verdadero enemigo no solo es el terrorismo, sino también la “segunda colonización” que, según él, busca desestabilizar a los países africanos para explotarlos económicamente. Su narrativa se alinea con la teoría de la segunda descolonización, en la que el control militar y económico extranjero es percibido como una amenaza a la soberanía africana. A través de alianzas con otros estados del Sahel, como Mali y Níger, Traoré formó un bloque de resistencia frente a las potencias extranjeras y los grupos terroristas. Sin embargo, el Ejército burkinés está debilitado, los recursos son limitados y la creciente crisis humanitaria dificulta aún más las operaciones militares.
Además, adoptó una postura crítica hacia las intervenciones extranjeras en África Occidental, en particular las operaciones militares francesas, que se retiraron del país poco antes de su llegada al poder. Si bien su gobierno ha buscado alianzas con otros actores, como Rusia y el Grupo Wagner, la presencia de estas fuerzas externas es objeto de controversia. Muchos burkineses temen que la llegada de mercenarios rusos al país agrave aún más la violencia en lugar de contenerla, mientras que otros ven en esta cooperación una posible solución a la inestabilidad. Entonces, ¿segunda descolonización o cambio de yugo?
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“Las preguntas que se hace mi generación son las siguientes: no entendemos cómo África, con tantas riquezas en su suelo y una naturaleza generosa, con mucha agua, sol y abundancia; África es hoy el continente más pobre. África es un continente hambriento, y sus jefes de Estado recorren el mundo mendigando. Hay muchas preguntas sin respuesta.
Hoy tenemos la oportunidad de construir una nueva relación, y espero que esto sirva para dar un mejor porvenir a nuestros pueblos. Hoy nos enfrentamos a las formas más bárbaras y violentas del neocolonialismo y del imperialismo. La esclavitud todavía se nos impone; nuestros predecesores nos han enseñado que el esclavo que no es capaz de asumir su rebeldía merece vivir en su lamento.
El problema es ver a jefes de Estado africanos que no aportan nada a la lucha de sus pueblos. Líderes que cantan al son del imperialismo, siendo tratados como sus ministros, y tratados como hombres que no respetan los derechos humanos”.
Discurso de Ibrahim Traoré, pronunciado el 28 de julio de 2023, en San Petersburgo, ante la Cumbre Rusia-África.
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Uno de los primeros atentados masivos que llamó la atención internacional ocurrió en enero de 2016, cuando militantes de Al Qaeda en el Magreb Islámico (AQMI) y del grupo Al Murabitun atacaron la capital. Ese día, un grupo de hombres armados abrió fuego en el Café Cappuccino, frecuentado por extranjeros, y luego asaltaron el Hotel Splendid, donde tomaron rehenes. El ataque, que duró más de 12 horas, dejó 30 muertos y al menos 71 heridos. Fue un golpe devastador para el país, que hasta ese momento había estado relativamente a salvo de la violencia terrorista que sacudía a sus vecinos del Sahel. La respuesta militar, apoyada por fuerzas extranjeras, logró neutralizar a los atacantes, pero el impacto psicológico fue profundo: Burkina Faso ya no era un refugio seguro en una región cada vez más inestable.
Desde entonces, la violencia se ha expandido hacia las áreas rurales, donde los ataques han adquirido una frecuencia aterradora. En 2019, la localidad de Arbinda, en el norte de Burkina Faso, fue escenario de otro ataque masivo. Un grupo de yihadistas atacó simultáneamente un convoy de seguridad y un mercado, dejando un saldo de 42 muertos, entre ellos civiles y soldados. Este ataque fue parte de una ofensiva más amplia en la región del Sahel, donde los grupos extremistas han estado consolidando su control territorial. En respuesta, el gobierno de Burkina Faso lanzó operaciones militares conjuntas con países vecinos, pero los resultados han sido limitados.
Fue en 2015 cuando grupos terroristas vinculados a Al Qaeda y al Estado Islámico comenzaron a establecerse en el Sahel. La masacre de Barsalogho es solo la última de una larga serie de ataques que han golpeado duramente al país. Estos actos de violencia se han vuelto tristemente comunes en las zonas rurales y del norte, donde los grupos extremistas operan con relativa libertad, aprovechando la debilidad del Estado y el aislamiento de las comunidades locales. No deja de resultar estratégico en términos económicos que estas organizaciones se asienten en estas regiones, ya que la fortaleza productiva del país se centra en torno a la cosecha de algodón.
“El cambio climático tiene un impacto significativo en las regiones de transición entre el desierto y la sabana, lo que provoca un desplazamiento de las poblaciones de pastores que presionan sobre los campesinos. La mayoría de la población depende de la agricultura, y esta presión sobre los recursos ha generado disputas entre pastores nómadas y grupos campesinos por el acceso a la tierra”, explica Galiana.
Y refuerza: “Además, existe un componente político relacionado con el descontento hacia las democracias liberales. En la década de 1990, bajo la presión externa de Francia y de organismos internacionales, muchos regímenes de partido único en la región fueron transformados en este tipo de democracias. Este cambio fue, en gran medida, un requisito de los organismos internacionales para renegociar deudas y financiar proyectos. Se promovió la idea de que la democracia es el mejor sistema, capaz de prevenir la corrupción, lo que llevó a la presión para que todos los regímenes de partido único se convirtieran en democracias liberales”.
El año 2021 trajo consigo otro de los episodios más sangrientos en la historia reciente del país. En junio, militantes yihadistas atacaron la aldea de Solhan, en la región del Sahel, asesinando a más de 160 personas, incluidos niños. Los atacantes, que llegaron durante la noche, incendiaron casas y saquearon la aldea antes de asesinar indiscriminadamente a los habitantes. Este ataque, uno de los más mortíferos en la historia de Burkina Faso, puso de manifiesto la incapacidad del gobierno para proteger a las comunidades rurales. Según informes de Human Rights Watch, las fuerzas de seguridad nacionales se encuentran desbordadas y mal equipadas, lo que ha permitido que los yihadistas operen con casi total impunidad en varias partes del país.
Los ataques no solo se han centrado en objetivos civiles, sino que también han golpeado a las fuerzas de seguridad y a los VDP. En agosto de 2021, un convoy militar fue emboscado en la región de Boucle du Mouhoun, en el oeste del país, resultando en la muerte de 80 soldados y milicianos. Los grupos terroristas lograron desarrollar un método y una estrategia de ataque basada en emboscadas y ataques rápidos a convoyes militares, lo que ha debilitado la capacidad operativa del Ejército. La muerte de tantos soldados en un solo ataque conmocionó al país y exacerbó las tensiones políticas, que culminaron con el golpe de Estado en enero de 2022.
A partir de ahí, la situación empeoró. A pesar de las promesas de restaurar la seguridad y derrotar a los yihadistas, los ataques no disminuyeron. En septiembre de 2022, solo unos días antes de que Traoré tomara el poder, un convoy de suministros humanitarios que se dirigía a Djibo, una ciudad del norte del país sitiada por grupos yihadistas, fue emboscado. Al menos 35 civiles murieron cuando los atacantes detonaron un explosivo improvisado, seguido de un ataque con armas de fuego.
Organizaciones como Amnistía Internacional y Human Rights Watch documentaron el creciente número de desplazados internos en Burkina Faso, que actualmente supera los dos millones de personas. Muchos han huido de ataques en las regiones norteñas y del Sahel, donde los yihadistas lograron imponerse. Los informes también señalan que los grupos terroristas han comenzado a implementar sistemas de gobernanza paralelos, exigiendo impuestos a las poblaciones bajo su control y administrando justicia a través de tribunales islámicos. La crisis es calificada como una de las peores emergencias del mundo, con miles de muertos y millones de personas que dependen de la asistencia humanitaria para sobrevivir.
Además de la insurgencia yihadista, la situación en el país se complica por la creciente inestabilidad política y la falta de apoyo internacional efectivo. Tras la retirada de las tropas francesas, que estuvieron presentes en la región durante años bajo la operación Barkhane, el gobierno de Traoré intentó forjar nuevas alianzas, incluyendo la controvertida colaboración con Rusia y el Grupo Wagner. Sin embargo, los resultados de estas alianzas aún no han sido palpables.
El impacto acumulativo de estos atentados transforma constantemente la estructura social del país. En regiones rurales como Barsalogho, Solhan y Djibo, las poblaciones viven bajo amenaza, con miedo de colaborar con las autoridades por temor a represalias de los grupos terroristas. Los yihadistas han aprendido a explotar este miedo, utilizando la violencia extrema como una herramienta para mantener el control sobre vastas áreas donde el gobierno central apenas tiene presencia.
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“Unidad y autosuficiencia en la lucha contra el terrorismo”
Hamdy A. Hassan es profesor de las universidades de El Cairo (Egipto) y del Zayed (Emiratos Árabes Unidos), copresidente del RC44 sobre Seguridad y Conflictos, y autor del libro Los dilemas de África: transición vacilante, terrorismo e interferencia externa.
–¿Cuáles creés que son las motivaciones subyacentes de las organizaciones terroristas que operan en Burkina Faso?
-En el contexto de la expansión de grupos yihadistas violentos y su movimiento hacia las regiones costeras del Atlántico, Ansarul Islam ha emergido como un jugador significativo en la escena yihadista local en Burkina Faso. Particularmente tras el ataque de diciembre de 2016 que mató a doce gendarmes en Nassoumbou.
Ansarul Islam, liderado por Ibrahim Malam Dicko, rápidamente captó la atención de las autoridades burkinesas después de reclamar la responsabilidad por el ataque de Nassoumbou. Al igual que la Katiba Macina—liderada por Amadou Koufa—en el centro de Malí, Ansarul Islam está compuesto principalmente por combatientes fulani. Aprovecha una retórica de “igualdad” y justicia para el grupo étnico. El atractivo de Malam Dicko radica en su representación como un “defensor de los pobres” y un “libertador” que desafía tradiciones restrictivas, una narrativa que resuena con las clases sociales marginadas. De hecho, el ascenso del grupo estuvo vinculado a debilidades locales en el uso de la tierra, la gestión de recursos, la exclusión social y tensiones étnicas, similar a las dinámicas observadas en Malí.
-¿Cómo se distribuyen estas organizaciones dentro de la región?
Esta insurgencia eventualmente llevó a conflictos sectarios a medida que los grupos yihadistas se integraron en las comunidades locales, contribuyendo al deterioro de la seguridad en Burkina Faso, especialmente a lo largo de su frontera con Níger. La expansión del yihadismo en el sureste de Burkina Faso, considerado el “granero,” se ve como un intento de los grupos yihadistas de alcanzar los países costeros que bordean el Atlántico. La ubicación central del país, que limita con cuatro países costeros con los que comparte lazos históricos, económicos y políticos, lo convierte en una puerta de entrada al Golfo de Guinea, facilitando la difusión y expansión de actividades yihadistas a lo largo de la costa atlántica.
– ¿Cumplen algún rol social?
-Las organizaciones terroristas como Ansar Islam en Burkina Faso pueden, de hecho, cumplir ciertos roles sociales dentro de las comunidades que influyen, particularmente a través de la divulgación religiosa y el mensaje ideológico. Este rol a menudo implica más que solo actividades militantes; se extiende a áreas de influencia social y compromiso comunitario.
-El entrevistado procede a enumerar:
Divulgación Religiosa e Ideológica (دعوة): Ansar Islam, similar a otros grupos yihadistas como ISIS y afiliados de al-Qaeda, emplea mensajes religiosos e ideológicos para ganar el apoyo y la confianza de las poblaciones locales. Realizan sermones religiosos, reuniones y eventos públicos para comunicar su versión de la gobernanza islámica, posicionándose como líderes que ofrecen una alternativa a la autoridad del estado. Estas actividades religiosas tienen como objetivo legitimar su presencia y construir una relación con los civiles, particularmente en áreas marginadas donde el estado a menudo está ausente o es débil.
Construyendo confianza social y legitimidad: Al distribuir literatura religiosa y participar en diálogos, organizaciones como Ansar Islam pueden crear la percepción de que están sirviendo no solo como fuerzas militares, sino también como protectores sociales y guías para la comunidad. Esto es similar a la distribución de materiales religiosos por parte de ISIS en Malí y Mozambique, lo que fortalece la aceptación y confianza local. La narrativa en torno a ofrecer justicia islámica, combinada con actividades de bienestar a pequeña escala como la distribución de ropa o alimentos, permite que estos grupos sean vistos como proveedores en lugares donde los servicios gubernamentales son inexistentes o ineficaces.
Inclusión étnica y representación social: Ansar Islam probablemente aprovecha la estructura étnica y comunitaria de regiones como Burkina Faso, como se ha visto con Jama’at Nasr al-Islam wal Muslimin (JNIM) y su alcance a múltiples grupos étnicos (por ejemplo, Fulani, Tuareg y otros). Se presentan como defensores de identidades étnicas y religiosas que han sido históricamente marginadas, lo que amplía su atractivo y fomenta alianzas interétnicas. Esto también puede servir para socavar la autoridad del estado y legitimar su gobernanza.
Desafiando la legitimidad del Estado a través de la gobernanza alternativa: Al ofrecer una alternativa a los servicios del estado, especialmente en regiones donde el control gubernamental es débil, grupos como Ansar Islam pueden intervenir para llenar el vacío. Esto incluye proporcionar servicios básicos o seguridad bajo la bandera de la gobernanza religiosa y presentarse como una alternativa más efectiva y justa al estado, que puede ser percibido como corrupto o desconectado de las realidades locales. De acuerdo con el ejemplo de ISIS en África Occidental, Ansar Islam también puede utilizar mecanismos de policía (como la aplicación de la Sharia) como parte de su agenda de construcción del estado, consolidando aún más su autoridad sobre las poblaciones locales.
Socavando a los competidores a través de la dominancia ideológica: Como se destacó, los grupos yihadistas a menudo compiten por influencia sobre las poblaciones locales a través de mensajes religiosos. Ansar Islam puede utilizar estrategias similares para socavar a grupos yihadistas rivales al ofrecer una narrativa competidora que resuena más fuertemente con las comunidades locales. El uso de la legitimidad religiosa se convierte en una herramienta no solo para la influencia social, sino también para desafiar la dominancia de otros grupos militantes.
-¿Cuál es tu opinión sobre la gestión del presidente Ibrahim Traoré en relación con la lucha contra el terrorismo?
-El enfoque del presidente Ibrahim Traoré para combatir el terrorismo en Burkina Faso parece combinar elementos de unidad nacional, alianzas militares regionales y un giro lejos de la influencia occidental hacia Rusia, principalmente a través de la colaboración con el Grupo Wagner. Sus esfuerzos por canalizar el legado de Thomas Sankara, conocido por su espíritu revolucionario y énfasis en la soberanía nacional, resuenan con la idea de movilizar a la población y al ejército para proteger la seguridad nacional del país. Este enfoque tiene como objetivo fomentar un sentido de unidad y autosuficiencia en la lucha contra el terrorismo, lo que podría tener impactos simbólicos y prácticos significativos, especialmente en un país que ha estado lidiando con divisiones internas.
-¿Podrías señalar algunos aspectos que te parezcan positivos?
Por un lado, al invocar el espíritu de Thomas Sankara, Traoré busca inspirar orgullo nacional y un esfuerzo colectivo para enfrentar el terrorismo. Esta narrativa puede ser poderosa para unir a grupos étnicos y sociales dispares contra amenazas comunes como las insurgencias yihadistas. La alineación de Traoré con las élites militares en el Sahel, particularmente a través de la nueva Alianza del Sahel, destaca su reconocimiento de la naturaleza interconectada del terrorismo en la región. Esta colaboración podría mejorar la coordinación de seguridad regional y mejorar las respuestas militares a actividades terroristas transfronterizas, aprovechando el conocimiento y los recursos compartidos.
El giro de Traoré hacia Rusia y el Grupo Wagner como alternativas al apoyo occidental tradicional podría ofrecer un conjunto diferente de herramientas y recursos en la lucha contra el terrorismo. La participación rusa, particularmente a través del Grupo Wagner, proporciona un modelo de asistencia militar más directo, potencialmente menos restringido por condiciones políticas vinculadas a la ayuda occidental. Para Burkina Faso, que ha visto declinar los esfuerzos de contrarrestar el terrorismo de Occidente en la región, este cambio puede ofrecer una solución más rápida, aunque controvertida.
-¿Y algunos desafíos?
Muchos. A pesar de los esfuerzos de Traoré, el aumento y la expansión territorial de organizaciones terroristas como JNIM y afiliados de ISIS en Burkina Faso y el Sahel en general representan un grave desafío. La reducción de la participación militar occidental, especialmente el papel reducido de Francia, ha dejado un vacío de seguridad que estos grupos han capitalizado.
La efectividad del apoyo ruso para llenar este vacío aún debe ser evaluada por completo, ya que los métodos de Wagner pueden no abordar los complejos factores sociopolíticos y económicos que alimentan el terrorismo en la región. Además, las operaciones del Grupo Wagner han estado asociadas con abusos a los derechos humanos en otras regiones, y su participación en Burkina Faso plantea preocupaciones sobre la posibilidad de tácticas militares represivas que podrían alienar a las poblaciones locales. Si tales tácticas son percibidas como opresivas, podrían socavar los esfuerzos de Traoré por unificar el país e inadvertidamente impulsar el apoyo a grupos yihadistas.
Y por último, si bien la alianza con Rusia y Wagner podría proporcionar ganancias militares a corto plazo, plantea preguntas sobre la sostenibilidad a largo plazo e independencia de la estrategia de seguridad de Burkina Faso. La fuerte dependencia de actores externos podría crear nuevas dependencias, comprometiendo potencialmente la soberanía nacional, un problema que podría contradecir el mensaje de autosuficiencia inspirado en Sankara de Traoré.
–¿Qué papel juegan los actores internacionales en la lucha contra el terrorismo en Burkina Faso? ¿Es más significativa la ruptura de relaciones entre Burkina Faso y, por ejemplo, Francia, para Europa Occidental, o pesa más la lucha de Traoré contra el terrorismo?
-Los actores internacionales han desempeñado un papel significativo en la lucha contra el terrorismo en Burkina Faso y en la región más amplia del Sahel. Su participación, a menudo centrada en intervenciones militares y de seguridad, ha tenido diversos grados de éxito, pero enfrenta desafíos crecientes, particularmente a la luz del paisaje político cambiante de Burkina Faso bajo el presidente Ibrahim Traoré.
En la última década, la región del Sahel ha visto el despliegue de más de 21,000 soldados internacionales, incluyendo misiones de mantenimiento de la paz de la ONU como MINUSMA, la Operación Barkhane de Francia y la Fuerza de Tarea Takuba, y varias misiones de entrenamiento de la UE. Estas fuerzas tenían como objetivo frenar el auge de grupos yihadistas como los afiliados de al-Qaeda y ISIS a través de operaciones militares, intercambio de inteligencia y entrenamiento de fuerzas de seguridad locales. Los actores internacionales, particularmente Francia, apoyaron el establecimiento de la Fuerza Conjunta del G5 Sahel en 2017, que buscaba fomentar la cooperación militar regional entre Burkina Faso, Mali, Níger, Mauritania y Chad. Esta iniciativa se centró en la coordinación de seguridad transfronteriza y la protección de las regiones fronterizas contra la expansión yihadista.
-¿Cómo se relaciona el intento de ayuda internacional con la impronta nacionalista de Traoré?
A pesar de estos esfuerzos, los actores internacionales han luchado por mantener un éxito a largo plazo. La militarización de la región no abordó los factores socioeconómicos y políticos que alimentan el terrorismo, y los grupos yihadistas han explotado las debilidades del estado y las quejas locales para expandirse aún más. La presencia militar occidental, especialmente de Francia, se ha vuelto cada vez más controvertida, lo que ha llevado a un sentimiento antioccidental y a una creciente resistencia de las poblaciones locales. La percepción de que estas intervenciones extranjeras sirven a intereses neocoloniales en lugar de abordar genuinamente la inestabilidad regional ha exacerbado la desconfianza, obstaculizando la efectividad de los esfuerzos de contraterrorismo.
-Y la ruptura de las relaciones con Francia.
El deterioro de las relaciones entre Burkina Faso y Francia, ejemplificado por la retirada de las fuerzas francesas, es un punto de inflexión significativo tanto para Burkina Faso como para Europa Occidental. La pérdida de Burkina Faso como aliado en el Sahel disminuye la capacidad de Europa para influir directamente en las estrategias de contraterrorismo en la región. El Sahel ha sido considerado un área clave para la seguridad europea debido a preocupaciones sobre los flujos migratorios y la expansión de redes yihadistas. Con la expulsión de las fuerzas francesas, Europa Occidental pierde un punto de apoyo crítico en la lucha contra el terrorismo en el Sahel, debilitando su arquitectura regional de contraterrorismo.
La decisión de Traoré de distanciar a Burkina Faso de Francia refleja un cambio estratégico, particularmente mientras fortalece los lazos con Rusia y el grupo Wagner para obtener apoyo militar. Este realineamiento puede ofrecer ganancias militares más inmediatas, pero conlleva sus propios riesgos, incluida la dependencia de actores externos que han enfrentado acusaciones de violaciones de derechos humanos y un compromiso cuestionable a largo plazo con la estabilización de la región. Sin embargo, el auge del nacionalismo y el sentimiento antioccidental podría fortalecer la legitimidad interna de Traoré, permitiéndole enmarcar su lucha contra el terrorismo como parte de una lucha más amplia por la soberanía y la independencia de las antiguas potencias coloniales.
-¿Qué pesa más?
-Esta ruptura de relaciones es más significativa para Europa Occidental, ya que señala un debilitamiento de la influencia europea en una región estratégicamente importante. La pérdida de presencia militar y asociaciones pone en peligro las operaciones de contraterrorismo de Europa y genera preocupaciones sobre la posible expansión de la inestabilidad más allá del Sahel.
Para Traoré, su enfoque en revivir el espíritu de autosuficiencia nacional y alinearse con actores internacionales alternativos como Rusia puede tener más peso en el contexto de los desafíos de seguridad interna de Burkina Faso. Su lucha contra el terrorismo se centra en restablecer la soberanía nacional y remodelar las alianzas del país. Sin embargo, este cambio se produce en un momento en que los grupos yihadistas están ganando impulso en la región, lo que plantea desafíos significativos que no pueden ser abordados completamente solo por medios militares.
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Durante el mandato de Blaise Compaoré, quien gobernó Burkina Faso entre 1987 y 2014, adoptó una postura más conciliadora hacia la población islamista en comparación con los métodos utilizados por las antiguas autoridades coloniales francesas. A diferencia de la represión sistemática que caracterizó el enfoque francés, Compaoré buscó una vía de diálogo que incluía contactos con líderes islamistas. Esta política, que fue criticada por algunos sectores, permitió a Burkina Faso mantener una relativa estabilidad en medio de un entorno regional cada vez más influenciado por el extremismo religioso.
Una figura clave en esta estrategia fue Moustapha Ould Limam Chafi, un asesor mauritano cercano a Compaoré, quien intervino en las negociaciones con estos grupos. Chafi, conocido por sus habilidades diplomáticas en la región, junto con el general Gilbert Diendéré, mantuvo conversaciones con líderes extremistas con el objetivo de liberar a rehenes que mantenían secuestrados.
Sin embargo, este enfoque pragmático hacia los grupos islamistas no estuvo exento de críticas. Algunos observadores consideraban que la cercanía de Compaoré a ciertos líderes extremistas podría tener efectos adversos a largo plazo. ¿Fue la disposición a negociar con grupos radicales una forma de tolerancia hacia el extremismo?
En noviembre de 2014, el panorama político cambió drásticamente. Protestas masivas derrocaron a Compaoré tras 27 años en el poder. Este golpe de Estado desató una ola de inestabilidad política que afectó profundamente al país. Su caída generó un vacío de poder que el yihadismo no tardó en aprovechar. Con el colapso del sistema de contactos y la falta de una estrategia clara para enfrentar a los grupos extremistas, Burkina Faso se vio sumido en una creciente crisis de seguridad.
¿Por qué Burkina Faso?
Una invitación a pensar en la fragilidad de las democracias liberales que se dan por asumidas en la lógica occidental. En general, los regímenes que surgieron tras las independencias en África, y particularmente en el caso de Alto Volta (nombre colonial de Burkina Faso, anterior a agosto de 1984), fueron regímenes neocoloniales. La independencia en esta región fue negociada, sin guerras de independencia, y las clases dominantes mantuvieron un alineamiento con la antigua metrópoli, continuando las políticas económicas de la metrópoli.
En este sentido, Sergio Galiana explica: “La colonización de África, que culminó en el siglo XIX, tenía como objetivo integrar las economías africanas en el mundo capitalista y en las lógicas del mercado global, especialmente en el mercado metropolitano. Las economías que se desarrollaron en África estaban principalmente diseñadas para satisfacer la demanda del mercado europeo. Alto Volta, por ejemplo, fue concebido como un territorio de mano de obra migrante para las plantaciones en países vecinos, impulsadas económicamente por Francia. Hoy en día, Costa de Marfil es uno de los principales exportadores mundiales de cacao, un producto que no es originario de África, sino de América”.
Y profundiza: “La economía colonial, por lo tanto, buscó fomentar ciertos productos para su venta en el mercado mundial. La colonización trató de romper con las formas de producción anteriores y de imponer una inserción en el mercado mundial centrada en la producción de bienes primarios para la exportación. Estas colonias se convirtieron en mercados para los países productores de manufacturas, especialmente en el caso de Francia, que enfrentaba dificultades en términos de mercado y tenía una industrialización retrasada en comparación con otros países industriales a principios del siglo XX”.
Cuando se habla de independencias negociadas, se refiere a que, aunque se otorgó la independencia política a estos territorios africanos, las bases económicas que estructuraron sus sociedades no se modificaron, permaneciendo insertas en la economía de la metrópolis. Respecto a la gestión de traumas históricos, se puede observar que algunos líderes, como Ibrahim Traoré, han intentado romper completamente las relaciones con el gobierno de Francia. Hay varios países que están en “lista de espera” para negociar los recursos de Burkina Faso, y Traoré ha declarado que están abiertos a negociar con Francia, pero no de la misma manera que se hacía anteriormente.
Su enfoque no está basado en la idea de vender el país al mundo, a pesar de que Burkina Faso es un país muy pobre y con pocos recursos naturales. La inserción de estas regiones en el mercado mundial se evalúa a partir de la expectativa de que haya recursos estratégicos para la producción y la exportación. Sin embargo, Burkina Faso carece de salida al mar, lo que complica la exportación de productos agrícolas.
Además, muchas de las lógicas económicas que se establecieron durante la colonización siguen vigentes, con la producción de bienes primarios para la exportación.
Burkina Faso tiene una historia política turbulenta. Para entender por qué el país no ha logrado establecer una democracia liberal en el sentido occidental del término, es fundamental remontarse a la figura de Thomas Sankara. Su llegada al poder fue en 1983 a través de un golpe de Estado, inspirado por el marxismo, el panafricanismo y la revolución cubana, buscaba transformar radicalmente el país. Fue él quien decidió renombrar la nación como Burkina Faso, que en las lenguas locales significa “la tierra de los hombres íntegros”.
Rechazaba la dependencia de la ayuda externa y abogaba por la autosuficiencia económica y la redistribución de la riqueza. Su gobierno implementó políticas radicales de redistribución de tierras, campañas de alfabetización masiva, vacunación y programas para la emancipación de la mujer, siguiendo un modelo similar al de Cuba en su revolución social.
Sankara concentró el poder en los Comités para la Defensa de la Revolución (CDRs), estructuras locales que organizaban a la población para participar en las decisiones del gobierno. Si bien en teoría estos comités representaban una forma de democracia participativa, en la práctica estaban controlados por el régimen de Sankara y no permitían una verdadera pluralidad política. Reprimieron duramente a la oposición, y aunque su gobierno tenía un fuerte apoyo popular, no permitía disidencia abierta ni elecciones multipartidistas.
Fue Blaise Compaoré, antiguo aliado y sucesor, quien terminó con el gobierno de Sankara en 1987 al asesinarlo. A pesar de que Compaoré organizó elecciones, su control sobre el aparato del Estado, los medios de comunicación y las instituciones judiciales aseguraba que el sistema político no fuera verdaderamente democrático ni competitivo.
Este periodo consolidó una tradición de gobierno autoritario, militar y centralizado, con una estructura estatal débil y dependiente de la figura de un líder fuerte. Las intervenciones militares siempre interrumpieron los intentos de democratización y, por ende, la creación de un Estado de derecho basado en la separación de poderes.
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“Recorrí millares de kilómetros. Vine para pedirle a cada uno de ustedes que pudiéramos poner juntos nuestros esfuerzos para que cese el depósito de cadáveres de la gente que no tiene razón, para que se borre el espectáculo triste de los niños que mueren de hambre, para que desaparezca la ignorancia, para que triunfe la rebelión legítima pueblos, para que se calle el ruido de las armas y que, por fin, con una sola y misma voluntad, luchemos por la Supervivencia De la Humanidad, y lleguemos cantar en coro al gran poeta Novalis:
‘Pronto los astros volverán a visitar la tierra de donde se alejaron durante nuestros tiempos oscuros; el sol depositará su espectro severo, volverá a ser estrella entre las estrellas, todas las razas del mundo se reunirán de nuevo, después de una separación larga, las familias viejas huérfanas se reencontrarán y cada día verá nuevos reencuentros, nuevos abrazos; entonces los habitantes del tiempo antaño volverán hacia la tierra, en cada tumba se despertará la ceniza apagada, por todas partes quemarán de nuevo las llamas de la vida, moradas viejas serán reconstruidas, los tiempos remotos se renovarán y la historia será el sueño de un obsequio a la extensión infinita’.
¡La Patria o la muerte, venceremos!”
Discurso de Thomas Sankara, pronunciado el 4 de octubre de 1984, ante la trigésimo novena sesión de la Asamblea General de la Organización de Naciones Unidas.