Sara Rus tenía 12 años cuando estalló la Segunda Guerra Mundial, y 17 cuando fue llevada a Auschwitz. Ya adulta y sobreviviente, tras mudarse a la Argentina, su hijo Daniel desapareció en manos de la Junta Militar. Sara se convirtió en una luchadora activa e incansable por los derechos humanos hasta el día de su fallecimiento, el 24 de enero de 2024. “De ama de casa pasó a ser una militante y lo tomó como un compromiso que cumplía con placer. Mi mamá hizo de su relato una terapia: cuanto más contaba mejor se sentía, le hacía bien”, contó Natalia Rus, su hija.
Fueron varios años en los que Sara no hablaba de lo que había vivido durante su infancia y adolescencia en Europa con la misma desenvoltura que la caracterizó más tarde. Esto cambió en los años ´90 cuando el director estadounidense Steven Spielberg llevó a cabo un megaproyecto donde realizó entrevistas a casi 52 mil sobrevivientes del Holocausto, y Sara estuvo incluida entre ellos. Presentó un testimonio de más de 6 horas. Su hija Natalia lo recuerda como “un antes y un después”. Luego de esa experiencia, no paró de expandir su historia.
“Crecer con ella fue muy lindo, porque siempre pudo contar sus sufrimientos con una sonrisa y con un mensaje positivo”, recuerda Natalia
Cuando estalló la Segunda Guerra Mundial, Sara era la hija de una familia de clase media judía en Lodz, Polonia, y tocaba el violín. Pero un día tuvieron que comenzar a usar una estrella de David en su brazo para identificarse, o más bien diferenciarse. “No se podía caminar por las veredas, solo por la calle, y lo más terrible era cuando veías que agarraban a los judíos más religiosos, que tenían un determinado tipo de ropa.Los tiraban al suelo y los hacían arrodillar frente a ellos”, contó Sara a Página/12 en 2022. Una de esas tardes, dos oficiales alemanes entraron a su casa y reventaron su violín contra la mesa en frente suyo.
No pasó mucho tiempo hasta que tuvieron que mudarse al gueto, donde todos los días veía a vecinos irse en manos de los alemanes y no volver jamás. En esos años, Sara perdió dos hermanos debido a la
desnutrición y las condiciones en las que vivían.

Los días en Auschwitz
En ese gueto conoció a Bernardo Rus, un hombre unos años mayor que ella que se había acercado a su padre. “Lo miraba con mucho interés y me encantaba escucharlo. Era muy inteligente. Me enamoré de él. En las conversaciones, recuerdo que siempre nos preguntaba a dónde pensábamos ir si sobrevivíamos a la guerra. Entonces mi madre le contó que tenía un hermano que vivía en la Argentina”, recordó también Sara. Él le hizo una promesa: si sobrevivían a la guerra se encontrarían en Buenos Aires el 5 de mayo de 1945. Sin embargo, su romance fue interrumpido en junio de 1944, cuando Sara fue trasladada al campo de concentración de Auschwitz.
El aviso llegó un día: la familia de Sara sería deportada del gueto inmediatamente. No podían comunicarse con sus allegados ni saber a dónde serían trasladados. Tras un largo viaje en tren donde no había espacio para moverse, las mujeres fueron separadas de los hombres. Esa fue la última vez que ella vio a su papá. Las mujeres fueron separadas en dos filas: las débiles y enfermas y las aptas para trabajar. Su madre, que tenía tifus, entró en la primera categoría, y Sara en la segunda. Al darse cuenta de lo que estaba pasando, fue corriendo a buscar a su madre, y milagrosamente, un alemán le permitió buscarla y quedarse con ella. Así comenzaron sus días en Auschwitz.
Después de dos meses, Sara y su madre fueron reubicadas para trabajar en una fábrica de aviones. Una madrugada, durante el trabajo nocturno, Sara tropezó con un riel debido al cansancio y resultó herida. Luego de eso no se pudo levantar más y la enviaron a la cocina a pelar papas, donde se quedó hasta el traslado a Mauthausen.
Sobrevivir al Holocausto
La estadía de ambas en el campo de concentración de Mauthausen duró hasta la fecha exacta que Bernardo le había mencionado a Sara años atrás: el 5 de mayo de 1945. Ese
día los soldados estadounidenses liberaron a los 85 mil prisioneros que se encontraban en el campo junto a ella y su madre. Sara pesaba 26 kilos, y le costó mucho volver a comer y a caminar. Había prisioneros que morían porque sus hígados no podían volver a tolerar la comida, pero ella logró recuperarse.

Fue poco después que llegó una carta de Bernardo. Decía que sobrevivió y que había decidido no casarse hasta encontrarse con Sara. Ella sintió que su destino estaba en Polonia junto a él. Sin embargo, como habían quedado en un principio, terminaron mudándose a la Argentina, donde vivía un tío de Sara que había escapado de la guerra. El país no aceptaba aún la entrada de judíos, así que iniciaron una travesía para ingresar a través de Paraguay, a donde llegaron desde Francia. Finalmente, se asentaron en Buenos Aires.
Debido al accidente que había sufrido en la fábrica de aviones, a Sara le dijeron que nunca tendría hijos, pero gracias a un médico argentino que la trató, al tiempo pudo quedar embarazada. El 24 de julio de 1950 nació Daniel Lázaro Rus, su primogénito, y luego de cinco años nació Natalia.
Sara se incorpora a Madres de Plaza de Mayo
Daniel Rus se recibió en la carrera de Física Nuclear en la Universidad de Buenos Aires y trabajaba en la Comisión Nacional de Energía Atómica cuando la Junta Militar tomó el poder del Estado en 1976. A sus 26 años, Daniel era militante en el Peronismo Revolucionario, y su familia estaba preocupada por él. Querían que se fuera del país, que escapase, pero él aseguraba que nada iba a sucederle. El 15 de julio de 1977, Daniel fue secuestrado durante un operativo ilegal por un grupo de tareas de la Armada.
“Creo que no hay dolor más fuerte que cuando te sacan a un hijo; eso cambió toda mi vida. Lo empecé a buscar por todos lados; viajamos con mi esposo al extranjero para encontrar alguna ayuda que interviniera con el gobierno argentino. Hablamos con senadores y diputados que trabajaban en Washington. Todos mandaban cartas preguntando por Daniel, pero nunca hubo respuestas”, contó Sara a Página/12.
“La historia de mi hermano nos atravesó a todos de una u otra manera. Mi mamá tomó eso como una bandera para activar y militar”, asegura Natalia.
Sara presentó un habeas corpus en la Justicia, fue al Ministerio del Interior y hasta le escribió al Papa, pero la mayor parte de su lucha empezó al incorporarse a Madres de Plaza de Mayo, cuando todavía sus integrantes eran pocas. Juntas, comenzaron a recorrer la plaza pidiendo por sus hijos, pero Daniel nunca apareció. Más adelante, una investigación reveló que podría haber estado secuestrado en el centro clandestino de detención montado en la Escuela Mecánica de la Armada (ESMA).

Cuando retornó la democracia en 1982, Bernardo aún guardaba esperanzas de que su hijo apareciera con vida dentro de los siguientes seis meses. Pasado ese lapso de tiempo,
enfermó de cáncer y falleció el 2 de mayo de 1984. Sara asumió la responsabilidad y la tarea de hacer conocer los horrores que vivió. Recorrió instituciones y se aseguró de que las nuevas generaciones estén al tanto de la historia que a ella la atravesó. “Fue muy lindo ver su evolución, yo siempre estuve muy orgullosa de ella. No tenía odio ni a los nazis ni a los militares y, sobre todo, no buscaba venganza”, cuenta Natalia.
Hablar con Sara
Sara Rus falleció el 24 de enero de 2024, pero meses más tarde, el Museo del Holocausto lanzó un proyecto inédito en el país y del que ella fue una parte fundamental. Cualquiera que asista al museo puede conversar con una imagen de Sara detrás de una pantalla y hacerle preguntas sobre su historia. Esto se logró gracias a un largo proceso de filmación que ocurrió en 2022, y en el que Sara tuvo que responder a más de 10 mil preguntas. “Hay un sistema que trabaja las respuestas y desglosa todo el testimonio en frases que funcionan como respuestas a los visitantes. Es maravilloso, es inteligencia artificial”, explica Natalia. “Fueron varios días de 8 a 10 horas de grabación, mi mamá ya estaba grande pero lo tomó como un compromiso laboral absoluto”, comenta.
En cuanto a la lucha por la memoria hoy en día, Natalia dice: “Tengo todo el miedo que no tuve cuando desapareció mi hermano. Veo que hay una amenaza tremenda y me da mucho miedo la reacción de la gente joven. Yo soy una militante por los derechos humanos y trabajo en la ex ESMA. El desfinanciamiento del gobierno amenaza todas las políticas de memoria, verdad y justicia. No quieren que sigamos adelante.”
También podés leer: “CARLOTA GARRIDO DE LA PEÑA. UNA CONSERVADORA REVOLUCIONARIA”
A pesar de la preocupación de Natalia, ella sabe que su madre quiso ser recordada con alegría y no con tristeza: “La mayor enseñanza que me dejó fue que a pesar de todo hay que seguir apostando al futuro y comprometerse con los derechos humanos. No se trata solo de decirlo sino también militar por ellos. Hay que seguir contando vivencias y hablando”.