Eugenio, 13 años. Actualmente es electricista.
Sonaba todo el día el Comunicado N°1 en la televisión, pero en casa no lo comentábamos mucho. Yo vivía con mis papás, mis dos hermanos y con mi abuelo en Dock Sud. Mi abuelo se espantaba cada tanto cuando tronaban bengalas en el cielo, se veían desde el patio de mi casa y provenían del cementerio de Avellaneda. Según me contaron, las usaban los soldados para encontrar a quienes se escondían dentro del predio. El viejo se asustaba porque le recordaba a la vieja República Socialista Soviética de Ucrania y a los estruendos de los grupos rebeldes ucranios*.
Estudiaba en un colegio técnico en Capital Federal pero era un alumno terrible. Repetí el grado que cursaba y mi papá me obligó a abandonar y ayudarlo a él en su trabajo, en ese momento era empleado de Entel. Hacíamos mantenimiento a los postes de teléfono. La policía merodeaba todo el tiempo por las calles, a veces hasta nos seguían a pesar de estar identificados y circular en cuadrillas. En más de una ocasión tuvimos que dejar de trabajar porque si nos veían un rato largo en el mismo lugar, nos amenazaban con encarcelarnos.
El 30 de marzo de 1982, la Federación de Obreros y Empleados Telefónicos de la República (FOETRA) convocó a una movilización a Plaza de Mayo por la terrible crisis económica, llegábamos todos los laburantes de a poco y estaba toda la plaza minada de milicos. El gremio desistió, eso se iba a convertir en una carnicería. Días más tarde, volvieron a convocar una concentración para manifestarse en contra de la Guerra de Malvinas. Todo esto generó en mí una inquietud. Era impresionante ver a la gente organizada contra el terror.
Mi hermano Eduardo era operario de la planta de Volkswagen y había empezado a militar en Política Obrera (hoy Partido Obrero). A veces me llevaba a las actividades nocturnas de agitación. Nos tocaba volantear de madrugada, con mucho cuidado. Íbamos en moto, tirábamos los volantes en las puertas de las fábricas y salíamos arando. No podíamos darlos en mano porque de ese modo sería más fácil para los grupos de tareas rastrearnos y chuparnos.
Para mediados del ‘82, participé con mis hermanos y mi papá de una huelga en la fábrica de Volkswagen, se desató una represión brutal y la policía nos detuvo. Pasamos toda la noche en el calabozo de una comisaría de Monte Chingolo, estaba lleno de charcos de agua estancada y de mosquitos. Nos tomaron declaración por separado y yo, inocentemente, decía a viva voz que era militante de Política Obrera. Supongo que esta situación no pasó a mayores porque el golpe ya estaba quebrado, se había perdido la guerra. Cuando nos largaron, fuimos a comer a la olla popular del barrio, estábamos cagados de hambre.
*Se les llamaba “ucranios” a los militantes de la tendencia fascista insurrecta que coqueteaba con la oligarquía polaca mientras aún funcionaba el sóviet de Ucrania.