Liliana, 12 años. Actualmente es maestra jardinera.
Estaba durmiendo en la habitación que compartía con mi mamá y mi papá hasta que me despertó un ruido muy fuerte, como el de una patada en la puerta de casa. De repente, un militar me dijo que me cubriera la cabeza con las frazadas y obedecí. Mientras estaba tapada sin ver nada de lo que estaba pasando, escuchaba ruidos de los propios militares muy fuertes y rápidos, después de que esos sonidos callaron y yo llorando por lo que escuchaba, me destapé la cara y vi a mi mamá sentada al lado mío con una venda en los ojos. Al desviar la vista al resto de la habitación, vi todo movido de lugar, era como si hubiesen entrado a robar, pero no, eran militares que vinieron a buscar a mi hermano Marcelo y se lo llevaron.
Tras lo sucedido, me invadió el miedo, el temor y mucha preocupación por Marcelo, mi querido hermano que siempre jugaba cada tarde. Así estuve algunos días hasta que mi papá recibió un llamado. Era una amenaza de que entregue a su hermano, quien me acuerdo que era gremialista y peronista, para así liberar a Marcelo. Mi papá negó y rechazó saber dónde estaba mi tío, en realidad sabía, pero no quiso revelarlo. Nunca entendí por qué prefirió salvar a su hermano y no a su hijo. Tras haber cortado la llamada, tuvimos que mudarnos de nuestra casa por si volvían los militares y nos refugiamos con unos familiares que vivían en el predio del INTA. Al mismo tiempo, acompañé a mi mamá a preguntar a conocidos del barrio si podían ayudarnos, pero nadie sabía.
A la semana del secuestro, salí con mi papá y mi mamá hacía una estación de servicio de zona oeste. Habían liberado a mi hermano, lo encontré con alivio porque estaba vivo, pero era imposible no ver las marcas de tortura en su cuerpo. A pesar de todo, volvimos a casa y así estuvimos cautelosos por un año.
En la noche del 19 de septiembre de 1977, me despertó un ruido de una persona que tocaba la puerta de mi casa. Al ver que era un grupo de militares, me oculté la cara ya que recordé lo que había pasado la última vez que los vi. Ellos hablaban con mi papá para decirle que buscaban a una persona del barrio y que sospechaban que podía estar en la casa. Al ver que no estaba esa persona, se querían llevar a Marcelo y a mi otro hermano, Gustavo, para terminar el procedimiento en una comisaría de la Castelar. Antes de que se vayan, otro militar dijo que dejaban a Gustavo porque era menor, tenía 17 años, Marcelo, ya mayor de edad, acompañó a los militares confiado de que lo iban a dejar ir rápidamente. Aún sigo esperando su regreso, sigo esperando y recordando cuando jugaba con él.