“Sumo no era una banda famosa, tocaban en diferentes lugares y les costaba un montón llenar un Obras”, comentó el periodista y escritor Omar Jalil en una entrevista con Ornitorrinco. El autor del libro “Luca Prodan: Libertad divino tesoro” intentó explicar con esta aclaración lo difícil que era alcanzar el éxito en la década del ’80; un dato que tal vez vuelve más espectacular la historia del italiano que se instaló en la memoria argentina.
Pero más allá de las dificultades de no contar con internet, redes sociales, estrategias de marketing e iniciar una carrera artística en el coletazo de una dictadura militar sangrienta, la estructura de aquel grupo de músicos inexpertos proponía un personaje muy atractivo en la figura de su líder; el cantante era un hombre imán para cada persona que estaba a su alrededor.
Prodan tenía la capacidad de leer con claridad los deseos ocultos de aquellos que lo acompañaban. A eso se sumaba la seducción que ejercía sobre su entorno y conseguía generar un combo explosivo: un empuje para romper con los más profundos límites autoimpuestos. Esa característica lo acompañó desde su juventud y fue lo que permitió imponer su carisma en la industria musical del país.
“Mi amistad con él fue un paréntesis formativo. Fue un tipo de alimentación que me hizo crecer desde el punto de vista de la sensibilidad”, recordó Massimo, un amigo de la adolescencia, en el documental Luca, La película. El film dirigido por Ramiro Espina cuenta con testimonios de la época en la que su familia vacacionaba en Tarquinia, Italia. Muchos de ellos, hoy lo recuerdan como alguien que cambió el rumbo de sus vidas.
El capítulo de las compañías femeninas merece un lugar especial en su biografía según explicó Jalil: “Me llamaron la atención las miradas sobre él que tenían sus novias, sus amigas. La relación que tenía con las mujeres era diferente, ellas fueron las que realmente le sacaban la ficha en cuanto a lo humano. Será porque con ellas era relajado, no sentía la necesidad de competir que por ahí tenía con los hombres”.
Un soplo de libertad que viró el rumbo del rock nacional
Argentina no supo escapar a su encanto, a pesar de la imagen un tanto fantasmagórica que mostraba al momento de su arribo en 1980 y que era producto de la abstinencia a la heroína. Su gran adicción. Los vecinos de Hurlingham, primero, y de Huaico, Córdoba, después, empezaron a sentir curiosidad por el tipo italiano que hablaba en inglés y no pronunciaba ni una palabra en castellano. Al menos durante los primeros meses.
Su búsqueda poco consciente de un entorno afectivo lo había vuelto amigable, sociable y un gran relator de anécdotas. Características irresistibles para una juventud argentina atada al terror de un gobierno de facto. Germán Daffunchio y Alejandro Sokol lo siguieron en la idea loca de armar una banda junto a Timmy MacKern y a la baterista inglesa Stephanie Nuttall. Así nació Sumo.
Luca les enseñó que no era necesario ser un intérprete virtuoso para tocar ante un público. Esto parecía imposible en un rock nacional progresivo, que era exclusivo de los que realmente sabían ejecutar instrumentos. “Él ya había escuchado ese tipo de música, pero le interesaba más eso de ‘hacelo vos mismo’ del punk”, ilustró, una vez más, el biógrafo.
Con el tiempo la agrupación adoptaría a Ricardo Mollo, Roberto Petinatto y Diego Arnedo. “Siempre fue como una guía para los más cercanos. Él les enseñó el camino a tipos que tenían mucho talento, pero que había que despertarlo y Sumo fue su escuela. Como compañero fue increíble“, señaló el escritor.
La génesis de una personalidad atormentada
La falta de afecto, su paso por el colegio pupilo en Escocia, la muerte temprana de su hermana, Claudia, lo volvieron una persona rebelde, triste y con un idealismo casi infantil. Según comenta Jalil: “Se desilusionó de los músicos que transaban con las grandes discográficas, pero después firmó con SBS y no con una firma independiente”, agregó. Bendita la incoherencia que vivía en el ser que era Luca.
Su magnetismo y falta de adaptación a lo socialmente establecido tuvo origen en la historia familiar. Leer aquel relato puede resultar más atrapante que cualquier guion de Quentin Tarantino. Un campo de concentración en China, torturas, desapego, adicciones y fluctuaciones económicas estridentes formaron en gran medida el carácter del compositor italiano. Nació el 17 de mayo de 1953 y falleció el 22 de diciembre de 1987.
“Lo que a mi me interesaba era correrlo del bronce, de esa imagen de semi dios en la que lo ubican los fanáticos. Quería mostrarlo más humano, con defectos y contradicciones. Era muy sensible, tenia amigos linyeras y se ponía tomar ginebra con ellos. Era uno más”, comenta Jalil que considera que la vida vertiginosa que tuvieron sus padres y hermanos forjó su personalidad atormentada, pero amable.
Aunque el punto que más resalta su biógrafo tiene que ver con la perspectiva de libertad que trajo al país: “La mayoría de las personas que conoció acá estaban limitadas por una represión sexual, entre otras. La dictadura provocaba esos males, hacía que la gente se auto limitara y Luca desataba esas energías que estaban reprimidas”, reflexionó.