Estimadxs lectorxs ¿leen historietas? ¿No? Pero me imagino que algún contacto habrán tenido con ella quizás, ¿no es así?
Por poner un ejemplo ¿podrían mencionar al menos a uno o dos personajes de historieta? Batman, está bien, ok. Superman, también vale. No estamos tan mal, ¡pensé que sería peor! Y les redoblo la apuesta… ¿Podrían decirme uno o dos personajes de historieta argentina? Mafalda, claro… ¿Alguno más? Ah claro, El Eternauta… Patoruzú también, es correcto.
Bastante bien hasta ahora eh. Pero aquí tengo la pregunta letal: ¿Podrían mencionar alguna obra o personaje de historieta argentina que no sea del siglo XX? O tal vez identificar alguna obra que no tenga 60 años (¡60!) de antigüedad… Si la respuesta es “no”, no hay problema. Para eso estamos los divulgadores de historieta (los hay, créanme). Y qué mejor que empezar por lo más selecto, por lo infalible. Los invito a hacer un viaje a la obra y la mente de quizás la más importante historietista argentina del momento: Sole Otero.
La hora de las brujas
Obviemos los rasgos biográficos que siempre suman caracteres y dicen poco. Solo digamos que Otero tiene unos 40 años (39 para ser más exactos) y que desde hace casi dos décadas está sumergida en narrar historias en viñetas. ¿Qué podemos encontrar en sus obras? Si tuviera que resumirlo, lo haría en dos grandes ideas. La primera de ellas es la de arborescencia. Presente tanto en su primera publicación (La pelusa de los días, 2015, editorial La Cúpula) como en su último lanzamiento (Walicho, 2023, editorial Salamandra – Penguin Random House).
Si hay algo que caracteriza a todas sus obras es una manera de narrar muy personal, en la que despliega paso a paso y en oleadas, gradualmente, los cambios que atraviesan sus protagonistas. Incluso desde sus primeros pasos como ilustradora infantil, pasando por su participación en los colectivos internacionales Historietas Reales y Chicks on Comics.
El segundo concepto se hilvana con el anterior y consiste en la simbiosis que la autora produce entre emociones, narrativa y color. Este aspecto es un poco más técnico, pero no menos importante. Dueña de un estilo muy propio, Otero ha logrado darle un protagonismo al color que resulta fundamental en sus obras. No solo por la decisión narrativa y estética, sino porque establece un puente intuitivo e inconsciente al mismo tiempo, entre la obra y sus lectores, tocando fibras emotivas incluso antes de que sus protagonistas hablen. Si a todo esto le sumamos una capacidad de crear personajes tridimensionales, complejos, que sienten, sufren, temen y aman, comprenderemos por qué ha sido traducida al francés, alemán e inglés, y por qué es publicada por una de las editoriales más importantes del mundo como Penguin Random House.
Con motivo de su última obra, Walicho, conversé con Sole Otero en un bar de la Ciudad de Buenos Aires, hace algún tiempo ya. Una de las primeras impresiones que tuve fue una sensación similar a la que experimenté al conocer a otrxs autorxs de la historieta nacional.
Son personas lanzadas al mundo al estilo heideggeriano o sartreano (tal como decía aquel filósofo francés de mirada indecisa: “Lo importante no es lo que han hecho de nosotros, sino lo que hacemos con lo que hicieron de nosotros”).
Pero Sole fue más allá de la expectativa y la experiencia: Tuve una fuerte impresión de estar frente a una persona despreocupada pero segura. Suave su voz y sus modos, pero firmes sus convicciones. Un par de ojos brillantes, llenos de ganas. Ojos de juventud, con un rocío de melancolía.
En Walicho, aparecen nuevamente los temas y recursos muy propios de esta autora, pero bajo el prisma del género de terror fantástico. Es una obra compuesta por nueve historias diferentes que transcurren en distintas épocas, en la que los personajes y las tramas se van entrelazando y superponiendo alrededor de tres hermanas brujas que desde finales del Siglo XVIII viajan a Argentina desde Europa.
-En el libro aparecen distintos tipos de magia, como la de las protagonistas, que es propia de Europa occidental. Pero también hay un personaje que es mapuche, incluso hasta nombrás a su Dios del fuego. ¿Incursionaste mucho en estos temas? ¿Qué otras influencias se pueden encontrar en este último trabajo?
-Estuve buscando un poco de información sobre mitología mapuche. Igual lo hice mas que nada estando en Francia el libro, no pude hacer la investigación que quizás hubiera podido hacer si hubiera estado acá. Me la jugué y tomé por encima esas cosas, tratando de ser respetuosa. Pero también hubo otras influencias en ese enfoque sobre la magia. Una fue leer una serie de fantasía que se llama La chica en la torre (Katherine Arden, 2022), que es parte de una trilogía de mitología rusa. Sucede en la Rusia medieval y representa una guerra entre la religión Católica Ortodoxa y las criaturas del animismo ruso. Por otro lado, Magnetizado (Carlos Busqued, 2018), una historia que me dejó completamente fascinada: cuenta cómo era la vida de su madre dentro de una secta medio evangelista. Me empecé a acordar de las cosas que encontraba en mi barrio, de salir a la calle cuando era chica y encontrar un mantelito con un platito y una rosa, y que mi mamá me dijera: “no toques eso porque es magia negra”. Até todas esas cosas con el propio diario íntimo de mi infancia. Además, claro, de haber leído Nuestra parte de noche (Mariana Enriquez, 2017) que también tiene esas influencias del Litoral argentino, pero que son parte de la brujería porteña, de barrio, de Argentina.
La experimentación y los caminos alternativos son distintivos clave de esta autora. Walicho es posiblemente su obra más ambiciosa en este sentido, ya que cada una de las nueve historias interconectadas está narrada con recursos estéticos y narrativos distintos y muy originales. Desde la elección de una paleta de colores, la disposición en la página y las diferentes tipografías, hasta las fisonomías y los cuerpos de sus protagonistas, se percibe un trabajo tenaz y perseverante por crear algo nuevo.
-Desde Naftalina (2020, Penguin Random House) tenés un volumen de producción muy desafiante, de entre 200 y 300 páginas. ¿Cómo es el camino para construir estos relatos?
-Elijo lo que quiero contar y me dejo llevar. No es que quiero hacer un libro largo porque sí. Tiene que ver con que me meto en algo que quiero contar y después eso me pide la cantidad de páginas. Me parece muy bello darle tiempo a las páginas para que tengan espacio de contar. Tengo la suerte de que mis editores no me suelen decir “hacé esto más corto porque sino nos va a salir muy caro”. En Francia, en particular, les gusta que los libros sean caros y que tengan tapa dura, cuanto más meten en el libro mejor porque la gente lo compra más, por el tamaño. En España quizás no tienen esa lógica pero tampoco existen los peros… Trato de no atarme en cuestiones de formato ni de tamaño de página. Hago lo que me sale y lo que necesito para contar. Después, cuando llevo el libro al editor, ahí veo. Sí me desafío cambiar el género de mis obras para moverme de la zona de confort. Busco darle alguna vuelta de tuerca a la parte del dibujo, de la narrativa o de la estructura como para probar algo nuevo. Si no aprendo algo nuevo cuando hago el libro, me desgano.
-En Walicho aparece el vínculo entre las mujeres y la brujería, que no se traslada a los varones ¿Por qué decidiste no incluirlos dentro del mundo mágico? ¿Cómo pensaste la magia desde lo masculino?
-Usé imágenes de los estereotipos históricos que hay. Desde lo que culturalmente se plantea qué es un hombre y qué es una mujer, qué es masculino y qué es femenino. Siempre se asocia la feminidad con la irracionalidad y al hombre con lo racional. Entonces, seguí esa línea también como una manera de criticarlo. No porque yo crea que un hombre no pueda tener un lado femenino en ese sentido, decidí seguir esa construcción. Hay varios personajes masculinos en el libro que hablan todo el tiempo de su racionalidad y de lo que les parece ridículo o increíble.
-Tu libro explica de una manera muy interesante la racionalidad insegura de los varones. Pero también en el mundo de la magia, en la mitología y en la fantasía existe un prototipo de mago estilo Gandalf.
-Si, es verdad. Pero yo quería hablar del animismo versus la religión oficial. Por ejemplo, Robert Graves, analiza la mitología griega y concluye que todas las mitologías eran muy femeninas en un principio, por la Madre Tierra, entre otras cuestiones. Ese es mi vínculo con las mujeres que hacen la magia en mi libro y los hombres son los de “la racionalidad”. La evolución del animismo y la interpretación de la naturaleza hacia una religión más formal vino acompañada del patriarcado. Se estableció desde la jerarquía: en los reinados y las jefaturas de las tribus, las mujeres que habían estado en un lugar de decisión y de poder fueron desplazadas. De todos modos, siento que hay cosas que hice muy inconscientemente.
-¿Cómo ves hoy a la mujer en la historieta, ya sea en Argentina o en Francia? ¿Es en todos lados igual?
-Depende del lugar. Hay algunos donde es una ventaja ser mujer, porque ahora hay muchas ganas de leer mujeres, en muchos contextos. También me choco con lugares donde se siguen amando las cosas como si fueran partidos de fútbol y aún no registran que hay mujeres; incluso muchos hombres que no leen a autoras mujeres. Una vez, en un aeropuerto, fui a la librería y encontré que había un stand de libros de política, otro de libros de literatura y otro de libros de mujeres. ¿Por qué Mariana Enriquez está en el de mujeres y no en el de literatura? Esa división todavía se hace y es muy ridícula. Quizás muchos hombres no se animan a leer cosas hechas por mujeres o les tienen rechazo, o les tienen idea.
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Espero haberlxs convencido de que en nuestro querido país existe una maravilla al alcance de la mano: la historieta nacional. Y qué mejor manera de comenzar este mágico recorrido que de la mano de Walicho de Sole Otero. Bon appétit.