“Esto ya es un santuario”, dijo una voz que intentaba pasar por la calle San José a la altura del 1100. Lo logró, aunque muy lentamente. Cada tanto, mientras se chocaba con la gente que también quería pasar, miraba algunas de las notas, carteles y fotos que las personas dejaron en las paredes, en frente de la casa de Cristina Fernández de Kirchner. Es imposible no verlas, es imposible no leerlas; a escasos metros de la casa de la ex presidenta, quién pasará los próximos años en prisión domiciliaria. Son las nueve de la mañana, y el frío es intenso. Es 18 de junio del año 2025, una fecha que será recordada en cada manual de Historia que quiera explicar el proceso político iniciado en el año 2003.
La calle San José se convirtió en algo más que una calle. Las paredes del edificio de Cristina Fernández de Kirchner así como las que están alrededor, se transformaron en un mural espontáneo de la memoria colectiva. Cartas escritas a mano, fotografías, mensajes varios; un paisaje distinto en un barrio tradicional en la Ciudad de Buenos Aires una postal de una Argentina que entre la incertidumbre y la nostalgia, dijo gracias.
La marcha que no, la concentración que sí
Desde este lugar, iba a salir Cristina Fernández de Kirchner hacia Comodoro Py; sin embargo, luego de que le concedieran la prisión domiciliaria, la marcha que iba a escoltarla hacia allí parecía innecesaria. La larga fila de personas que se esperaba, se transformó en una concentración inédita en la casa de CFK y otra multitudinaria en Plaza de Mayo. Qué importa si fueron cinco mil o medio millón de personas, no hubo anestesia posible que frenara a un sin fin de personas que se acercaron de todas partes del país.
La casa de Cristina es hoy fácilmente identificable a pesar de que no se sepa la dirección. En San José al 1100 todos los ojos estaban puestos en un balcón; el balcón que tantos comunicadores repudian porque le permite a la ex mandataria salir y saludar desde las alturas a quienes hasta allí se acercan.

Martín Caparrós escribió en el año 1991 en Página 12 una maravillosa crónica de cuando se encontró a Videla trotando en la Costanera “como si nada hubiese pasado”. El escritor narra las sensaciones de quienes ahí pasaban para ver si repudiaban que un asesino condenado por la Justicia viviera como si nada. “Pero acá el problema es el balcón”, me dice Juan, un mendocino que llegó anoche desde Tunuyán. “Es una cuestión de criterio”, me dice entre risas. En ese balcón no había nadie, de hecho estaba cerrado, y sin embargo todos estaban mirando hipnotizados, esperando a que ella saliera.
“Perdón, ¿Cuál es la casa de Cristina?”, me pregunta alguien. Ya te vas a enterar, le dice un hombre que pasó riendo por al lado nuestro. Quién preguntó fue Agustina, que llegó desde Córdoba sola. Se tomó unos días de vacaciones que le quedaban pendientes y no eligió casualmente a la Ciudad de Buenos Aires como destino.
El poder simbólico de ese balcón será noticia en los próximos años. Representará convocatorias, gestos políticos, discursos que quizás marquen la agenda nacional. Ahora, vacío y con las persianas cerradas ejerce una fascinación magnética digna de ser recordada. Rápidamente será parte de la liturgia peronista y un lugar de referencia.
Desde lejos
Juan es pampeano, jubilado, manejó casi siete horas porque “quería estar junto con mi esposa”. Usa anteojos y tiene los ojos cansados. No perdió la oportunidad de dejar una nota en el santuario que dice “gracias” y un corazón rojo dibujado con marcador. Juan cuenta que durante los gobiernos kirchneristas pudo acceder a una jubilación digna. Su esposa corta pedacitos de cinta y le dice que está tapando otro cartel. Es imposible no hacerlo, pero lo intenta cuidadosamente. Ninguno de los dos sabe si Cristina Fernández de Kirchner verá alguna vez esa nota pero “elijo creer”, comenta Juan.

A unos pocos metros de ahí, R. vino de Córdoba, llegó esta mañana y lleva un cartel que dice Milei culiadazo. “De los peores insultos que te pueden decir en mi provincia”, me cuenta mientras sostiene un cigarro armado en su mano derecha que está pronto a encender. Cree que proscribiendo opositores no se construye una democracia digna. Que la casta es la Corte Suprema “manejada por tres tipos”. Que este modelo neoliberal está “hambreando el país” y que necesitan a Cristina presa para tapar sus consecuencias. Al lado de él hay un cartel que dice “proscribirla no te llena la heladera”, una síntesis perfecta que contradice el 1,5% de inflación de mayo que publicó el INDEC esta semana.
El tuit que paralizó la calle
A las 11:05 de la mañana Cristina Fernández tuiteó: “¿puedo salir al balcón?(…)”. Segundos después se escuchan gritos de sorpresa, la gente desespera y se acerca hasta las inmediaciones. Los bombos y las trompetas se apagan rápidamente. Silencio. Las personas dicen por lo bajo que “parece que sale”. Pero no. Como si fueran fieles esperando una aparición, miles de personas contuvieron la respiración, dirigieron sus celulares al balcón vacío y aguardaron una señal que no llegó. Pero no importó, en cuestión de segundos los bombos volvieron a sonar así como la gente empezó de nuevo a cantar.
Nati está desde temprano, se la ve emocionada. Resopló cuando se dio cuenta que fue una falsa alarma y que CFK no salió al balcón. Egresó de la carrera de Trabajo Social en la Universidad Nacional de la Matanza, donde vive y me explica que “pudo tener una infancia feliz porque se dio cuenta de que podía soñar”. Hoy es la primera generación de universitarios en su familia. Es una laburante, se define como una mujer común, con padres comunes, que lucha por tener una vida mejor. Cree que Cristina le inculcó algo muy peligroso: la esperanza. Hoy no tiene trabajo producto de los constantes recortes en los programas sociales que el Estado Nacional promovía.
A unos metros, Teo aprovechó el santuario para dejar una nota de agradecimiento. “Con Cristina tuve mi primera compu, mi primera antena de tele”, me cuenta. También agrega que sus abuelos pudieron jubilarse. Remata el testimonio contando que gracias a la ley de Identidad de Género promulgada en 2012 “ahora me llamó Teo en todos mis documentos”.
Un balcón, un santuario y algo más
Lo que comenzó como una concentración política convocada a las 10 am en San José al 1100, se convierte en algo más profundo. Un espacio de memoria colectiva donde un balcón, cada cartel, cada foto, cada mensaje representan una historia personal atravesada por la política. Desde distintas partes de la Argentina muchas personas se acercaron, en un contexto marcado por la pérdida del poder adquisitivo y sueldos que pierden mes a mes capacidad, para simplemente estar. “Teníamos que venir porque la queríamos mucho” dice Natalia que dejó a su madre al cuidado de uno de sus hermanos en La Banda, Santiago del Estero.
Las paredes de esa parte del barrio de Constitución ya no son simplemente paredes: son las páginas de un libro colectivo donde miles de argentinos escriben su versión de la historia reciente. Un libro que se seguirá escribiendo, con la urgencia de quien sabe que eso es política. En ese espacio, en esas calles, entre la nostalgia y la esperanza, entre la bronca y la ternura, se dibuja el retrato de una Argentina que no quiere olvidar.
No hubo protocolo que pudiera frenar esa marea infinita de personas que se acercaron a San José al 1100 y luego fueron a Plaza de Mayo. No hubo protocolo pese a la provocación constante de revisar los micros que llegaron a la Ciudad para acompañar a Cristina Fernández de Kirchner. Tampoco hubo protocolo a pesar de la resolución impuesta por Patricia Bullrich del 17 de junio que habilita de forma discrecional cualquier requisa sobre cualquier persona en cualquier circunstancia. No hubo protocolo porque no se pudo. Y no se pudo por la cantidad de personas que eligen qué y cómo sin que nadie les imponga.
Un cartel que orienta el tránsito dice en plena calle “ceda el paso”. Imposible por la cantidad de personas. Como dijo el encargado del hotel ubicado en San José 1085, “olvídate, no se puede pasar. No se puede pasar y punto”.

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