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    El precio de ser distintx

    Tiempo de lectura: 10 minutos

    La vida de Cintia Marta Villalba, como la de muchas personas travestis y trans en Argentina, es un testimonio de la lucha constante contra una sociedad patriarcal que, a pesar de los avances legales, sigue marginando y violentando a quienes no encajan en sus moldes. Nacida y criada en Bragado, una pequeña ciudad en la provincia de Buenos Aires, empezó a enfrentar la discriminación desde muy joven. “Me cortaban el pelo bien cortito, casi como un militar, más como si fuera un varón que como una mujer”, recuerda sobre los primeros años de una vida marcada por la imposición de una identidad ajena.

    En Argentina, la expectativa de vida de una persona trans apenas alcanza los 35 a 40 años, una cifra alarmante que contrasta con la media nacional de más de 75 años. Esta realidad está profundamente arraigada en una serie de problemáticas que van desde la falta de acceso a empleo digno hasta la violencia física y verbal en la vía pública. Cintia conoce muy bien estos problemas: cuando comenzó a vestirse de mujer fue arrestada por la policía más veces de las que recuerda. Tenía 16 años.

    Cintia Marta Villalba (de amarillo).
    Cintia Marta Villalba (de amarillo).

    El acceso al trabajo formal es prácticamente inexistente para la mayoría de las personas trans en Argentina. Según la Fundación Huésped, el 70% de las personas trans no tiene un empleo registrado, lo que obliga a muchas, como Cintia, a recurrir a la prostitución como única alternativa de subsistencia. “Los hombres que salían conmigo lo hacían a escondidas”, dice, relatando cómo la clandestinidad y el estigma acompañaron sus relaciones y la expusieron a situaciones de abuso y violencia.

    La crisis habitacional es otro de los problemas sufridos por la comunidad travesti y trans. Cintia ha vivido en condiciones de extrema precariedad, una situación que es común entre quienes son rechazados por sus propias familias. “Nunca tuve ayuda del colectivo trans”, confiesa, destacando la soledad y el aislamiento que caracterizan la vida de muchas personas trans en el interior del país.

    Actualmente, Cintia se encuentra cumpliendo una condena en una cárcel de máxima seguridad, Sierra Chica, un lugar donde, según sus palabras: “no aprendes a mejorar, sino a delinquir mejor”. 

    -¿En qué momento de tu vida te diste cuenta que tu identidad no coincidía con tu sexo biológico?

    -Yo tenía alrededor de 6 años cuando iba a la primaria y les escribía cartas a los varones. Fui criada en Bragado, una ciudad en la provincia de Buenos Aires, cerca de Luján. Mi papá era policía y, en ese momento, precisamente comisario. Bueno, ahí es donde todo comenzó en mi vida.

    -¿Cómo fue la relación con tus papás?

    -Al criarme en un entorno policial, fui bastante discriminada desde pequeña. Mi papá me inculcó que tenía que ser un nene y me regaló juguetes de varón, como revólveres y soldados. Recuerdo que en ese entonces vendían unas muñequitas que costaban dos australes, y yo las compraba a escondidas. Jugaba con ellas todas las tardes mientras mi papá dormía la siesta. Un día, se levantó y me encontró vestida de mujer, y ahí empezaron los problemas. Me cortaban el pelo bien cortito, casi como un militar, más como si fuera un varón que como una mujer. Después, me llevaron a hacer tratamientos médicos porque sufría una enfermedad desde chiquita, y una vez al mes tenía que ir a La Plata para recibir tratamiento. En un momento, estuve internada durante un año y cuatro meses.

    -¿Qué pasó después?

    -Luego, al volver a casa, los médicos le dijeron a mi papá que había nacido con hormonas más femeninas que masculinas. Cuando mis padres se separaron, mi mamá me llevó a vivir a América Rivadavia, su ciudad natal. Ella siempre me aceptó, pero mis hermanos no. Crecí enfrentando la discriminación dentro de mi propia familia, hasta que a los 16 años decidí vestirme de mujer. No me importó nada y salí a la calle así. Para ese entonces, ya había comenzado un tratamiento hormonal a escondidas, tomando anticonceptivos para que me crecieran los pechos. Todo lo femenino lo hacía en secreto, obviamente.

    -A partir de la primera vez que te vestiste como mujer, ¿qué empezó a cambiar en tu vida y tu entorno?

    -El proceso de aceptación fue terrorífico. Cuando empecé a vestirme de mujer, la policía me llevaba presa y mi madre tenía que ir a buscarme. Me dejaban días en la comisaría, siendo que era menor de edad. Después vino la discriminación: en la calle te llamaban “puto” y la gente se daba vuelta para reírse. Aunque parecía una chica, a nadie le importaba.

    Los hombres que salían conmigo lo hacían a escondidas. Pasé por situaciones donde me sentía violada, porque al no tener trabajo, algunos abusaban de mí. A veces, no me querían pagar o me dejaban caminando muy lejos. Era chica, y me acuerdo que después de una salida con un cliente, me encontré con 15 o 20 tipos que me esperaban. Me pegaron y me obligaron a tener relaciones con ellos.

    Cintia en el penal de Sierra Chica.
    Cintia en el penal de Sierra Chica.
    -¿No tenías otras opciones además de la prostitución?

    -A los 18 años, me fui a vivir a Santa Rosa, La Pampa. Me hice de novio, pero también tuve que prostituirme porque no tenía otra manera de vivir. La sociedad no te da trabajo, ni te deja estudiar ni hacer nada. A los 26 años termine lo que sería el tercer año del secundario, como ya era mayor, solo podía ir a la escuela para adultos.

    -¿Cómo es vivir constantemente en un ambiente tan hostil?

    -La discriminación sigue existiendo, a pesar de los derechos de igualdad. Actualmente, estoy pagando una condena por una pelea en la que fui la víctima. Estoy en una cárcel de máxima seguridad por un año y cuatro meses porque mis vecinos decidieron romperme los vidrios y escribirme insultos en las paredes. En vez de defenderme, la policía me pegó, y cuando me defendí, dijeron que me resistí a la autoridad. Así que, todavía sigue habiendo discriminación.

    Hace ocho años, fui presa porque mi propia familia me hizo una trampa para quedarse con mi casa, ya que mi mamá no vivía más. Me mandaron casi cuatro años presa, durante los cuales aprendí a manejarme dentro de una cárcel, como lo estoy haciendo hoy en día, porque la discriminación es algo que no solo afecta a una chica travesti, sino también a muchas mujeres maltratadas.

    La discriminación sigue existiendo, y hay personas que discriminan por ser diferente y creen que tienen la razón. Hoy en día, estoy pasando por este proceso en la cárcel. Me mandaron aquí a pesar de tener una patología de enfermedad. En los penales no te ayudan los médicos, y debes estar a punto de morir para que te saquen. Permiten que dentro de un lugar como este, ocurran cosas peores que en la calle. Dentro de una cárcel, no aprendes a mejorar, sino a delinquir mejor.

    -¿Cómo es estar presa en una cárcel de hombres siendo una mujer trans?

    En cuanto a la cárcel, he trabajado dentro de ella, como pintar la iglesia para el padre Peter Oliver. He trabajado para el director del penal en extramuros y me gané beneficios hace 8 años cuando pasé por este lugar. Hoy en día, la cárcel ha cambiado muchísimo. No la maneja la policía, sino los presos. Debes pedir permiso para todo, no al policía, sino al preso.

    Hoy estoy en la cárcel por una simple pelea en la que fui la víctima. Hay gente que viola, mata, y tiene arresto domiciliario. Dentro de la red domiciliaria, siguen vendiendo y practicando la cocaína. La diferencia está en la condición sexual. Me pregunto si alguna vez quise tener hijos, si fui feliz. La respuesta es sí, muchísimas veces. Tuve oportunidades lindas y las supe aprovechar, tal vez no siempre. Cometí errores de juventud, pero hoy en día, la soledad me acompaña bien.

    -¿Cómo fue tu experiencia al salir de la cárcel y enfrentar la vida nuevamente, especialmente después de haber pasado por situaciones donde sentiste que la gente no creía en tu historia?

    -Desde los 6 años, me sentaba al orinar. Hay chicas travestis que son tipos con pollera porque no les importa. Hay chicas travestis que son muy lindas y actúan también como hombres. En la vida, hay una colección de todo: mujeres lesbianas, heterosexuales, bisexuales, homosexuales, hermafroditas, de todo un poco.

    Nunca tuve ayuda del colectivo trans. Soy la única chica travesti en América, Rivadavia, provincia de Buenos Aires. Hay homosexuales que ya están casados y no tienen problemas, pero el problema es conmigo por ser una chica vestida de mujer. Llegué a tener varias parejas, y fui creciendo y manejándome de otra manera. Cuando salí de la cárcel en 2015, me hicieron una nota en “La Cornisa” y en “Anabel”, pero no figura. La gente creyó que en un penal yo había estado bien porque la policía me dio trabajo, y la maestra también, pero nunca conté la verdadera historia de la cárcel. Sabía que en algún momento la vida podía volver a caer como ahora, por una estupidez.

    Cintia en su infancia.
    Cintia en su infancia.
    -¿Esta forma de ver la vida cambió?

    -Hoy en día, no necesito colgarme al amor de ningún hombre para sentirme segura de que puedo ser una mujer o una chica distinta. La vida me hizo un hombre distinto y una mujer diferente. No necesito el amor de ningún hombre. Lamentablemente, no pensé así cuando era más joven; me hubiese evitado muchísimos problemas.

    Es imposible cambiar la condición de ser travesti u homosexual. No es una profesión, es una condición. No hay psicólogo que pueda remediarlo, porque nacemos con hormonas masculinas y femeninas, y con un sentimiento encontrado distinto. Pasé por psicólogos y religiones, y el resultado es el que ves. Estoy dispuesta a hablar de todo, desde la calle, la cárcel, lo que es un boliche, un cabaret, la noche, la tarde, la mañana y lo que es el anochecer y la salida del alma.

    -¿Tenés proyectos a futuro? ¿Ganas de formar una familia?

    -Si me preguntas si alguna vez quise tener hijos, la respuesta es sí. Tengo un ahijado que se llama como me llamaba antes de cambiar mi nombre. Tiene casi 3 años. Para tener un hijo, tendría que haber estado con una mujer, pero desde que tenía 12 años tomé anticonceptivos para no producir hormonas masculinas. Es imposible poder procrear y, además, tendría que sentir atracción por una mujer, cosa que no me sucede. En cuanto a mis proyectos de vida, quiero salir de este lugar y tener un negocio para llevar una vida tranquila. Sumar lo que suma y restar lo que resta.

    Camila Mitre
    Camila Mitre
    Soy periodista y fotógrafa, además de la editora general de Ornitorrinco. Especialista en Moldavia, Transnistria y Gagaúzia.

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