Con apenas cuatro años de edad, Fatma Galia vio los camiones militares marroquíes estacionar junto a su casa, en la tierra que la vio nacer, el Sahara Occidental. Esos camiones significaban que el reino de Marruecos había lanzado la Marcha Verde, un operativo militar que consistió en el traslado masivo de civiles al territorio saharaui en 1975. En esos días comenzó algo que dura hasta el día de hoy: la ocupación ilegal del Sahara Occidental por parte del régimen de Rabat.
La Marcha Verde fue la aplicación sistemática por parte de Marruecos de bombardeos y del desplazamiento forzado de población saharaui. España, que se esfumó del territorio de un día para otro -no sin antes firmar los denominados Acuerdos Tripartitos con Rabat y Mauritania, ilegítimos a nivel internacional-, dejó a los y las saharauis en manos de una monarquía que no tuvo piedad con ellos.
“Meses después empezaron a plantar minas y a envenenar los pozos de agua en donde vivía mi familia materna. Vino el ejército del Frente Polisario y nos fuimos a los campamentos de refugiados”, cuenta Fatma en Buenos Aires, donde participó de una conferencia de medios de comunicación y periodistas solidarios con la causa saharaui.
En ese entonces, Fatma vivía con sus abuelos maternos en una aldea pegada a la frontera, cerca de El Aaiún, capital histórica saharaui. Todavía en ese tiempo la potencia que dominaba esas tierras era España. En Marruecos, el rey Hassan II aplicaba una política interna represiva que dura hasta la actualidad y es sostenida por su hijo, el monarca Mohamed VI.
Fatma integra la Unión Nacional de Mujeres Saharauis (UNMS) y preside la Liga de Periodistas y Escritores Saharauis en Europa, recuerda que las tropas invasoras “fueron donde estaba el ganado de mi familia y empezaron a bombardear y a matar a los animales. Las balas sacudían el agua del río. Me di cuenta que estaba ocurriendo algo grave, pero no sabía nada de la guerra y no tomé conciencia de aquello porque era una niña”.
El largo viaje
Aunque cuando se habla del Sahara la representación -desde el pensamiento occidental- es un gran desierto habitado por beduinos en camellos, la realidad es otra: el territorio saharaui tiene una extensa costa marítima donde hay abundantes bancos de peces. Además, en el suelo hay inmensas cantidades de fosfato que, desde 1975, Marruecos explota ilegalmente. En el Sahara Occidental, aunque la presencia del desierto es apabullante, también hay tierra fértil, ríos y oasis para la agricultura.
El pueblo saharaui está conformado por alrededor de tres millones de personas y se encuentra disperso en tres partes: en los territorios ocupados por Marruecos, en su diáspora en Europa y en los campamentos de refugiados en Tinduf, al sur de Argelia. A este último lugar se dirigió Fatma luego de que el Frente Polisario, la organización política y militar que representa a los saharauis, la rescató. “Fue un trayecto de casi un mes entre caminar e ir en las caravanas de camellos hasta llegar a la frontera argelina. Ahí nos estaban esperando unos camiones que nos llevaron a los campamentos de refugiados”.
Atrás habían quedado sus abuelos, su casa, una parte importante de su vida. “Mi familia se separó hasta ahora. La familia con la que fui criada quedó en los territorios ocupados”, dice. En los campamentos de Tinduf, Fatma se reencontró con su madre y su padre.
En la actualidad, al menos doscientas mil personas viven en la “hamada” argelina. Desde 1975, esa población demanda que la Organización de Naciones Unidas (ONU) realice el referéndum por la autodeterminación del Sahara Occidental, acordado en 1991 durante los acuerdos de paz entre el Frente Polisario y la monarquía de Marruecos.

Fatima asegura que crecer en los campamentos “fue un impacto bastante doloroso, sobre todo por la separación de las familias que quedaron divididas. No hay familia saharaui que no tenga a parte de su familia en los territorios ocupados”. Para la población desplazada, levantar desde la nada los campamentos no fue una tarea fácil. Fatma explica que el desierto que los recibió era muy diferente a su tierra: “De vivir al lado de un oasis, con agua, cerca de un río, de ir a veces a El Aaiún y tener libertad de circulación, a estar estables, sedentadizarnos, pero en vez de en una ciudad en un campamento de refugiados con tiendas de campaña, sin luz y sin agua”. En el sur de Argelia, los veranos son abrazadores, con temperaturas que superan con creces los cuarenta grados.
Para ese momento, la guerra entre el Polisario -con el respaldo de Argelia y, en un principio, Libia- y Marruecos era abierta y conmocionaba a África.
Otros viajes
Fatma estuvo un año en los campamentos y luego la enviaron a estudiar como interna en un colegio argelino. Volvía a los campamentos solamente para las vacaciones de verano y primavera.
Desde casi el inicio de la lucha de liberación del Frente Polisario, varios países les brindaron apoyo, pero sólo uno en América Latina: Cuba. El gobierno de Fidel Castro envió médicos y maestros a los campamentos. Y también abrió las puertas de la isla caribeña. “A los diez años me enviaron, junto a quinientos estudiantes, a Cuba, donde volví a ver el paisaje que dejé en mi infancia. Estudié la primaria, la secundaria, los cursos de bachillerato y dos años de periodismo. En Cuba estuve nueve años, pero hay gente que estuvo catorce o quince años. Teníamos conciencia de que teníamos que estudiar rápido y aprobar porque nuestro país nos necesitaba para trabajar”.
“Empecé a sumarme a la militancia cuando estaba en Cuba -cuenta-. Es cuando entiendo por qué mi país estaba dividido y por qué nos tuvimos que ir a Argelia. Entendí el pasado para comprender el presente”.
En 1991, con las esperanzas saharauis puestas en el referéndum auspiciado por la ONU, Fatma retornó a los campamentos. En la radio nacional saharauis trabajó como locutora y conductora de un programa de entrevistas y noticias. Además del árabe, el pueblo del Sahara Occidental habla castellano, su segunda lengua aprendida de la colonización española.
Aunque muchos estudiantes volvían a Cuba, Fatma se quedó, y el Ministerio de Educación saharaui la envió a estudiar la carrera de Periodismo al País Vasco. “Llegué en 1992 y empecé de nuevo, porque el programa de estudio era diferente hasta que me licencié. Hice también cursos de doctorado, pero no pude terminar la tesis porque no tenía becas ni medios, y me establecí ahí hasta ahora”.
En el País Vasco, se sumó a la lucha en defensa de los derechos humanos de los saharauis en los territorios ocupados por Marruecos. En España, la integrante de la UNMS se encontró con comunidades enteras que no tenían noción de qué era el Sahara Occidental, aunque Madrid ocupó ese territorio entre 1884 y 1975. “Lo que hizo España fue borrar esa parte de la historia de los libros de textos escolares -asevera-. Pero no se puede tapar el sol con un dedo. Hemos vivido la dictadura de Primo de Rivera, la dictadura franquista y en 1975 España nos traiciona porque vende nuestros territorios a nuestros vecinos y deja a los saharauis sin nada”.
Aunque España legalmente es la potencia colonizadora del Sahara Occidental, “nuestro territorio no se ha descolonizado. Mis padres y mis abuelos tienen documentos españoles y son conciudadanos españoles, que no son protegidos por el Estado español”, resume Fatma.
Mujeres empoderadas
Creada en 1974, la Unión Nacional de Mujeres Saharauis es uno de los motores principales de la lucha en el Sahara Occidental. Con cualquier poblador saharaui que se hable, reconoce que las mujeres se convirtieron en las organizadoras fundamentales de los campamentos en medio del desierto.
“La UNMA abarca a todas las mujeres saharauis, estén en los campamentos, en los territorios ocupados o en la diáspora -señala Fatma-. Debido a mi activismo, cuando era estudiante de periodismo impartía charlas sobre las mujeres saharauis para visibilizar su papel, contar que siempre están en la primera línea y que son ellas las que llevan la batuta en los campamentos”.
Desde hace cincuenta años, las mujeres saharauis atraviesan un camino minado de obstáculos, pero iluminado por la luz de su lucha. ¿Qué desafíos tienen hoy esas mujeres? Fatma responde: “Uno de los mayores es la supervivencia. ¿Cómo fue posible cumplir un rol en uno de los desiertos más inhóspitos de la tierra?”. La periodista y activista explica que como mujeres que profesan un islam moderado no vacilan en considerarse “empoderadas”. “Eso es un desafío ante la coyuntura árabe -reflexiona-. Las mujeres saharauis cumplimos el rol en términos de igualdad de género. Intentamos hacer un feminismo islámico moderado que aboga por los derechos de las mujeres y su liberación y emancipación. Y todo tiene como meta principal la lucha por la independencia, porque queremos que nuestro pueblo regrese a su tierra natal”.

Una guerra que late
A finales del año 2020 estalló por el aire el acuerdo de paz firmado en 1991, que detuvo la guerra entre el Polisario y Marruecos. ¿La razón? La violación marroquí del territorio saharaui liberado, en este caso en el paso fronterizo de El Guerguerat, que conecta con Mauritania. El 21 de octubre de 2020, un grupo de civiles saharauis bloqueó el paso fronterizo con el objetivo de frenar el tráfico ilegal de mercancías y, como lo denunció el propio Frente Polisario, de drogas, ya que la utilización de esta brecha de territorio de apenas cinco kilómetros por parte de Marruecos incumple los acuerdos alcanzados en el marco de la ONU.
Fatma explica que la actual guerra no tiene “implicación en los campamentos de refugiados, porque estamos protegidos por el territorio argelino. Pero los saharauis que en los territorios liberados viven cerca de un muro que construyó Marruecos en la década de 1980 y tiene 2700 kilómetros, con alambrados, minas antipersonales y radares”.
Buena parte del equipamiento que blinda el denominado “muro de separación” es provisto por Israel.
“En esta segunda guerra, que ya va a cumplir cinco años, Marruecos utiliza la tecnología para matar. En vez de utilizar la tecnología contra el hambre o para un desarrollo humano, la utiliza para matar -sostiene Fatma-. Tiene drones que hacen avistamientos y cuando ven un coche o un camión, les da igual que sea militar o de civiles, bombardean. Hay muchas bajas saharauis, especialmente civiles”.
La representante saharaui opina que “cuando el poder militar no es el mismo, es como luchar contra un enemigo invisible, porque ellos llegan con sus drones, bombardean y luego se esconden. El muro está custodiado por sesenta y cinco mil soldados marroquíes que viven en trincheras. Tienen ese muro que los protege, pero los saharauis de vez en cuando hacen maniobras militares y bombardea puntos estratégicos y bases marroquíes. Pero la monarquía ha ocultado la guerra, entierra a sus muertos en el Sahara para no llevarlos a Marruecos. Los medios de comunicación contribuyen porque también silencian la guerra, al igual que muchos conflictos que están silenciados a nivel internacional. Tenemos ese bloqueo informativo, por eso necesitamos visibilizar que todavía hay una guerra que late”.
El futuro
¿Cómo llenar de esperanzas el futuro? ¿De dónde aferrarse para seguir creyendo que la libertad y la independencia son posibles? ¿Cómo transmitir ese fuego de una lucha de cinco décadas a las nuevas generaciones? Estas preguntas conviven diariamente con los y las saharauis. Fatma tiene algunas respuestas: sabe que los más jóvenes en los campamentos “tienen otras necesidades, pero también tienen conciencia de continuar en la misma lucha porque es son la generación del relevo”.
En los campamentos, cuenta Fatma, la mayoría de los jóvenes son licenciados porque fueron a estudiar a otros países. “El problema es que estudias una carrera y llegas, y no hay ni empresas ni fábricas en los campamentos, entonces eso cansa -reconoce-. Se puede aguantar cinco o seis años, pero no se puede aguantar toda una vida viviendo de las ayudas internacionales y de la caridad. Los jóvenes también plantean emigrar a Europa para buscar un futuro mejor. Pero seguimos con los mismos deseos de lucha y de esperanza”.
“Los jóvenes en los territorios ocupados son los que más sufren, porque no les dan oportunidades de trabajo, de terminar sus estudios y si no tienes un buen título no tienes un buen trabajo -describe-. Marruecos les cierra las puertas a la hora de ir a la universidad: hay carreras que están prohibidas para los saharauis, les ponen notas bajas, no les preocupa que tengan un nivel alto de estudio y muchos terminan tirando la toalla”.
A este panorama hay que sumarle el férreo sistema represivo marroquí en los territorios ocupados. “Hay muchos jóvenes que están en la cárcel por su activismo, porque no hay libertad de expresión ni de asociación, están perseguidos, otros han emigrado a Europa en busca del pan y de un empleo mucho mejor. Y los pocos que quedan, sobreviven como pueden, porque les cierran las puertas de los empleos”, asevera.
¿En el futuro más cercano, el pueblo saharaui puede esperar algo de la sociedad marroquí? Fatma es tajante en su respuesta: “Nosotras no esperamos nada de nadie, y menos del pueblo marroquí. Nuestra lucha no está ni a favor ni en contra del pueblo marroquí, el cual está sufriendo muchísimo la mendicidad, la pobreza, la explotación por parte de la monarquía y el gobierno arcaico que tienen”.
“Siempre he dicho que nuestra solución tiene que ver con la coyuntura internacional -destaca la integrante de la UNMA-. Lo mismo que está pasando con Palestina está pasando con el Sahara: son dos conflictos antiguos, dilatados en el tiempo y que no se resuelven porque, debido a los intereses económicos de Estados Unidos, España y Francia, se prefieren priorizar los derechos económicos de ellos que proteger los derechos humanos de miles de civiles que llevamos cincuenta años refugiados”.
Como reflexión final, Fatma dice: “La misma política sionista que practica Israel en Palestina, la practica Marruecos contra la población saharaui. Mientras el mundo calla y no mueve ni un dedo, es muy difícil ganar, pero hay algo: nuestra dignidad es intocable y seguiremos luchando. Ellos no nos dejan dormir, nosotros no los dejamos soñar. Algún día tendremos nuestra tierra, lucharemos por ella mientras estemos vivas, y si morimos vendrán otras generaciones, porque nadie es más eterno que el pueblo”.
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- Tres cámaras robadas es un documental hecho por Equipe Media, que narra cómo periodistas saharauis documentan, de forma clandestina y bajo constante represión, las violaciones de derechos humanos cometidas por Marruecos en el Sahara Occidental ocupado, donde la entrada de prensa extranjera está prohibida y solo sus imágenes logran salir al mundo. Entre sus reconocimientos, ganó el Premio al Mejor Documental en el Festival de Cine y Derechos Humanos de Donostia-San Sebastián.
Leandro Albani (1980, Pergamino). Periodista. Autor de los libros "Kurdistán. Crónicas insurgentes" (kunto a Alejandro Haddad), "Revolución en Kurdistán. La otra guerra contra el Estado Islámico", "ISIS. El ejército del terror", "Mujeres de Kurdistán. La revolución de las hijas del sol" (junto a Roma Vaquero Diaz), "No fue un motín. Crónica de la masacre de Pergamino", "Ni un solo día sin combatir. Crónicas latinoamericanas" y "Kurdistán urgente. Historias de un pueblo en resistencia".