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    El violento oficio de excavar

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    “No somos arqueólogos forenses”, aclara Ezequiel desde Tucumán. “Ese término se queda corto para lo que hacemos. Nos gusta decir que hacemos arqueología del pasado contemporáneo”. Ezequiel Del Bel, arqueólogo e investigador de CONICET y uno de los integrantes del Ligiaat (Laboratorio de Investigaciones del Grupo Interdisciplinario de Arqueología y Antropología de Tucumán), difícilmente hubiese imaginado en el año 2002 la importancia que tomaría su trabajo en la identificación y excavación de sitios que funcionaron, como Centros Clandestinos de Detención en la última Dictadura Militar.

    Ligiaat se formó cuando prácticamente no había antecedentes en el país, salvo el Equipo Argentino de Antropología Forense (EAAF). Tuvieron que inventar sus propios métodos, combinando técnicas arqueológicas tradicionales con entrevistas a sobrevivientes y familiares, análisis de documentos históricos y testimonios orales. “Nos formamos de manera autodidacta”, reconoce. “Somos un poco historiadores porque trabajamos con documentos, un poco antropólogos porque hacemos entrevistas. Pero lo que tenemos de bueno es el abanico de metodologías para excavar que otras disciplinas no tienen”.  

    El desafío fue enorme desde el principio. En 2003, mientras las políticas de memoria impulsadas durante el kirchnerismo avanzaban en el país, en Tucumán la falta de inversión en archivos y la persistencia de lealtades locales al pasado dictatorial generaron un terreno más hostil. A esto hay que sumarle una burocracia judicial que obligaba a los arqueólogos a financiar las investigaciones de su propio bolsillo. “Presentábamos un plan de trabajo en diciembre y nos lo aprobaban a mitad de año. El presupuesto demoraba aún más. Empezábamos a trabajar con plata de nuestro bolsillo y cuando la devolvían ya no valía lo mismo… hubo veces que demoraron dos años en pagar”, recuerda Del Bel.

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    Telam Tucumán Argentina 14/12/11
    El Equipo Argentino de Antropología Forense y el Grupo Interdisciplinario de Arqueología y Antropología de Tucumán, los cuales se encuentran trabajando en el Ex Arsenal Miguel de Azcuénaga, encontraron una fosa común con quince esqueletos. De acuerdo a los primeros informes los cuerpos estaban quemados y atados en los brazos, también se encontraron proyectiles de armas de fuego, ropa y calzado.
    Foto:Julio Pantoja/Telam/cf

    La arqueología hace aportes significativos para revelar aspectos esenciales del terrorismo de Estado que de otra manera no se podrían conocer. Menciono sólo algunos: la búsqueda e identificación de desaparecidos; el estudio de espacios físicos donde ocurrió la represión que permite recuperar evidencia física, cómo funcionaban, y las condiciones en que vivían los detenidos. La arqueología “hace hablar” a objetos que complementan o matizan los testimonios orales y que tienen valor probatorio en juicios por delitos de lesa humanidad. En un país en el que sectores políticos continúan negando, minimizando o justificando lo ocurrido, la evidencia material arqueológica es difícil de refutar. No son “interpretaciones”, sino que son registros materiales que documentan la violencia sistemática del Estado. Esto es crucial para sostener la verdad histórica frente al negacionismo. La arqueología “desentierra” literalmente lo que se quiso ocultar: no solo cuerpos, sino historias, identidades, vidas. 

    El Ligiaat ha trabajado en el norte de la Argentina y hay dos ex Centro Clandestinos -en Tucumán-, en los que ha revelado particularidades: la Escuelita de Famaillá, el primero del país y la cabecera del circuito represivo y el Arsenal Miguel de Azcuénaga, el más grande del Noroeste argentino.

    La Escuelita de Famaillá

    A diferencia de otras provincias, Tucumán fue el laboratorio donde se ensayó el terror: allí, durante el Operativo Independencia funcionó la Escuelita de Famaillá, el primer Centro Clandestino de Detención en la Argentina que fue inaugurado en febrero de 1975 y en el cual se estima que pasaron entre 1500 y 2500 personas. 

    La Escuelita de Famaillá fue construida entre 1972 y 1974, pero nunca llegó a inaugurarse como establecimiento educativo. Desde febrero de 1975, sus instalaciones fueron utilizadas como Centro Clandestino de Detención en el marco del Operativo Independencia, una acción militar desplegada a partir del 5 de febrero de 1975 mediante el Decreto 261/75 firmado por la presidenta María Estela Martínez de Perón, con el objetivo declarado de “neutralizar y/o aniquilar el accionar subversivo”.

    Este operativo implicó la ocupación del territorio provincial por parte del Ejército Argentino, bajo cuyo control operacional se encontraban las policías federales, provinciales, la Gendarmería Nacional y los servicios penitenciarios. El 9 de febrero de 1975 se instaló en La Escuelita la base de operaciones del Ejército Argentino, comandada inicialmente por el general Acdel Vilas hasta diciembre de ese año, y posteriormente por el general Antonio Domingo Bussi, quien, décadas más tarde fue elegido como gobernador en democracia.

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    El Ligiaat realizó aquí mismo investigaciones y “no se han encontrado fosas, no hay testimonios de que haya ahí, pero sí sabemos que los cuerpos se han trasladado, de hecho tenemos testimonio de eso”. Algunos traslados eran a destinos de tránsito, otros a destinos finales que “aún no sabemos cuáles son”. Hay un testimonio muy relevante que explica que “desde la Escuelita van al Hospital Militar los cuerpos sin vida. De ahí los preparan y los trasladan a otro lado y donde se pierde el rastro de esos cuerpos”. 

    El Arsenal: la doble desaparición

    El caso más emblemático del trabajo del equipo en el que participa Ezequiel del Bel fue en el Arsenal “Miguel de Azcuénaga”, el centro clandestino más grande del país y cabecera del circuito represivo durante la dictadura. El sitio, la Compañía de Arsenales “Miguel de Azcuénaga” perteneciente a la V Brigada de Infantería, se encuentra ubicado al norte de San Miguel de Tucumán, en la localidad de Las Talitas y originalmente fue desarrollado como arsenal de armas, municiones y campo de pruebas.

    En este sitio fueron encontradas “cinco fosas clandestinas y tres fueron removidas”, en un trabajo en conjunto entre el Ligiaat y el EAAF. Una de ellas es la que tiene “cinco eventos de quema que al día de hoy no se han podido hacer análisis de ADN por las condiciones de los restos pero como hay cinco eventos de quema hay un número considerable de cuerpos”. Actualmente esos restos están en Buenos Aires en custodia hasta que la metodología de extracción de ADN permita identificar los cuerpos. Otra de las fosas contenía restos de 13 personas que aún no fueron identificadas.También fueron recuperados neumáticos, carbón y sedimento impregnado de combustible que indicó a los equipos la manera en la cual eran incinerados los cuerpos de detenidos-desaparecidos.

    Entonces, las evidencias más importantes del modus operandi aquí mismo, tienen que ver con el espacio de reclusión y las fosas de inhumación clandestina. Y al mismo tiempo, fueron encontrados numerosos elementos destinados a eliminar u ocultar las evidencias: modificación de paredes y pisos, destrucción de construcciones, modificación del entorno, quema y remoción de fosas clandestinas de inhumación, desmantelamiento del tendido eléctrico que se encontraba cerca del sitio, abandono e interrupción (utilizando maquinaria con pala mecánica) del camino vehicular que conectaba al sitio. Allí, el equipo descubrió lo que denominaron “la doble desaparición” o el “doble ocultamiento”: las víctimas no solo fueron asesinadas y enterradas clandestinamente, sino que posteriormente sus restos fueron removidos con retroexcavadoras.

    “Pudimos reconstruir todo: el tipo de máquina que usaron, cómo estaba parada cuando removió las fosas, los intentos fallidos”, me explica Ezequiel. Las excavaciones son milimétricas, con pincel y espátula, documentando cada centímetro. “Se veían las marcas de los dientes de la pala, las huellas de las orugas. Es impresionante y desgarrador a la vez”.

    Hasta hoy, nadie sabe dónde están esos restos removidos. El pacto de silencio de las fuerzas armadas nunca se rompió.

    El costo emocional

    Lo que no se ve en los informes técnicos o en los papers es el desgaste humano. Durante años, el equipo trabajó no sólo con una burocracia que dificultaba su trabajo y un contexto hostil, sino sin contención psicológica, expuestos constantemente a testimonios dolorosos y al impacto de excavar fosas clandestinas.

    “Todos estamos bastante dañados de la cabeza”, admite con una mezcla de ironía y sinceridad. “No estábamos preparados. Mientras excavabas, tenías en la cabeza todos los testimonios que habías leído, las entrevistas. Sabías todo lo que había pasado esa persona para llegar ahí: el secuestro, la tortura, el asesinato. Muchas veces llegaba a casa y me largaba a llorar.”

    Las entrevistas con sobrevivientes y familiares requieren un cuidado extremo. “No es cualquier entrevista”, reflexiona. “El miedo se mantiene hasta hoy. Las fuerzas armadas hicieron tan bien su trabajo que la gente todavía tiene miedo de hablar.”

    Un futuro incierto

    La falta de financiamiento estatal es constante. A nivel provincial, el apoyo ha sido prácticamente nulo durante décadas. “Recién el año pasado la legislatura puso fondos para conservar las fosas del Arsenal, que estaban destruidas. Pasaron 14 años desde que las excavamos. Llegó medio tarde”, me explica con resignación.

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    El futuro para la ciencia argentina y para las políticas de memoria, verdad y justicia no son prometedoras. Sólo doy un ejemplo: el llamado juicio La Huerta investigó delitos de Lesa Humanidad cometidos en Azul, Tandil, Olavarría, Rauch, Saladillo, Las Flores, Monte, Roque Pérez y Mar del Plata. Lo que sabemos es que hubo 14 Centros Clandestinos de Detención, crímenes de Lesa Humanidad perpetrados contra 191 víctimas. Hubo 104 audiencias. Se juzgaron a 35 ex militares, policías, penitenciarios y civiles. Se escucharon testimonios de 213 personas. Hace dos semanas, se absolvieron a 28 personas, un número inédito en este proceso de Memoria, Verdad y Justicia.Una de las víctimas relató en plena sentencia que “el que me puso la capucha, acaba de irse libre”.

    Más allá de los restos: recuperar las presencias

    Para Ezequiel y su equipo, el trabajo trasciende la excavación arqueológica. Inspirados en un relato del escritor Hernán Casciari, crearon una muestra fotográfica titulada ¿Cómo estamos si nos falta tanta gente? en la que imaginan a qué se hubiesen dedicado hoy los desaparecidos de Tucumán.

    La muestra fotográfica se imprimió pidiendo colaboración a diferentes instituciones. Estuvo en varias facultades de la Universidad Nacional de Tucumán y circula ahora por escuelas y organizaciones de derechos humanos.La propuesta es que quede fija en La Escuelita de Famaillá y que sea parte del recorrido que se da a las escuelas.

     “Investigamos sus vidas reales y construimos relatos posibles: uno habría sido gobernador, otro músico, otra docente. Queríamos reemplazar la ausencia por la presencia”, explica, Ezequiel sobre esas historias que no fueron. Personas que siguen presentes, son historias que tenemos que conocer. Y para eso, hay que seguir buscándolas. Para eso, un grupo de arqueólogos con cabeza, cuerpo y corazón, excava. 

    También podés leer: “CUANDO EL AGUA BAJE, RECONSTRUIR LO PERDIDO”

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    Historiador, docente universitario y periodista. Trabajé en radio y en la producción de podcast para distintos medios de comunicación. Publico crónicas, perfiles y notas para distintos medios. Nací en México y vivo en Buenos Aires (Argentina) desde hace varios años.

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