Es lunes, y son pocos los transeúntes que caminan por la Avenida Figueroa Alcorta a las 15 horas. De ese grupo reducido, algunos ingresan al Malba. De esa misma minoría, habrá otra aún más pequeña que se acercará por un motivo puntual: la exhibición, cuyo nombre alterna entre un pedido de silencio y un llamado de atención inquisitivo, ocupa todo el tercer piso del museo. Curada por Paulo Miyada, la muestra reúne piezas de las diversas obras que trazaron la carrera artística de la escultora ítalo-brasileña Anna María Maiolino. Los recursos y los soportes no están ordenados de manera lineal ni cronológica. Cuadros, esculturas, dibujos, fotografías y videos revelan un tiempo pasado que no fue necesariamente mejor.
Como Maiolino, comparto la doble nacionalidad; ella es ítalo-brasileña, y yo soy brasileña naturalizada en Argentina. Quizás este sea otro motivo para acercarme a visitar una muestra de una expositora cuya existencia hasta entonces desconocía. Me gusta imaginar, mientras recorro las galerías, que quizás ella también sintió que pertenecía a ambos mundos y a ninguno a la vez. Pienso que, en algún punto, sus obras artísticas manifiestan esa búsqueda incesante.
La artista nació en Italia en 1942, y en su adolescencia emigró con sus padres a Caracas (Venezuela), donde se materializó el primero de muchos acercamientos que tendría con la cultura latinoamericana. Ninguna de sus piezas manifiesta una impronta europea. En cambio, para representar al “gigante dormido”, imágenes de la militancia contra la dictadura iniciada en la década del 60 se intercalan con las del Cristo Redentor y una bolsa de porotos negros que corona el centro del salón.
En Río de Janeiro, Maiolino comenzó a rodearse de los artistas de la generación de la Nueva Figuración, Opinión, o la Nueva Objetividad Brasileña, quienes en ese tiempo la motivaron a impulsar su carrera. Para entonces, se concentró en las xilografías, manifestaciones artísticas en las que plasmaba situaciones cotidianas de su existencia: la convivencia, su condición de mujer, los espacios en los que habitaba, los paisajes, la ciudad.
Tierra modelada (1994)
Es una instalación conformada por una pared de alambres atravesados por piezas de arcilla que acompaña cada muestra de Maiolino desde 1994. Para llevarla a cabo, se necesitó de muchas personas; el trabajo colectivo representa para la artista lo ancestral, las festividades comunitarias, la cooperación. En la sala, hay un grupo de chicos de alrededor de 16 años que fueron de excursión. Miran con detenimiento unas piezas que forman parte de esa obra, intentando encontrarle sentido a esa masa de arcilla enroscada en el piso. Pienso que la mierda también es arte.
Necesitamos poner en tela de juicio lo que consumimos, y eso está bien. Si hace un rato estaba intentando disociar mi postura prejuiciosa o, en todo caso, justificarla, ahora no puedo evitar asociar esas piezas artísticas con un fenómeno televisivo que está muy de moda por estos días.
En 2022, Gran Hermano volvió a las pantallas argentinas después de seis años, y al igual que en su primera edición -que fue transmitida en plena crisis del 2001- la última programación captó la atención de un público generoso de televidentes: con picos de rating de 30 puntos y un promedio de 20 diarios, el controvertido reality se convirtió en un éxito en la televisión argentina. Esto confirmó mis creencias de que las audiencias, al igual que la época o el formato, pueden cambiar, pero el producto que resulta llamativo es inevitablemente exitoso, pese a ser frívolo y superficial. Pese a anteceder un estallido.
Leo las placas que describen las obras y las contextualizan. Busco entender por qué ocupan ese lugar en el museo y no otro. Quizás espero demasiado de algo que tiene pocas pretensiones. Hago una estadística rápida, que se aleja de las ciencias rigurosas y del método empírico, pero que quizás sea cierta: un 60% de las personas que están en la sala entraron por curiosidad, un 30% por obligación, y el resto… pueden considerarse “entendedores del arte”.
Entre pausas
En esta serie de bocetos en papel, la artista dibuja a mano alzada sus experiencias personales durante el periodo en que vivió en Nueva York, Estados Unidos, con su esposo y sus dos hijos pequeños. En esos tres años, se volcó a los quehaceres domésticos y al cuidado; su carrera artística se paralizó y solo encontraba breves momentos para dedicarse a producir, como, por ejemplo, durante un viaje en colectivo.
La artista no intenta disfrazar ni disimular la intención de exponer su intimidad; sin embargo, elige qué mostrarnos de todo eso y hasta qué punto hacerlo. El reality, irónicamente contrario a la muestra, se transmite sin pausas, en vivo, las 24 horas todos los días. Los participantes del programa, al igual que las piezas en la muestra, dan constantes señales de que lo privado también forma parte de lo público, pero sin ninguna clase de censura.
La “casa” de GH funciona como una suerte de The Truman Show, pero con libre albedrío. Los integrantes, al igual que Truman, son como “sims” con algo de autonomía: pueden expresar sus emociones, pero sus acciones individuales están inexorablemente condicionadas por la elección de un auditorio que siempre quiere ver más. El público tiene la potestad, al igual que Christof -creador de The Truman Show en la película- de elegir quiénes entran y quiénes se van, quiénes deberían permanecer un determinado tiempo en un determinado lugar, por tener determinadas características, y también quiénes deben irse por carecer de ellas.
Volvamos al relato paralelo de Maiolino. A fines de la década del 60, regresa a Brasil y comienza a trabajar con el cine y la fotografía, recursos que utiliza para manifestar el contexto social y la situación política del país, que seguía sumido en la dictadura militar iniciada en esa misma década. Como resultado de esta época, en la muestra se pueden apreciar Y (1974) y Un día (1976). La primera pieza audiovisual expresa abiertamente la censura. La representación es sencilla: no hay una trama ni un personaje; solo un grito y un par de ojos vendados.
La segunda fue editada en 2015 y capta imágenes de Río de Janeiro, el Cristo Redentor y la estatua de Pedro II. A diferencia de Y, no hay auriculares para escuchar el video. El sonido de los trinos de las aves y los gruñidos se funde con los ruidos de la sala. El video se centra en una rutina de ejercicios de militares que se entremezclan con los movimientos de un gorila en el zoológico de un parque. Observo al animal encerrado; se asemeja un poco a Truman, se asemeja un poco a los participantes de GH también. Enjaulado, espera el alimento que se le proporciona; pese a gozar de cierto principio de libre albedrío, en GH los recursos disponibles para los participantes están condicionados por los productores.
Distantes a todo lo que sucede “afuera”, adentro los sims practican una rutina de ejercicios, imitada por quienes los observan, mientras conviven en el encierro de la jaula que adoptaron por decisión propia.
Solitario o Paciencia
Es una manifestación artística que se presenta bajo la inocencia de un juego. Sobre una tarima hay una silla y una mesa negra con cartas dispuestas como en un solitario. No es posible resolverlo, ya que faltan algunas cartas, sustraídas por Maiolino. El juego se convierte en una alegoría de la recomposición de una sociedad que había perdido vidas a raíz de la violencia de Estado. Me quedo mirando la composición de la obra. Al igual que en el solitario de Maiolino, desperdiciamos nuestro tiempo inútilmente, esperando sacar la carta que complete la partida, que le dé sentido.
Su visión crítica de la violencia de Estado en dictadura no solo se limitó a Brasil. Tras su paso por Buenos Aires -donde vivió durante cinco años después de la dictadura- la artista decidió rendir homenaje a la lucha inalcanzable y a las causas que abrazan las Madres de Plaza de Mayo. Las locas (1992) representa a estas mujeres de pañuelos blancos que se congregaron frente a la Casa Rosada para pedir justicia; el nombre de la obra alude a los comentarios despectivos que se hacían en la época para referirse a ellas. Los espectadores tendrán la oportunidad de ingresar a un cuarto oscuro donde, para su sorpresa, del techo cuelgan pañuelos bordados con nombres que representan a las víctimas del terrorismo de Estado. Las paredes están adornadas con placas de arcilla que muestran rostros difusos y rasgos poco definidos, en alusión a los desaparecidos.
La diversidad de los recursos y materiales de la exhibición cobra sentido al leer las placas que acompañan las muestras. Al principio, es fácil dispersarse y perderse ante la complejidad que representan las obras en su totalidad y conjunto. Si a eso se le suma que no se establece un orden cronológico, sostenerse de las descripciones para entender el recorrido y la trayectoria de la artista resulta indefectiblemente necesario.
La lectura de la selección de GH tiene que ver con esto. Al igual que en un museo, donde observamos las piezas para determinar cuáles reúnen las cualidades suficientes para calificarlas como “obras maestras”, los participantes para entrar a la casa deben sortear diversos castings y someterse a una minuciosa selección para consagrarse como “preferidos”. Elegimos el museo, elegimos la muestra, sin saber que, en el fondo, nuestro deseo es destruirla. Lo mismo sucede con estos sims reales; sobrevive solo aquel que consideramos que reúne un cóctel de características lo suficientemente interesantes para cumplir con nuestra elevada escala de valores y expectativas.
Este ensayo fue un trabajo realizado a mediados de 2022, ahora dos años mas tarde, es nota para Ornitorrinco. La consigna “tirada de los pelos”, invita a hacer una lectura sobre los consumos culturales, cuál es el límite de lo público y lo privado, lo masivo y el nicho: Maiolino s/ Gran Hermano.