Algunas cosas son inconfundibles cuando uno visita la ciudad de Federal en Entre Ríos durante los primeros días del mes de febrero: el sonido del acordeón que no pide permiso para salir de los hogares federalenses; los infinitos chamamés que suenan en las radios locales, en las bailantas, en las peñas; los cientos de “Sapucay” que se escuchan en el camping, en la calle, y por supuesto, el calor… que es agobiante.
Es martes 4 de febrero y el Servicio Meteorológico Nacional indica que la máxima será de 39 grados. Al día siguiente ese número alcanzará los 43 grados. La vida debería tornarse un poco más lenta, pero no: Federal está de fiesta, el festival de Chamamé cumple 50 años, su celebración comenzó el primero de febrero y se va a extender hasta el domingo nueve. Como dijo Gabriel, quien alquila su hogar para turistas que llegan de muchos puntos del país: “Federal es chamamé, qué le vas a hacer”.
La ciudad de Federal está ubicada en el centro norte de la provincia de Entre Ríos a 200 kilómetros de su capital, Paraná. Tiene alrededor de 22 mil habitantes y está en el corazón de la selva montielera, el área en dónde estaba previsto la creación del Parque Nacional “Selva de Montiel”. La zona no es precisamente una selva, en verdad, es una zona de bosque pero se mantuvo esa denominación porque ya es parte de la cultura del lugar. Los federalenses saben que es el reservorio natural de cientos de aves así como de varios tipos de palmares, y que hoy está en riesgo: la creación del Parque Nacional se frenó en el 2021. Al año siguiente se registraron desmontes de 300 hectáreas que luego fueron quemadas.
Los federalenses entienden que hay apellidos de peso que acumulan muchas tierras en una zona caracterizada por las explotaciones agrícolas y ganaderas. Una situación que se réplica en varios puntos del pais, y que hace eco con las noticias que circulan por los incendios en la Patagonia. Un ejemplo de esto es el caso de los Donovan, una familia cuyos orígenes se remontan a Limerick, Irlanda y que a mediados del siglo XIX se asentaron en la Argentina y trazaron fuertes vínculos con el Ejército Argentino.

Una ciudad “regada” por la música y el baile
Federal está regada por numerosos arroyos de escaso caudal, como el arroyo Tuna, el arroyo del Medio y el Gramiyal. Esto no es un dato más en una provincia rodeada del río Paraná al oeste y el río Uruguay al este. Tiene su plaza principal -Urquiza, por supuesto-,su municipio de casas bajas que, a simple vista, parecen ser costosas y comparten espacio con otras que no lo aparentan. Esta curiosa simbiosis también se refleja en los vehículos que se pueden ver al caminar por la ciudad pero también estacionados en los hogares: mientras muchas Toyota Hilux de gran porte le dan a Federal un aire de riqueza, también hay una gran cantidad de autos antiguos que resultan difíciles de reconocer. Federal tiene también su iglesia principal, algunas capillas y muchas casas que se destacan por los pequeños santuarios instalados en las entradas.
Unas 10 ó 15 cuadras alejada del centro está la antigua estación de tren que, como sucede en muchas partes del interior de la Argentina, no funciona más como tal. Eva Beatriz es una vecina del lugar que ronda los 60 años, explica que “antes el tren era todo, era la vida del pueblo”. Ella nació y vivió toda su vida en Federal, actualmente tiene un comercio de productos congelados; conoce bien la época de oro del tren y su posterior declive.“No entraba un sólo vagón de carga más cuando era chica”. Antes de 1976 los trenes tenían en todo el país 220 mil empleados, 60 mil vagones, 37 talleres, 1600 estaciones y 44 mil kilómetros de vías que conectaban a la Argentina, según lo consignado por Pino Solanas en su documental La última estación.
Luego de esto, el tren quedó como un eco lejano de lo que alguna vez fue. Su padre, además, fue ferroviario y “guarda hilo”, es decir, se dedicaba a guardar los hilos del telégrafo que eran usados para comunicarse de estación a estación para dar aviso del horario de salida y de llegada o por si había un accidente o un descarrilamiento. Aunque el telégrafo no existe más, aún se conservan en la estación los postes en donde pasaban esos hilos. Por designio o destino, durante su infancia viajó mucho en tren, algunos de esos viajes eran largos: como cuando visitaba a su abuela que estaba en Itatí, Corrientes. “Eran otros tiempos, no teníamos apuro de nada”, explicá mientras mira su celular y cancela una llamada para seguir conversando, a pesar de haber pautado un encuentro con un familiar.

Unas 20 ó 25 cuadras alejadas del centro, está la feria principal de unos 50 puestos organizados de forma circular en el predio. Uno puede encontrar ropa, perfumes, cremas, productos electrónicos, sahumerios, calzados y también productos artesanales como los cuchillos. Es que, entre otras cosas, Federal también se destaca por su producción: “Sí, Ariel vende cuchillos hasta México”, cuenta en un puesto Lorena en el que tiene varios productos artesanales. Sus cuchillos rondan los 15, 20 mil pesos. Al lado de la feria está el predio de Cancha Unión, una cancha de fútbol sin tribunas y con césped natural, algo maltratado porque si bien las bailantas comenzaron hace pocos días y se extenderán por varios más, ya pasaron miles por ese suelo generoso. Es que allí, se disfruta de una de las bailantas más grandes del país.
La peña que terminó en bailanta multitudinaria
La bailanta surgió cuatro años después del Primer Festival, cuyo origen se remonta a 1976. Y nació en el camping viejo, un espacio emblemático que muchos vecinos del lugar recomiendan visitar. Allí, alrededor de las carpas donde la gente acampaba, los músicos que habían tocado en la peña “El rincón de los amigos” se acercaban luego para compartir algunos acordes más. Con el paso de los años, ese ritual compartido fue creciendo hasta convertirse en una tradición tan arraigada que resultó inevitable organizarla. Fueron Gorosito, Valiente y Panozzo Zenere, artistas locales, quienes tomaron esa tarea a su cargo, dando forma a una celebración que nace del propio pueblo federalense.
Sin embargo, ya no se trataba solo de los acordes que resonaban en el camping cuando los músicos se acercaban, sino que también se había transformado en un espacio donde la gente bailaba. Esto obligó a mover a quienes acampaban, principalmente para que pudieran descansar. “Llegaban a las 6 am de la peña, algunos seguían guitarreando, ya a las 14 horas ponían música envasada y a las 15 pasaban los conjuntos”, cuenta Claudia Liliana García, federalense “ante todo”. Fue bailarina del ballet oficial desde sus 12 años hasta los 20 años cuando se recibió de profesora y se hizo cargo del mismo. Luego tuvo su paso por la municipalidad como secretaria de prensa del evento.“Facebook me recordó hoy que hace 10 años conducía mi primera bailanta”, exclama.
Es difícil imaginar que en Federal sucedan tantas cosas en simultáneo en tan pocos días. En un lugar de la ciudad sucede el festival oficial en el escenario mayor “Ernesto Montiel”. Aquí transmite la TV Pública y, por supuesto, El Once de Entre Ríos. Para poder ingresar como periodista es necesario acreditarse previamente en la municipalidad.
En este lugar, además, las personas que llegan para disfrutar del festival lo hacen con sus reposeras, conservadoras y bebidas pese a que en el predio se puede comprar para tomar y comer. Una porción de papas fritas cuesta entre cinco y seis mil pesos, mientras que un sándwich de bondiola duplica ese valor. La fila para comprar es larga, tener un puesto de comida es un buen negocio. Los primeros dos días de festival la entrega es gratuita, el tercero tiene un valor de tres mil pesos y el resto de las noches tienen un costo de 15 mil. El día en que se paga entrada se ven muchas menos reposeras; es que ese día la organización del festival aporta cientos de sillas perfectamente ordenadas en filas que miran al escenario mayor donde se presentarán artistas consagrados como Los de Imaguaré o Antonio Tarragó Ros.

No hay que saber bailar para estar en la pista
En otro lugar de la ciudad, en la Cancha Unión, suceden las bailantas: ahí, en el predio está de fondo el escenario “Abelardo Dimotta” y la pista de baile que llaman “Hormiga Negra” en honor al apodo que recibió el músico Claudio Kovalchuk quien durante la bailanta del año 2006 se descompuso y falleció cerrando por última vez su fuelle arriba del escenario. Es un evento totalmente popular, gratuito. La prioridad no es la música, sino el baile. Por los precios que se barajan en el festival oficial, Claudia aclara que “sólo un 20% de la gente que va a la bailanta, puede luego ir al festival oficial”. Será la tarde siguiente -con unos pocos 43 grados de temperatura- que nos invite a conocer las bailantas más grandes del país.
Llegamos al predio de Cancha Unión, estacionamos a 3 ó 4 cuadras de lugar y el sonido de la música hacía inconfundible hacia dónde debíamos dirigirnos así como también las personas que cual procesión en misa se dirigían al lugar. La bailanta había iniciado a las 15 horas, una tortura climática que a nadie le importó porque al llegar al lugar -a eso de las 17 horas- fue difícíl ubicar nuestra reposera en una sombra -que escaseaban además- junto con la conservadora que debería haber llevado en su interior algo más de agua. El escenario de fondo y los artistas tocando tandas de tres canciones. “Ahi, el tiempo es tirano”, confiesa Claudia.
Cada tanto, la locutora se encarga de recordar que hay tantos artistas y el horario es tan acotado que no pueden hacer más de tres canciones. Además, constantemente se recuerda -entre artista y artista- que si alguien se descompone por el calor hay dispuesta una posta sanitaria por si acaso. Debajo del escenario y en un círculo extenso están quienes bailan. Es una ronda gigantesca de chamameceros y chamameceras que al ritmo del acordeón y entrelazados en el baile van girando y marcando con sus cuerpos los límites del círculo en la pista “Hormiga Negra”.
En la rueda hay que seguir los códigos de la bailanta
Es difícil contabilizar la cantidad de gente que asiste a las bailantas que son abiertas y gratuitas, aunque Claudia cuenta que cuando trabajaba en prensa en la Municipalidad hacían postas de ingreso en la que se entregaban tickets: “sabíamos que entre la bailanta y la noche habíamos duplicado al pueblo. Si teníamos 15 mil personas viviendo en Federal, habían ingresado otras 15 mil”. Después de tantos años trabajando en el festival no duda en decir que es una ciudad que recibe tanta gente como la que habita en el lugar.
Según información oficial de la Municipalidad de Federal, las cuatro noches del Festival reunieron a más de 40 mil personas, mientras que los otros días en las Bailantas diurnas y nocturnas hubo más de 30 mil personas. Esto significa, entre otras cosas, que la economía local se modifica: ante la consulta a muchos feriantes, no dudan en responder que sus ventas se multiplicaron.
En los comercios locales pasó exactamente lo mismo y por lo tanto se tiene que planificar la producción para esos diez días para que no pase lo que sucedió un año en el que se quedaron sin pan. Ese quiebre sucedió en el 2015 cuando la televisión empezó a transmitir el festival oficial. Previamente la difusión del festival se hacía con cartelería en las rutas. Eso hoy no sucede: la televisión ha sido una gran aliada aunque este año, en el marco del recorte presupuestario vigente, la TV Pública transmite sólo una noche completa. Hay otros canales que sí transmiten todo el festival como Canal 5 o Canal 11 de Entre Ríos.
Hay algo del disfrute colectivo en cada una de las personas que a simple vista se percibe. Es difícil no sentirse atraído por ese círculo que genera fuerza para que uno se levante de la reposera y se preste a ese encuentro con todas las personas. No hay que saber bailar para estar en la pista; sólo se trata de ir con ropa cómoda -aunque algunos se han acercado vestidos también con ropa tradicional- y dejar que la música te atraviese porque el cuerpo se expresa como quiere en libertad y la ronda colectiva de la que uno forma parte no impone, sino que acompaña y esto es difícil que sea transmitido por la TV Pública o por el Canal Once de Entre Ríos, mucho menos por redes sociales porque hay algo de la cultura cuya esencia se sigue transmitiendo en la presencia con otros.
“En la rueda vos tenés que seguir los códigos de la bailanta. El que se florea va a estar siempre en los extremos y el que quiere, o está enganchado o está noviando o quiere bailar más tranquilo, se va al centro”, cuenta Claudia quien como conduce las bailantas nocturnas y también sale por la televisión en las transmisiones oficiales no puede sumarse a esas rondas. Extraña bailar, aunque este año subió camufladamente cerca de las cuatro de la mañana cuando la transmisión de la televisión terminó y volvió a sentir la misma adrenalina de cuando solía pisar los escenarios bailando ballet.

Una danza folclórica enlazada
El chamamé no se baila como cualquier otro estilo: no es muy común que los cuerpos se toquen en las danzas folklóricas argentinas; hay que ir a Jujuy (aunque Bolivia podría reclamar esto) para bailar Takirari o bailar Gato Polkeado, quizás la Firmeza, el Tango o el Cuarteto. Hector Aricó -un investigador y coreógrafo referencia de las danzas folklóricas argentinas- menciona que la Academia recopiló y mecanizó más de 150 danzas en todo el país, sin contar las variantes regionales.El Chamamé es una danza enlazada en la que se produce un diálogo corporal que pretende ser simétrico y que si lo logra, la química entre los cuerpos es inmediata al iniciar el baile. “Al ser una danza enlazada, rompe con todo el proceso de reconocimiento de cualquier otra danza folklórica que es alejada y que sólo te acercás en la coronación” explica Claudia. Agrega también que no es común que en Entre Ríos se zapatee en el chamamé, y que si en alguna ronda uno ve un zapateo debe ser porque “es correntino”.
No se necesitan palabras, se dialoga con los cuerpos que se acercan. Al comienzo sin tocarse, se miden. El varón suele extender su brazo derecho hacia la cintura de ella; su mano izquierda se eleva ligeramente mientras busca la de su compañera. Ella coloca su mano derecha en la palma del compañero y la mano izquierda descansa naturalmente sobre su hombro. El abrazo mantiene una leve distancia, no es apretado aunque sí cercano para sentir a la otra persona. Pasos cortos y precisos inician sin levantarse demasiado del suelo, las piernas se flexionan apenas; avances y retrocesos, de izquierda a derecha. No hay movimientos bruscos, los guía el aire y el acordeón. Las miradas se cruzan por momentos, aunque a veces se pierden por el movimiento..
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El sol comienza a caer sobre Cancha Unión pero el calor persiste y ahora se entremezcla con la humedad en el predio. El escenario “Abelardo Dimotta” se apaga lentamente. Empleados municipales comienzan rápidamente la limpieza del predio, la policía local acompaña ordenando la salida: “¿Cómo andan gurises? Vamos saliendo, por favor”, nos dice amablemente un oficial. Federal seguirá de fiesta unos días más y mientras eso suceda no importa si el tren ya no pasa, o si el Parque Nacional sigue siendo un sueño cada vez más lejano, o incluso si el calor agobia. Lo único que parece importar es el abrazo del chamamé, la rueda que nunca se detiene. Aquí, en este rincón de Entre Ríos, la música y el baile se celebran con una intensidad que es difícil expresar en palabras. Y cuando la música y las luces finalmente se apagan, queda sólo la sombra que a veces el corazón ansía como dijo alguna vez Atahualpa Yupanqui. Al final de este viaje, lo comprobé, Gabriel tenía razón: Federal es chamamé, qué le vas a hacer.