Hoy me toca inaugurar esta segunda temporada de newsletters. La mía en particular forma parte de una colaboración entre Ornitorrinco y Equipe Media, el medio que dirijo en la República Árabe Saharaui Democrática. Así que te saludo del otro lado del mundo, a más de 8 mil kilómetros de distancia.
Desde hace casi medio siglo, ser periodista en el Sáhara Occidental equivale a arriesgar la libertad, el cuerpo y la vida. Informar desde los territorios ocupados por Marruecos es ejercer un periodismo clandestino, perseguido, criminalizado. Aquí, contar la verdad no es solo una profesión: es un acto político. Y sin embargo, lo hacemos. Seguimos.
Nací en 1988, en una ciudad saharaui donde Marruecos había desplegado ya una arquitectura total de ocupación: militares en las calles, policías secretos en cada esquina, escuelas que ocultaban la historia saharaui, medios estatales que repetían una única consigna: el Sáhara es marroquí. Crecí sabiendo que cualquier expresión de identidad -una bandera, una palabra, una radio- podía llevarnos a la cárcel.
Recuerdo a mi familia escuchando en voz baja la Radio Nacional Saharaui, escondidos detrás de puertas cerradas. Era ilegal. Como lo era portar fotografías del Frente Polisario o simplemente decir que uno se sentía saharaui. Marruecos había prohibido toda forma de organización política saharaui en los territorios ocupados, y con ello, cualquier forma de prensa independiente. La represión se volvía cotidiana: detenciones sin orden judicial, tortura, desapariciones forzadas. Desde 1975 hasta hoy, más de 30.000 saharauis han pasado por centros clandestinos de detención marroquíes, muchos de ellos sin volver a ser vistos.

El año 1991 trajo una esperanza que luego se volvió farsa. Tras dieciséis años de guerra, el Frente Polisario -movimiento de liberación del pueblo saharaui- y el Reino de Marruecos firmaron un alto el fuego bajo supervisión de la ONU. A cambio, Marruecos debía aceptar la realización de un referéndum de autodeterminación. Ese referéndum nunca ocurrió. Marruecos obstaculizó sistemáticamente su implementación, imponiendo colonos en el censo y la identificación de votantes. Así, el proceso quedó congelado. El alto el fuego fue respetado durante casi 30 años, pero no trajo ni paz ni justicia: la ocupación se mantuvo, la represión continuó, y el silencio se volvió una política de Estado.
Durante mi adolescencia, entendí que la voz era un campo de batalla. No bastaba con resistir en la calle; había que resistir en el relato. En 2005, participé de la Intifada istiklal, el Levantamiento por la Independencia, una serie de protestas pacíficas que estallaron en las principales ciudades del Sáhara Occidental, exigiendo respeto a los derechos humanos y cumplimiento del referéndum. Aquel movimiento fue brutalmente reprimido. Pero en medio de esa violencia, nació una idea: contar lo que pasa desde adentro.
Con celulares, cámaras prestadas y acceso precario a Internet, empezamos a documentar arrestos, protestas, golpizas. El periodismo saharaui, en ese momento, era más testimonio que oficio: una forma de protegernos entre nosotros, de dejar registro, de hacer visible lo que el mundo no veía. A medida que crecía la represión, también crecía la urgencia de tener medios propios.
En 2009, fundamos Equipe Media, un colectivo de periodistas saharauis que decidió profesionalizar esa resistencia. Queríamos romper el cerco informativo impuesto por Marruecos, pero hacerlo bien: con ética periodística, con verificación, con capacidad multilingüe, con vínculos internacionales. Más tarde nos formamos en técnicas de documentación, edición, análisis. Comenzamos a producir noticias, videos, informes, reportajes. No solo para nosotros, sino para el mundo. Nos convertimos en una fuente confiable para organismos como Reporteros Sin Fronteras (RSF), el Comité para la Protección de Periodistas (CPJ), Amnistía Internacional y Human Rights Watch.
Pero la reacción marroquí fue inmediata. Empezaron las detenciones. En 2009, tras el desmantelamiento del campamento de Gdeim Izik en 2010 -una ciudad de tiendas de campaña montada por 30.000 saharauis como forma de protesta masiva-, decenas de activistas y periodistas fueron arrestados. Entre ellos, compañeros nuestros.
Uno de los más emblemáticos es Bachir Khadda, miembro fundador de Equipe Media, detenido en 2010 por filmar protestas. Fue condenado a 20 años de prisión tras un juicio militar, en el que se utilizaron confesiones obtenidas bajo tortura. Desde su arresto, Bachir ha sido trasladado lejos de su familia, confinado en aislamiento, golpeado, privado de atención médica. En 2018, hizo una huelga de hambre de 43 días que captó la atención del Parlamento Europeo. Hoy estudia derecho desde su celda. Su cuerpo no puede moverse, pero su voz sigue escribiendo.
No está solo. Decenas de periodistas y activistas saharauis han sido encarcelados con penas de entre 10 años y cadena perpetua. Muchos están desaparecidos. Otros han tenido que exiliarse. A los saharauis no se les permite crear medios propios en los territorios ocupados. Las corresponsalías extranjeras son expulsadas. Las ONG internacionales, vetadas. Las redes sociales, vigiladas. Por eso cada artículo que publicamos, cada imagen que difundimos, es un desafío al monopolio de Marruecos sobre la narrativa.
En 2019, Reporteros Sin Fronteras publicó un informe histórico titulado “Sáhara Occidental: un desierto para periodistas”. Fue la primera investigación sistemática sobre la situación de la prensa en el territorio. El documento detalla cómo Marruecos impide la entrada de observadores independientes, reprime a los periodistas locales, y utiliza juicios fabricados para acallar la crítica. El informe reconoció explícitamente el trabajo de colectivos como el nuestro, que logran romper el cerco informativo en condiciones extremas.

Hoy, Equipe Media sigue trabajando, a pesar de todo. A pesar de la vigilancia, de las amenazas, de los allanamientos y de los juicios. A pesar del exilio, de las torturas, del miedo. Sabemos que el periodismo no puede liberar un pueblo, pero sí puede impedir que lo borren. Lo hacemos porque no tenemos otra opción. Porque el silencio es el arma más eficaz del colonialismo.
¿Qué es el conflicto del Sáhara Occidental?
Marruecos ocupó militarmente el norte del Sáhara, mientras que Mauritania ocupó el sur. El Frente Polisario, creado por los saharauis en 1973, resistió la ocupación. En 1976, declaró la República Árabe Saharaui Democrática (RASD), que hoy es reconocida por más de 80 países y es miembro pleno de la Unión Africana. Mauritania se retiró del conflicto en 1979, pero Marruecos se quedó con la mayor parte del territorio, construyendo un muro de 2.700 km que divide las zonas ocupadas de las zonas liberadas.
Más de 200.000 saharauis fueron desplazados forzosamente y viven desde hace décadas en campamentos de refugiados en Tinduf, Argelia, en condiciones de precariedad extrema. La guerra continuó hasta 1991, cuando la ONU logró imponer un alto el fuego y la promesa de un referéndum de autodeterminación. Pero Marruecos lo bloqueó sistemáticamente.
Tras una tregua de casi tres décadas, la paz en el Sáhara Occidental se desvaneció en noviembre de 2020 cuando las fuerzas de ocupación marroquíes rompieron el alto el fuego. La acción en Guerguerat, un paso fronterizo crucial, desencadenó la reanudación del conflicto armado.
Desde entonces, el Sáhara Occidental es el último territorio de África pendiente de descolonización. La ONU sigue reconociendo el derecho del pueblo saharaui a decidir su futuro, pero no ha logrado avanzar hacia una solución. Mientras tanto, Marruecos ocupa el 80% del territorio, explota sus recursos naturales -fosfatos, pesca, turismo, energía solar- y promueve una política de “marroquinización” cultural y demográfica. Censura, vigila, reprime.
¿Por qué el periodismo saharaui es clave?
Por eso el periodismo saharaui es vital. No es una herramienta técnica. Es un instrumento político, cultural, histórico. Es la única forma de preservar la memoria de lo que ocurre, de lo que resiste, de lo que duele. Es también una forma de proteger la identidad: contar nuestras propias historias, con nuestras palabras, desde nuestros cuerpos.
No tenemos estudios de televisión ni redacciones con recursos. Pero tenemos celulares, cámaras donadas, enlaces encriptados, familiares valientes y la decisión de no callar. Sabemos que cada palabra puede costarnos años de cárcel. Aun así, escribimos. Porque si nosotros no lo contamos, Marruecos contará otra versión. Y el mundo la creerá.
Por último, quiero recomendarte que veas Tres cámaras robadas, un documental hecho por Equipe Media, que narra cómo periodistas saharauis documentan, de forma clandestina y bajo constante represión, las violaciones de derechos humanos cometidas por Marruecos en el Sahara Occidental ocupado, donde la entrada de prensa extranjera está prohibida y solo sus imágenes logran salir al mundo. Entre sus reconocimientos, ganó el Premio al Mejor Documental en el Festival de Cine y Derechos Humanos de Donostia-San Sebastián.
Nos leemos el primer lunes de cada mes.
¡Feliz lunes!
Ahmed Ettanji