Puna, promesa y olvido

Hoy traigo la voz (romántico el arranque) de Liliana Martínez. Aunque común, es un nombre que merece ser recordado. Más adelante me referiré a ella como Martínez pues no hay que perder la seriedad, pero no puedo evitar pensar en ésta persona como Liliana a secas. Supongo que la informalidad me surge por la calidez con la que habla. No sé si era por el nerviosismo que a veces suscitan las entrevistas o por una sobrada seguridad a la hora de afirmar, pero casi todas sus respuestas las dio con una sonrisa flotante, paralela y contradictoria a todo lo que salía de su boca. Es un gesto que aparece en muchas personas cuando explican situaciones drásticas pero propias, cotidianas.

“Puna, promesa y olvido” fue el nombre del documento fundacional de la Red Puna, una organización que promueve el trabajo comunitario y sustentable en el campo del altiplano árido de nuestro país. Desempleados, los trabajadores del noroeste se hicieron promesas para burlar al olvido, ese que desde la fundación de la Argentina, tal y como la conocemos hoy, deja al margen las raíces originarias de éstas tierras.

Martínez trabaja junto a las mujeres de la Red, todas artesanas por herencia. Arrancaron siendo 20 y ahora son 130 tejedoras organizadas. Para quienes les interesa la moda, la semana pasada la marca Bolivia presentó su colaboración con Red Puna, una línea de prendas y accesorios de lana que mezcla tendencias actuales, como bolsos tipo tote bags y sweaters, con diseños autóctonos. Si googlean Bolivia x Red Puna van a encontrar toda la colección.

Para muchos, la zona es mágica y altamente espiritual. Su riqueza cultural e histórica y su naturaleza de paisajes con colores únicos hicieron que la Quebrada de Humahuaca fuera declarada Patrimonio de la Humanidad por la Unesco. Entre los cerros, aunque los pueblos no den abasto de turistas, la realidad andina guarda hostilidad, se intentan cerrar heridas.

De pelo casi blanco, Liliana Martínez y tejedoras de la Red Puna
De pelo casi blanco, Liliana Martínez y tejedoras de la Red Puna

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Liliana Martínez nació en Neuquén pero mientras habla se va volviendo cada vez más puneña: sus “ellos” pasan a ser “nosotros” y las vivencias del resto se transforman en suyas. Suena lógico, vive en la Puna desde 1994. Junto a su ex marido, ambos ingenieros agrónomos, fue enviada a la zona en una misión agroforestal por la GIZ (Sociedad Alemana para la Cooperación Internacional, en ese entonces llamada GTZ), una agencia del Estado alemán que financia proyectos en países en vías de desarrollo.

El contexto de esa Argentina era un menemismo a flor de piel, con varias de sus convulsiones políticas y sociales aún tomando carrera para estallar en los años siguientes. Al noroeste en particular lo eclipsaba una crisis laboral. Por un lado, la mecanización de la cosecha de caña de azúcar sacó del campo a miles de trabajadores. Por el otro, la apertura comercial dio paso al cierre de mineras que expandió la población puneña que se estaba quedando sin empleo.

Ante las intenciones individuales de salir adelante se sobrepuso una idea en criollo: “No estemos cada uno con su kiosquito”. Así la pronuncia Martínez con una sonrisa socarrona, como si fuese obvio. Y así fue. En 1996, Diversos grupos de trabajadores desamparados por el Estado se unieron para crear la Red Puna, una gran organización que nuclea a otras más de 30 repartidas por todo el altiplano. Martínez fue una de las fundadoras de la Red y hoy es una de las encargadas de liderar el área de artesanías y género. La  frase del kiosquito logra sintetizar el propósito de la organización. Los problemas de vivir en el campo, y no en cualquiera, sino uno ubicado a más de 3.000 metros de altura sobre el nivel del mar, requieren un grado de soluciones no convencionales o, al menos, bien distintas a las citadinas.

“La Puna es una zona muy olvidada por los gobiernos, por los estados. Existen muy pocas políticas públicas. No hay señal de celular en gran parte del territorio y un 75% de las mujeres no tienen acceso a una comunicación rápida y efectiva. Hay deficiencias en los caminos y en la educación. Las salitas de salud también son muy precarias. La Puna tiene un territorio muy extenso pero es muy pequeña demográficamente. Fijate que en términos electorales no es interesante, da muy pocos votos”, explica Martínez.

Para el que se ganaba el pan por fuera de la economía del turismo, no sólo el dinero, sino que la dignidad era algo que se ponía en juego todos los días desde antes de que saliera el Sol. La Red llegó para resolver esa falta con algo de creatividad, sustentabilidad, autoconciencia y, sobre todo, orgullo.

Hoy, Martínez está lejos de la agronomía. Desde hace más de 20 años sus esfuerzos se concentran en abogar por las mujeres de la Red que tuvieron que desarrollar su propia industria, una hecha de hilo y técnicas ancestrales. Sin embargo, el alivio de la billetera no soluciona los pesares de otras tradiciones.

-Uno puede pensar que las artesanías como fuente de ingreso no prometen largo plazo. ¿De dónde surge la idea para hacer un proyecto vinculado a lo artesanal?

-Conseguimos financiamiento de la GIZ para armar un proyecto con el área de artesanías y género. La idea era que cada una proponga una idea y que la mejor sea llevada adelante. Sin querer, resultó que todas se habían inclinado por la artesanía con lana. En ese sector existían y siguen existiendo varias problemáticas que afectan la confección artesanal como la importación de imitaciones industriales rebaratas de Bolivia y de Perú. La imposibilidad de vender hacía que la producción autóctona vaya perdiendo calidad, ya no se hiciera con tanto esmero y en el camino eso se llevara puesto el conocimiento sobre ciertas técnicas ancestrales.

De ahí que encaramos un proyecto para mejorar la artesanía. En las charlas iniciales, las mujeres planteaban que no querían que la tradición se pierda. Ésta actividad económica en particular, además de darles un ingreso económico, independencia y autonomía, revaloriza una cuestión cultural muy fuerte. Todas ellas sabían hilar y tejer porque sus madres y abuelas les habían enseñado.

-¿Cuáles fueron los primeros desafíos que enfrentaron? El noroeste no es un terreno sencillo…

-La primera etapa empezó en 2005. Después se fueron sumando diseñadores y hasta que le terminamos de dar forma al proyecto pasaron casi siete años. Una primera complicación fue el miedo al error. Las artesanas temían equivocarse a la hora de transmitir lo que sabían en sus comunidades entonces hicimos manuales con medidas y moldes de hule. Éstos moldes fueron otro tema: en un principio los hacíamos de papel, pero nos dimos cuenta que las artesanas hilaban mientras acompañaban a los animales en la trashumancia, un sistema de pastoreo muy habitual en la Puna. Lo siguen haciendo. Ellas se van mudando para buscar los pastos y todos los días salen al campo con las ovejas y con las llamas. Hacen el doble trabajo caminando a la intemperie.

En general, están en situaciones de mucho aislamiento. No hay señal telefónica. Lo que quisimos evitar con éste proyecto fue el estado de vulnerabilidad en el que vendían. Antes, una artesana cargaba en un bolsito las cosas que tejieron en el mes ella, su madre, su prima y su tía y bajaban a los lugares turísticos de la quebrada para vender, pero en condiciones malísimas, imaginate: a la mañana, las prendas las vendían a un precio, después lo iban bajando durante el día porque necesitaban pagar el almuerzo y comprar mercadería. Al final de la jornada, cuando tenían que volver en colectivo, y con tal de no llevarse lo que les quedaba de nuevo a sus casas, vendían los últimos productos a consignación y con regateo.

Con la comercialización colectiva las cosas son distintas. Crecimos. Pasamos de ser 25 a 130. Ahora, cuando una de ellas se sienta a tejer (o en la condición en la que teja) no tiene que ponerse a pensar qué modelo debe hacer o preocuparse por si va a poder venderlo. La incertidumbre se acabó. Cuando tejen algo es porque el producto ya está pedido, encargado y pagado.

-Tu área es la de artesanías y género. Dentro de lo productivo, ¿por qué era necesario agregar lo político desde el vamos? El sector podía caminar de todas formas…

-En el ‘98 empezamos a trabajar en las comunidades con mujeres y en el 2000 decidimos crear un área de género. Además de lo relacionado a la producción, tratamos constantemente cuestiones sociales. En el área de mujeres, trabajamos desde hace años con talleres de género y de salud sexual y reproductiva porque creemos que con sólo tener más plata no generás ningún cambio. Si no te cuestionás y reflexionás sobre tu vida y sobre lo que podrías ser no ganás realmente nada. Hay mujeres que empezaron a hacer plata pero no eran independientes económicamente porque después de ganarlos iban a llevarle sus billetes al marido o al varón de la casa. Para nosotras es tan importante generar el ingreso como la reflexión que tiene que haber después.

-¿Qué tanto cala ese discurso en el campo?

-Capaz que no con las palabras académicas. Incluso la palabra feminismo hace ruido entre las mujeres de la Red, pero no necesitan reafirmarse como feministas porque ya lo son en la práctica. Trabajan en comunidad, generan ingresos gracias a lo que ellas producen con sus manos y con lo que le han enseñado sus madres y abuelas. Después la autoestima se posiciona distinto en cualquier vínculo, en cualquier relación.

En los talleres usamos mucha metodología de la educación popular. Hacemos dinámicas que parten del relato de ellas con preguntas que se orientan a develar las inequidades sociales y a pensar en qué se puede hacer al respecto. Ésta formación va acompañada de encuentros nacionales, en otras provincias, en los que las mujeres de la Red se dan cuenta de que hay muchas más que quieren hacer cambios. “Yo no quiero ésto para mi hija”, dicen muchas puneñas. Te cuentan que ellas no se sienten con las fuerzas para hacer demasiado pero sí desean que sus hijas vean las cosas de manera distinta y que construyan vínculos distintos; sin violencia, sin opresión. Los mismos hombres de la Red nos han acusado de que el área de mujeres era perjudicial porque, según ellos, quería crear divisiones. Algunas cosas cambiaron. La presidenta es una mujer, María Guadalupe Tolaba.

-Esto último lo decís riéndote.

-Como todos los hombres, Joaquín, no dejamos de vivir en una sociedad machista. El hecho de que alguien sea pobre no lo hace ni más ni menos machista. Tan machistas como todos los citadinos y personas con dinero. En el campo, en la ciudad. En todos lados nos dan en la cabeza chiqui chiqui chiqui para que nos adaptemos a éste sistema.

-¿Cómo se articula el área de mujeres con el resto de los sectores productivos?

-Un buen ejemplo de cómo la Red integra y potencia sectores laborales es la industria relacionada a las llamas. En los primeros años promovimos mucho la cría de llamas en detrimento de la oveja. Ahora nos rendimos, ja, porque la gente las va a seguir criando. Pero sí aumentamos un montón la población del animal. Se consiguió dinero para comprar planteles de diez hembras y un macho y las familias de criadores volvieron a trabajar con llamas, algo que se había perdido. A partir de ésto se desprenden dos equipos que se nutren del aprovechamiento, uno somos nosotras, las artesanas, que aprovechamos la fibra para hacer hilo. Por otro lado, hay una línea en La Quiaca que tiene una planta de elaboración de chacinados y productos alimenticios derivados de la carne de llama.

Tejedoras de la Red Puna
Tejedoras de la Red Puna

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-En 2023, en medio de una revuelta social, cuando la Legislatura de Jujuy modificó la Constitución sin consultar a las comunidades originarias y a espaldas de la sociedad, se dio paso a que empresas puedan avanzar sobre territorio provincial para extraer litio. ¿Cómo viven hoy las comunidades que habitan esas tierras?

-No dentro de Red Puna, las localidades de Barrancas, Alfarcito y Rinconadilla, nucleadas en la Red Makiwan, otra organización de la zona de la que formo parte, son algunas de las más afectadas. Están cerca de la explotación minera. Sus habitantes plantean todo el tiempo cómo se están quedando sin agua y cómo, al mismo tiempo, está cada vez más contaminada. Es, sobre todo, la producción agropecuaria en donde más padecen estas condiciones. Así, la Puna se irá quedando cada vez más desierta. Es una zona que siempre tuvo poca gente… Bueno, va a tener menos. Los pocos que quedan viven de la producción de llamas y ovejas. Todos los días la situación empeora.

Las mujeres de las comunidades cercanas a los salares de donde se extrae litio dicen que cuando corre viento hay como un polvillo que les irrita la vista. A ellas y a los animales… Nosotros ya sabemos qué lugares, más o menos tarde, se van a quedar secos. Los que viven en esas tierras también lo saben y si no pueden criar ganado porque no tienen agua que tomar la única opción que les queda es irse. El desplazamiento deja en el camino la pérdida de tradiciones y de cultura. De todas formas, hay toda una resistencia alrededor de las Salinas Grandes, por ejemplo. Son 33 comunidades organizadas que tienen apoyo internacional. Más cerca de Chile, los salares más pequeños, como el de Olaroz, están siendo completamente explotados para extraer litio.

-Pero el desplazamiento no comenzó en 2023. ¿Hay otra problemática puntual que impide a los pueblos reclamar territorios?

-Hay otra problemática, sí, respecto a los títulos de las tierras. Desde que se reformó la Constitución Nacional en 1994, existe la posibilidad de pedir los títulos si se hace de manera comunitaria. Con muchas organizaciones de la zona promovimos el pedido comunitario de de los documentos, incluso dimos talleres para que la gente sepa cómo hacerlo. Se hicieron las mensuras y los expedientes están: todos durmiendo. No hay intenciones por parte del Estado por entregarlos. Bah, en algún momento accedió a dar algunos títulos. ¿Pero sabés qué pasó? Cuando las comunidades fueron a recibirlos resultó que el Estado se había quedado con un pedazo de cada terreno. La Constitución jujeña actual dejó aún mucho más desprotegidas estas tierras sobre las que ahora tiene mucha más potestad.

La Quebrada de Humahuaca es una zona muy turística y se desarrolló mucho en ese aspecto, sobre todo después de 2002, cuando fue declarada Patrimonio de la Humanidad. En 2007, la empresa Uranio del Sur S.A. intentó establecer en la  Quebrada una minera de uranio, pero gracias a la pueblada que hicieron organizaciones y trabajadores locales ese proyecto se detuvo. No sólo los campesinos, sino que también el sector hotelero y el gastronómico , y todos los vinculados al turismo, salieron a pelearla. Si la minería provoca migraciones y contaminación de agua, la preocupación era que puedan venir menos turistas y entonces se terminen viendo todos afectados. La gente viene porque el lugar es agradable. Porque la gente es agradable, no sólo porque los paisajes son hermosos. Si los locales no tienen de qué vivir tampoco pueden recibir a nadie.

El contexto avala. Esa es la gran responsabilidad que tienen los dirigentes. Si la violencia y el avasallamiento es parte del discurso oficial, entonces, ¿por qué habrían de preocuparse por eso las empresas? El mundo occidental nos acostumbró a pensar en ciertas cosas como naturales. La manera de darse cuenta de que no lo son es saber que las podemos cambiar. Y las podemos cambiar.

-Si el Estado rechaza el desarrollo de las comunidades locales y por más que subsistan, ¿cómo llevan en la Red el tema de la identidad?

-En la Red se trabaja todo el tiempo sobre el orgullo de ser kolla, sobre la identidad indígena y sobre el orgullo por las tradiciones, por todas las prácticas ancestrales. En los últimos años tomó mucha fuerza un lema: “Queremos dejar de sobrevivir para vivir con dignidad en nuestra tierra”, en nuestro caso, el campo.

Es bastante alegre el pueblo andino. Hay mucha fiesta.  Mucha gente que llega nos dice: “¡Viven de joda ustedes!”. Es impresionante la cantidad de festividades que hay. Las tradiciones están muy arraigadas a la comunidad,  en cada pueblo y en los Andes en general. Ese sincretismo que hay acá, entre el catolicismo y la espiritualidad andina, siempre diferenció a la Puna del resto del país y eso el puneño lo lleva con orgullo. No es sólo la Fiesta de la Pachamama: en cada localidad se le rinde culto a un santo o a un dios… Los rituales pueden incluir sacrificios de animales mientras la gente hace bailes y da ofrendas. Eso también se distingue de lo occidental.

-¿Qué atenta contra la cultura andina?

-Todo el desprecio que hay. ¿Sabés toda la gente que viene y nos pregunta si somos bolivianos? Ésta cultura no es totalmente cobijada por la Argentina. No, no lo es para nada… Esa percepción socava la autoestima y avergüenza. Antes, muchos de los rituales se hacían a ocultas. Ahora se hacen en público y los hijos que migraron a otras ciudades vuelven a la Puna para festejar con su familia. A mí me sucede algo muy personal con este tema. Mi hija mayor es adoptada, es totalmente andina. El otro, que lo gesté, es rubio, alto y blanco. Él vive en Buenos Aires desde hace un tiempo y ella se fue a vivir con el hermano el año pasado para hacer unos cursos de maquillaje. Lo que más sintió allá fue la discriminación, por suerte es viva y se divierte. Yo no le creía. Me hizo un juego para comprobarlo: ella iba a la esquina donde una fila de personas esperaba el colectivo y les preguntaba uno por uno si un colectivo la llevaba a tal lugar. La mayoría ni siquiera le dirigía la palabra. Después iba su hermano a preguntar exactamente lo mismo y todos le daban indicaciones con gentileza.

-Pero, ¿por qué ahora se vive con más orgullo? ¿Por qué antes la fiesta se ocultaba y ahora se muestra al mundo?

-Nosotros hacemos todo un trabajo en relación a la identidad. Con la Red, por ejemplo, hacemos talleres en los que los más jóvenes se reúnen con los más viejos de las comunidades y éstos les explican cómo funciona la cosmovisión andina, para citar un caso. Una vez que vos institucionalizás espacios, la gente cambia su propia narrativa. Hace 30 años que se viene laburando con ésto. No es de un día para el otro, pero así las personas pueden concebirse y construir de manera distinta, sin tener vergüenza.

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Esta semana en el portal de Ornitorrinco:

Los rastreadores: Rodolfo Walsh y la búsqueda de sus escritos ocultos –  por Facundo Lo Duca

(No quiero spoilear, pero en esta nota hay una entrevista inédita a Rodolfo Walsh, a la que el equipo de Ornitorrinco pudo acceder. Vos, fijate).

¡Feliz domingo!

Joaquín

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Joaquín Benitez Demark es periodista. Escribe el newsletter "La sociedad del rebote" miércoles de por medio.

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