David Tagger creció en La Boca. La música vino por añadidura de las pasiones de su madre y su padre. Tuvo la suerte de crecer en un ambiente bohemio y progresista. Todavía se usaba salir a jugar a la pelota con amigos por el barrio, juntarse a zapar y hablar de cumplir sueños.
Fue en el colegio cuando decidió tocar para los presentes y, al ver su reacción – cómo su música hacía sentir a los demás -, decidió que los shows iban a formar parte de todo su recorrido.
En tiempos oscuros, cuando el arte está trastocado, cuando “conciencia de clase” es una palabra olvidada o desconocida por la mayoría de la población, David estrena El poder de los olvidados y con este álbum iza la bandera de sus valores y su ideología.
¿Vale la pena, siendo artista, “hacerse el boludo” frente al sufrimiento de la mayoría de la población? Yo creo que no, David también. Pero hay quienes, para vender entradas, tener más likes o simplemente seguir circulando, se venden al neoliberal de turno, sin pensar que mañana nosotros y sus consumidores sabremos con quiénes estamos tratando.
En tiempos de palazos y represión a la clase trabajadora; tiempos donde lo que vale es el individualismo zen y mediocre; donde la artificialidad y lo frívolo toman el mando de los medios de comunicación, sentirse firme para emitir un mensaje distinto sale más caro, pero también te permite dormir de noche.
Un artista que no está conectado con su tiempo, con su país y con las desigualdades estructurales que envuelven la vida en este sistema, no creo que pueda perdurar en la historia. Porque la historia se arma en base a la lucha, a la indignación, a la creación de lazos de solidaridad. Hábitos ciudadanos que parecen, en la actualidad, completamente olvidados.
A veces se hace casi imposible mirar al de al lado, no digo con amor; digo sin odio, sin resignación ni indiferencia. Por eso me llamó enormemente la atención el nuevo disco de David, que contiene una canción que se llama Pensar en los demás.
David Tagger, el creador de Historias (2023) y El poder de los olvidados (2025), se encuentra reflejando una creciente conexión con su público con cuatro shows propios agotados en La Tangente y un quinto en Café Berlín, CABA, sumado a la apertura de conciertos de artistas como León Gieco y Los Tipitos, entre otros, en el Teatro Argentino de La Plata, el Teatro Coliseo y el Auditorium de Mar del Plata. Incluso, con una participación en el cierre de la Fiesta FA! junto a Gieco.

-¿Cómo surgió El poder de los olvidados?
-El poder de los olvidados surgió a partir de una serie de pequeños conciertos que hice en 2023 en los hospitales Borda y Moyano, un geriátrico de Villa María y espacios dedicados a visibilizar problemáticas de personas con discapacidad, como “Loros Parlantes”. Ahí descubrí otra dimensión de la música: no la del escenario tradicional, sino la de acompañar y estar presente para quienes suelen quedar fuera de la mirada social. Esas experiencias me confrontaron con historias de soledad muy profundas y con la fuerza de los profesionales que sostienen esos espacios. En contraste con un contexto político que promovía el individualismo, entendí que el verdadero sentido de la música estaba en lo comunitario. De ese impacto nació el concepto y el nombre del disco.
-¿Qué significa apostar a la música en este contexto y por qué es importante, como dice tu canción, pensar en los demás?
-En consonancia con lo que decía anteriormente, en este contexto actual en donde se fomenta el individualismo y la meritocracia, a nivel global, no solo acá, viendo cómo la gente que tengo alrededor o no muy lejos empieza a caer del sistema, me veo en la obligación de estar atento a lo que pasa, de ver cómo puedo ayudar, de qué manera. En mi caso, a través de las canciones. Intentando acompañar al que tengo al lado y sentirme acompañado. Siento que de eso se trata. Haberlo encontrado a través de la música me parece la manera más mágica. El contexto hace que mis canciones también hablen de eso que pasa alrededor mío, de lo que realmente siento.
-¿Recordás el primer momento, imagen o sensación que te llevó a convertirte en músico?
-Siempre estuve conectado a la música. En casa los instrumentos eran como juguetes. Mi vieja cantaba tango y folclore. Pero a mí me cambió todo cuando vi el video Wonderwall de Oasis. Hasta ese día ni pensaba en ser músico. Tocaba la viola de oído, pero nada más. Cuando los vi comiendo chicle en cámara, vestidos con ropa deportiva como yo usaba en ese momento, me pareció que era posible ser músico. Yo vivía en La Boca, en un barrio de clase obrera, familia bohemia, y con mis amigos soñábamos con ser futbolistas o de la 12. Cuando a los 15 años me enteré de la historia de Oasis, ellos fanáticos del fútbol, medio pendencieros y fanáticos de los Beatles, algo que sonaba siempre en casa, dije: esta es mi banda, quiero ser músico. Y saqué los temas por fonética. Ahí di mi primer show en la escuela y a la gente le gustó tanto que dije: “esto es lo mío, voy a vivir de esto”. Nunca más quise hacer otra cosa que música.

-Este álbum contiene muchas colaboraciones geniales, entre ellas Ciro Spinetta, León Gieco, Gustavo Santaolalla y Lula Bertoldi. ¿Por qué es importante juntarse a producir y no hacerlo en soledad?
-La verdad es que yo el proceso lo viví como un juego. De hecho, todo lo vivo como un juego. Juego a ser quien yo quiera ser. Trato de tomármelo de esa manera. Entonces, lo que más natural me sale es hacer música, hacer canciones. Es mi excusa para compartirla con cualquier persona que conozco. Es mi forma de convidar y abrir el juego. Es como sentir que tenés la pelota e invitás a amigos, conocidos y desconocidos a jugar a una plaza. Creo que el mensaje del disco tiene ese sentido comunitario. Y hay mucha riqueza musical. Entonces no solo fue compartir con estos grandes maestros, sino también con muchos músicos que fui conociendo a lo largo y lo ancho del país, del interior, de acá de Buenos Aires. A todos los invité a jugar, con diferentes instrumentos. Una bisernica, instrumento croata; una violinista de Córdoba; una flautista de Barracas y otra de Santa Fe; coristas correntinos, misioneras, porteños, platenses, de Rafaela. Hay muchos músicos. Es un disco muy vivo. Yo sentía la necesidad de que todos los instrumentos fueran tocados, que no hubiera máquinas. Creo que eso es lo que lo hace un disco distinto hoy en día. Y los nombres de peso hicieron que tenga un poder aún mayor. Fue increíble todo el proceso de creación y las invitaciones.
-¿Tu canción favorita del álbum? ¿Por qué?
-Sinceramente me fascinan las once. Creo que, por suerte, todas tienen mi ADN, mi identidad musical, mis influencias, pero a Pájaro sin destino le tengo un amor especial. La compuse una noche invernal, a las 2 de la mañana, en 2015. Nunca la había grabado hasta este momento, pero me gustaba tocarla para mí solo. No la mostraba. Sabía que tenía algo distinto a todo lo que había hecho. Me imaginaba a ese pájaro mensajero volando por el desierto, haciendo lo imposible por sobrevivir, con la última cuota de esperanza. Simbólicamente representa muchas cosas. Me generaba tristeza la letra y la melodía, como si no fuese una canción propia. La disfrutaba como oyente. Me parece loco haber escrito algo así porque no tuve que pensar nada, salió al instante la letra y la base. Escucharla ahora con toda esa instrumentación cinematográfica me parece uno de mis mayores logros como compositor y productor.
-¿Cuáles son tus próximos proyectos?
-Hay mucho por delante. Muchos shows hermosos por Buenos Aires y el interior, pero la bomba será la presentación en vivo de este álbum. Probablemente sea en abril de 2026.
Sofía Gómez Pisa es periodista y escritora. Escribe la newsletter "La batalla cultural" domingo de por medio por Ornitorrinco.


