Es la previa del cumpleaños de una de las amigas de Melisa. La heladera está que explota. Entre las botellas de vino, gin y fernet; entre tortas, postres y gaseosas, un paquete envuelto. No es un regalo, son las jeringas que trajo Melisa para inyectarse más tarde, no se iba a perder el cumpleaños por eso. Después de unas copas, dos amigas la acompañan al baño para resolver el trámite. Las primeras dos inyecciones duelen más, son para madurar los óvulos y dejarlos listos para la extracción que es dentro de poco. La tercera, se la viene aplicando hace varios días y genera que los ovarios produzcan múltiples folículos (donde se desarrollan los óvulos) en lugar de uno solo, como sucede en un ciclo natural. Fueron los últimos pinchazos del tratamiento, las tres celebran. Es hora de volver a la fiesta.
Esta es una de las tantas escenas raras, hilarantes y educativas de Mis óvulos y yo, la serie documental que muestra el día a día del tratamiento para congelar óvulos de la locutora, productora y actriz Melisa Marzioni. Ante la falta de información detallada sobre este proceso, Melisa decidió grabar y subir a Youtube todo eso que ella no había encontrado. Lo interesante de la serie es que no solo se pueden ver las charlas que ella tiene con los médicos, que de hecho son un elemento secundario, sino que lo más novedoso está en cómo el tratamiento se va mezclando progresivamente con las partes más mundanas de su rutina.
El congelamiento de óvulos en Argentina no tiene demasiada difusión y cuesta mucho dinero. Con su vlog, Melisa intenta informar pero también derribar tabúes y hacer que mujeres como ella no sientan culpa por hacerse muchas de las preguntas que ella se hizo.

–Algo muy bueno que tuvo la serie fue la rigurosidad con la que mostraste cada instancia de la rutina. Cada idea que se te cruzaba por la cabeza, pero también cada inyección que te aplicaste…
–Filmé cada uno de los pinchazos, pero algunos los perdí en el traspaso de videos de la cámara a la compu y me da una culpa tremenda porque para mí era muy importante ese momento. Yo hice este proceso estando en pareja, pero él todavía no sabe si quiere ser papá en un futuro. Entonces, va a haber un momento en el que, si yo lo deseo y él no, nuestros caminos se van a bifurcar. Así que conté con mi pareja, pero el recorrido fue súper solitario porque el deseo era mío, no de los dos. El hecho de acompañarme con la cámara y compartir todo con otros seres imaginarios me hizo sentir que no estaba sola.
–Otra cosa que muestra la serie es cómo la gente que te rodea se fue volviendo parte del proceso. Por un lado te acompañan, pero también les fuiste enseñando, a tus amigos y a tus padres, cómo hay que hacer cada cosa.
–Cuando empecé a averiguar por el tratamiento me encontré con muchos videos de profesionales que explicaban todo utilizando muchos términos científicos que a mí me costaba entender. Una de las cosas que me hizo quedarme con el médico que elegí, Fernando Neuspiller, fue que me explicó todo con otras palabras de una manera en la que todos lo puedan entender. Por eso quise documentar cada detalle, para mostrar todas las cosas que antes de arrancar el proceso a mi no me quedaban claras. Los pinchazos, los cambios físicos, los miedos: todo. Y así, mientras iba grabando, me encontraba con que a la gente que me rodea le iba agarrando mucha curiosidad. Querían ver qué y cómo lo hacía.
–Hay un capítulo en el que mencionás la idea de que lo que estabas haciendo era “congelar” un deseo. En general, el deseo parece una idea fogosa, mucho más vinculada al presente que al futuro, ¿cómo se manifestó en vos esta idea de poner un deseo en stand by?
–Es algo que estoy trabajando con mi psicóloga, de hecho. Efectivamente, el deseo es algo tan vivo y congelar es algo tan quieto… Lo que sí tengo claro es que hoy, en este instante, no tengo el deseo de ser mamá, pero sí quiero que suceda en el futuro. Por un lado, estoy en pareja con alguien que no lo desea. Por otro lado, estoy muy metida con mi trabajo. Hoy priorizo mi desarrollo profesional y quiero que algunas cosas se acomoden un poco más para cuando llegue el momento. Puede pasar que cuando eso suceda mi deseo ya no me acompañe o puede pasar que quiera ser madre, pero que cuando descongele mis óvulos quizás ya no sirvan. No descarto ninguna vía para ser madre; sea natural, congelando óvulos o por adopción. Tampoco sé qué pasaría con mi deseo si estuviera en pareja con alguien que sí quiere ser padre, pero esta es mi realidad y esta es la persona que elijo hoy. Mi papá me diría que nunca se está preparado para ser padre. Por ahora, esta es mi realidad.
–¿Cómo vivís el haber aceptado ser madre soltera?
–Toda mi vida había imaginado ser una susanita: casada, con casa propia, hijos, un perro y siendo ama de casa. Con los años fui dándome cuenta de lo bueno que es poder valerme por mi cuenta. Empecé a poner el foco en mí y dejé de ponerlo en mi compañero. No quiero mirar hacia atrás cuando sea más grande y sentir que no fui mamá porque una pareja no quería. No me quiero arrepentir. Prefiero un camino cuesta arriba antes que ver el pasado y saber que no cumplí ese sueño. También sé que esto es una carrera contra el tiempo y si quiero ser madre por mis propios medios va a ser con asistencia. No puedo estar constantemente haciendo números en base a la edad que tengo y en base a cuánto tiempo tardaría, por ejemplo, en ponerme en pareja con otra persona que sí tenga el deseo para después calcular en cuánto tiempo tendría hijos con esa pareja. Me abruma. Una tampoco puede tener hijos de la nada y con cualquier persona. Por eso acepté que, llegado el momento, estoy dispuesta a hacerlo sola. No me gusta esa palabra, “sola”. Prefiero decir soltera porque sé que tengo a mi familia y mis amigos para acompañarme.

–¿Qué fue lo que más padeciste de esa carrera contra el tiempo a lo largo de todo el tratamiento?
–El tema de la ovodonación. Durante el proceso yo sabía que tenía cuatro opciones para proceder a futuro: podía ser mamá de forma natural, mediante la congelación o adoptando, pero si terminaba por descartar la idea de ser madre también podía donar mis óvulos a alguien que sí estuviera deseándolo. Me sentía poderosa al saber que podía hacer todo eso con mis óvulos. Al final del proceso me enteré que por mi edad ya no podía donar y eso me volvió a doler en el reloj. Volvió a doler la idea del vencimiento de mi cuerpo, del apuro, de que hasta para donar mis óvulos ya estoy vieja. Cuando llegué a mi casa después de que la embrióloga me lo había contado en el laboratorio me agarró un bajón por sentir que de nuevo me estaba corriendo el tiempo. Quizás, eso fue lo más triste. Me ponía contenta la idea de que si yo no los usaba iba a ayudar a alguien más a cumplir su deseo.
–Entiendo que todavía no tuviste mucho tiempo para promocionar la serie, sin embargo, solamente viendo los comentarios de tu canal de Youtube se nota que tuvo efecto en las personas que ven los capítulos. ¿Se acercaron muchas mujeres para preguntarte más sobre el tratamiento?
–Muchísimas, estoy flasheada. Para muchas mujeres es un tema tabú, desde la maternidad hasta congelar óvulos o el deseo de no querer ser madres. Es algo que hablé con mis amigas: documentar esto iba a estar bueno porque rompe con muchos tabúes, pero también puede ayudar a mujeres a que no se sientan señaladas ni hincha pelotas por hacerse muchas de las preguntas que yo me hice. Se acercan a contarme las particularidades de sus historias, me dicen que esperan cada domingo a que salga un video nuevo. Algunas, por ahí, lo ven solas, pero también están las que los ven con sus parejas, a ver si los sensibilizan un poco. La serie está cumpliendo su cometido.
–¿Cómo viste el panorama de clínicas que se dedican a la congelación de óvulos en Argentina?
–Variado. Yo empecé a averiguar un año antes de empezar con el tratamiento y dos lugares a los que fui me parecieron muy fríos a la hora de explicarme las cosas. Empecé a ir a charlas en las que muchas mujeres contaban sus experiencias. Algunas estaban en búsqueda y otras tenían 50 años y nunca habían podido ser mamás. Mientras, me iba anotando a donde no tenía que ir. Lo que pasa es que hay una industria muy comercial detrás de la congelación de óvulos. Obvio que esto no es mágico, hay una gran parte que tiene que ver con cada cuerpo y con cada momento de la vida y en muchos casos la naturaleza es la que termina dictando hasta donde una puede. Muchas me contaron que a lo largo del proceso las fueron bicicleteando en distintas instancias y otras, que había lugares en los que te cobran demás por cosas que deberían estar incluidas. Este es un tema que nos sensibiliza mucho. Una está deseando con todo tu corazón ser mamá y hay clínicas que se aprovechan de eso. Te dicen que lo sigas intentando, que pruebes una vez más, que pongas tantos dólares sobre la mesa cuando quizás tu cuerpo ya no aguanta.
–Claro, no deja de ser un negocio…
–En mi experiencia, lo mejor es hacer una buena búsqueda y escuchar recomendaciones hasta encontrar qué lugar y qué profesional es el más adecuado para vos, pero también hay algo que a mí me funcionó mucho que es la intuición. No lo digo como algo mágico, pero creo que es algo que está bueno contemplar. Tengo dos amigas que empezaron a averiguar en el mismo lugar que me traté yo. Una siguió ahí, pero otra decidió seguir el tratamiento en otro lugar que le había gustado más. En esa clínica le daban una medicación más económica que le terminó jugando una mala pasada. Después de que le hicieran la punción se tuvo que quedar internada cinco días para que le saquen el exceso de medicación que le había quedado en el cuerpo. Hay muchos riesgos detrás de esto. No sólo es el riesgo de hacerse una punción, sino que también te tenés que inyectar todos los días una medicación en la panza mientras tomás otro fármaco distinto, ambos con un montón de hormonas.
–Congelar óvulos es un tratamiento caro, a vos te costó 7 mil dólares. Pero no es una cifra fija, depende de la extensión del proceso con cada mujer. ¿Puede hacerse muy cuesta arriba afrontar los gastos?
–Muy. Depende de las posibilidades económicas de cada una. Conozco personas que tienen padres con mucha guita y ellos fueron los que se hicieron cargo de los gastos. Yo no tuve esa posibilidad, usé unos ahorros que me habían quedado de cuando trabajaba en una oficina, antes de ser comunicadora. Tal vez para otra persona no es demasiada plata, pero si yo hubiese tenido que arrancar de cero para juntarla me hubiese costado muchísimo. Sentí una gratificación enorme al saber que lo hice por mis propios medios.
Joaquín Benitez Demark es periodista. Escribe el newsletter "La sociedad del rebote" miércoles de por medio.


