Mocha Celis, la escuela que enseña a vivir con orgullo

La vida travesti-trans sigue sujeta a vaivenes políticos y sociales que dificultan el acceso a derechos básicos como la educación, la salud y el empleo. Mocha Celis impulsa la inclusión del colectivo en la educación formal, con el objetivo de aumentar la expectativa de vida —actualmente limitada a apenas 35 años— y reducir la discriminación estructural que todavía persiste.

Se están problematizando porque una persona trans, travesti o no binaria está detrás de un escritorio o en la atención al público, con un trabajo formal; pero no se piensa en una travesti o trans de 12 años que está parada en una esquina. Es el ejemplo más claro de cómo está planteada la política hoy. En este momento se está mirando al revés, no hacia lo real.” dice Virginia Silveira, presidenta de “La Mocha”.

Silveira conoció la escuela en 2012 gracias a un posteo en redes y se presentó en la sede inicial, que contaba apenas con un aula improvisada. Ella venía de trabajar en la noche y compartía con otras compañeras la imposibilidad de proyectarse más allá del día siguiente. Al llegar, todavía sin pizarrón ni sillas, aprendió que tenía derechos y que debía exigir que se cumplieran. Esa certeza fue suficiente para quedarse a militar por los suyos y por los de otros. Con el tiempo, Mocha Celis consiguió un edificio más grande, con paredes blancas que simbolizaban dejar atrás la oscuridad.

En ese espacio, Silveira aprendió a poner nombre a lo que intuía: había derechos que no podían seguir siendo negados y que las salidas son colectivas, convicción que mantuvo al recibirse y al asumir la presidencia.

Mocha Celis, donde alguna vez fue sombra, hoy florecen banderas.

El nombre de la escuela conmemora a una travesti tucumana que trabajaba en el barrio porteño de Flores en tiempos en que los edictos policiales eran la herramienta con la que la violencia institucional disciplinaba y borraba los cuerpos trans, travestis y de trabajadoras sexuales. Según relató Lohana Berkins en un artículo publicado en el suplemento Soy en 2011, una noche recibió el llamado de unas compañeras con la noticia de que Mocha Celis había desaparecido. La búsqueda las llevó, gracias a un dato aportado por una abogada, hasta el Hospital Penna, donde encontraron a una joven muerta con tres disparos, era ella. No pudieron realizarle una autopsia ni presentar una denuncia debido a que no eran su familia biológica.

La historia de la Mocha comenzó en 2011, cuando Francisco Quiñones Cuartas, actual director, trabajaba en un documental sobre la cooperativa Nadia Echazú, fundada por Lohana Berkins. En una de sus charlas con la activista trans, ella le pidió que dibujara a una travesti. El dibujo mostraba solo un cuerpo de cintura para abajo con medias de red, zapatos de acrílico, una pollera roja, sin rostro y cargado de los estereotipos que la televisión había impuesto durante décadas.

Quiñones Cuartas comprendió que debía deconstruir su mirada. En ese momento, surgió la idea de crear un bachillerato travesti-trans-no binario con perspectiva de género, un espacio donde la educación fuera un derecho y no un privilegio. Berkins se convirtió en madrina simbólica del proyecto, aportando su experiencia para que las instituciones respetaran la identidad y el nombre autopercibidos.

De izquierda a derecha: Lorena, Belén y La Mocha. 22 de mayo de 1996 Fuente: Archivo de la Memoria Trans - Fondo Lorena
De izquierda a derecha: Lorena, Belén y Mocha Celis  22 de mayo de 1996 Fuente: Archivo de la Memoria Trans – Fondo Lorena

No vinimos a estudiar, vinimos a cambiarlo todo

En sus primeros años, el bachillerato estaba pensado para mayores de 16 años que quisieran terminar la secundaria, pero debido a la pandemia, fue obligatorio pensar que muchas personas dejaron de trabajar en la calle y no podían acceder a empleos formales. Así nació el Teje Solidario, una red de voluntariado que distribuía alimentos y gestionaba urgencias. La emergencia sanitaria aceleró la consolidación de la organización como entidad formal, y una resolución de 2020 de la Inspección General de Justicia, que permitió agilizar la creación de asociaciones integradas mayoritariamente por personas LGBTI+, impulsó la formalización de la Asociación Civil Mocha Celis y multiplicó sus programas, convirtiéndola en la primera organización del mundo en hacerlo bajo esa normativa.

Como entidad jurídica pudo abrir una cuenta bancaria institucional, recibir donaciones formales, acceder a subsidios estatales y firmar convenios con organismos públicos y empresas privadas. De esa etapa quedó una frase que sigue marcando cada programa: “nadie se salva solx”. En lo cotidiano, unx estudiante que termina el secundario acompaña a otrx que recién empieza; unx trabajadorx que consiguió trabajo vuelve para compartir cómo organiza sus cuentas; un grupo del taller textil sale a ferias y regresa con encargos para todxs. Para Silveira, cada persona que cruza la puerta para estudiar o trabajar pone en marcha la certeza de que la dignidad no es un privilegio, sino un derecho que se construye en comunidad.

Hoy, además del bachillerato, la Mocha tiene una primaria para personas trans, talleres de formación profesional, programas de empleo, un área de salud con psicología, psiquiatría y medicina general. El ingreso al edificio se hace por un living que funciona como “Acceso a Derechos”, que intermedia con hospitales, embajadas y organismos públicos para resolver trámites y problemas urgentes. En los pasillos conviven la secretaría académica, el área de formación profesional, un taller textil y la cooperativa gastronómica. También está la biblioteca, que guarda libros de autoras trans y títulos poco conocidos, y el centro de estudiantes, que organiza elecciones con listas armadas por lxs propixs cursantes.

(Balvanera) Mocha Celis, fue la primera escuela travesti trans en el mundo.
(Balvanera) Mocha Celis, fue la primera escuela travesti trans en el mundo.

En el último año, más de 150 personas pasaron a trabajos formales, aunque Silveira advierte que “sostener un empleo suele ser más difícil que conseguirlo”. La clave no está solo en abrir puertas, sino en acompañar a quienes ingresan al mundo laboral con educación financiera, seguimiento y redes que permitan mantener el puesto en el tiempo.

La revolución empieza con una libreta y un abrazo

“Llegué casi de casualidad. Quise dar un nombre falso, pero dije el mío. La directora me abrazó y entendí por qué había sobrevivido. Por fin me habían aceptado en una escuela”, recuerda Viviana González, ex alumna y primera presidenta del centro de estudiantes de Mocha Celis. En 2016, conoció la escuela. Tenia 40 años, y le habian diagnosticado cáncer. Pensó que sería el final, pero sobrevivió. Con un cuaderno en blanco entró a clases y volvió a escribir poemas, cómo cuando era chica, cómo cuando se los dedicaba a su mamá.

“Ella trabajaba de costurera, mi papá era cartero. Los dos eran jóvenes correntinos llegados a Buenos Aires, aprendiendo a los ponchazos cómo es esto de ser padres, apenas dejando de ser niños”. El alcohol y la timba arrastraron a su padre hacia la violencia cotidiana. Había discusiones, golpes y sangre en el piso todos los días. Hasta que su madre decidió huir con sus hijas. “Nos crió sola, en la extrema pobreza, pero en esa nueva casa no faltó paz ni amor”, relata sobre sus primeros años.

La infancia, sin embargo, también estuvo marcada por la discriminación: en catequesis escuchó que los homosexuales eran pecadores condenados al infierno. “Intenté cambiar rezando, pero nunca pasó. Mi mamá lo sabía, yo ya había empezado mi transición”.

El karate fue refugio y orgullo, pero la escuela secundaria le fue negada una y otra vez. Durante años golpeó puertas que nunca se abrieron. “Mis amigos se graduaban y yo seguía sin poder inscribirme. Un día dejé de insistir”. Sin estudio, terminó trabajando en las noches de la calle.
“Todavía puedo recordar el frío y el resplandor de los autos en mis pequeños ojos de criatura”.

Virginia Silveira, primera presidenta del centro de estudiantes de Mocha Celis.
Virginia Silveira, primera presidenta del centro de estudiantes de Mocha Celis. Foto: Juan Mango

El día que pisó la Mocha Celis tuvo una certeza: iba a ser poeta. Allí, encontró compañeras que también, al igual que ella, querían reescribir su destino. Se formó en ESI y feminismo, y muy pronto fue delegada, presidenta del centro de estudiantes y vocera en debates educativos. Después continuó sus estudios en el Joaquín V. González. Se recibió de profesora de Castellano, Lengua y Literatura y hoy trabaja en la Biblioteca Nacional. También hizo teatro y protagonizó el documental Una vida karateca, presentado en el BAFICI 2024.

Me preguntan si soy lo que soñé que iba a ser. La verdad es que no. Gracias a la Mocha soy una mejor versión de mí misma. Soy mucho más de lo que soñé que iba a ser”.

Ya no pedimos permiso

La Ley de Cupo Laboral Trans establece que al menos el uno por ciento de los cargos en el Estado nacional deben ser ocupados por personas travestis, trans o transgénero, pero su cumplimiento efectivo sigue lejos de lo esperado. En el sector privado, en cambio, la cantidad de contrataciones creció gracias a empresas que mantienen políticas de diversidad incluso en contextos adversos.

La escuela se reconoce heredera de una historia marcada por la persecución policial y la exclusión. En el pasado, las compañeras podían ser detenidas por vestirse con ropa “del otro sexo”, lo que llevó a que muchas murieran sin ser identificadas. Lohana Berkins, fallecida en 2016, abrió camino en la Legislatura porteña y logró que se dictaran resoluciones para respetar la identidad de género en el sistema educativo.

Desde un aula improvisada hasta un edificio lleno de talleres, libros y redes de cuidado, la Asociación Civil Mocha Celis demuestra que la dignidad se construye colectivamente y que los derechos se respetan.

Mocha Celis entiende que la lucha es política y cotidiana.

También podés leer: “8M, MARCHA TRANSFEMINISTA, ANTIFASCITA ANTIRRACISTA Y ANTICAPISTALISTA”

 

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Soy periodista TEA, productor y diseñador de medios. Escribo sobre política y sociedad cuando es necesario.

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