El pub irlandés de la vieja ciudad de Tbilisi explota de turistas un viernes a la noche. Sólo nosotros, Nina, periodista georgiana originaria de Gori, y yo tenemos la mirada clavada en el celular. Ella está coordinando de urgencia el alquiler de un auto junto a una colega italiana; yo estoy revisando las últimas declaraciones de partidos y organizaciones extranjeras. En 7 horas empiezan las elecciones más trascendentales en años para Georgia, un país dirimido entre la Unión Europea (UE), a la que es candidato desde hace apenas 11 meses, y Rusia, que apoya al cada vez más todopoderoso Sueño Georgiano, el partido gobernante. La tensión es tangible. Esta semana hubo un evento masivo de la oposición y la respuesta del gobierno, con decenas de colectivos estacionados en la capital para movilizar gente desde las regiones. La argentinidad al palo. Metro y taxi y ya es medianoche. Es 26 de octubre. El día D está en marcha. Que sea en paz.
Matilda, la originaria de Venecia, y Andrea, su novio, nos esperan con el auto alquilado. Son las 9 de la mañana y ya votaron el primer ministro Irakli Kobajidze y la presidenta Salomé Zurabishvili. Él, con su peinado tan parecido a la peluca rara de Javier Milei, es el delegado de Bidzina Ivanishvili, oligarca hípermillonario que hizo su fortuna en Rusia en los ’90 y hoy es líder informal del país. O, mejor dicho, dueño informal del país. Ella nació en Francia y, aunque la Constitución lo prohíba, apoya abiertamente a la oposición, igual que la UE. Dos italianos, un argentino y una georgiana discutimos sobre la constitucionalidad del apoyo presidencial mientras nos alejamos de la capital bajo la lluvia. También de la posibilidad de ir a Marneuli, una ciudad pobre del sur, habitada predominantemente por azeríes y en donde la compra de votos está a la orden del día. “Ahí es donde suelen darse las situaciones más disparatadas”, dice Nina.
La ruta a Gori está saturada. El éxodo de Tbilisi empezó anoche y se anuncian números muy altos de participación. Pero los atascos nos dan la oportunidad de seguir por redes sociales las primeras denuncias de irregularidades que, aún no sabemos, pueden o no ser significantes: hay votos dobles, intimidación, expulsión de observadores, aparecen las palabras “compra de votos” y un video que se hará famoso en minutos en el que se ve a un hombre metiendo una pila de boletas violentamente en una urna. El siguiente video es peor: el tipo que grabó la trampa se come una paliza y termina con la cara ensangrentada. Pronto el gobierno dirá que se trató de un sabotaje de la oposición, pero que de todas formas cerrarán ese centro electoral que ¿dónde queda? En Marneuli.
Primera parada: la ciudad natal de Iósif Stalin. En el estadio local de rugby, un viejo mira la lista de votantes pegada en la pared (argentinidad al palo II) y la fila avanza lentamente. Nina no podrá votar porque se olvidó el documento en Tbilisi, pero aprovecha para tomar fotos impunemente y nadie la detiene, ni a ella ni a nosotros. Total tranquilidad. Vamos a otro centro, cerca del museo del ex líder soviético y en donde nos reciben sin mayores preguntas, pero con muchas explicaciones. Una cámara graba las 12 horas de votación y la persona encargada de monitorear es de Sueño Georgiano. En el tercer centro, las máquinas se quedaron sin batería y nadie vota, pero las personas encargadas aprovechan para contarnos que es técnicamente imposible cometer fraude: una máquina chequea la identidad del votante, suena una alerta como sirena policial si un documento es presentado dos veces, a cada votante le pintan un dedo con un spray invisible que se chequea en la entrada de cada centro y no hay forma de relacionar voto con identidad. Las boletas se cuentan electrónicamente y a mano. Dicen que en todo el país se vota igual, aunque sabemos que no es cierto, que en buena parte de Georgia no hay máquinas y se vota a mano, como en Marneuli y en su ya famoso video. También sabemos que hay dobles boletas en no pocas urnas y que las máquinas que certifican identidad no funcionan en todos lados. Y que es posible pintar parcialmente una boleta antes del voto para que sea imputado o contabilice para determinado partido.
El camino a Marneuli nos encuentra comiendo manzanas de Gori y siguiendo las declaraciones de Ivanishvili: un voto por la oposición es un voto por la inestabilidad, por los intereses extranjeros, por la guerra. Repite, como ya repitió decenas de veces el primer ministro, hoy y en las últimas semanas, que obtendrán el 60%. Sí, resultados supuestamente seguros durante la jornada electoral. En Australia y China ya perdió el gobierno. Ya no llueve, pero llueven denuncias de irregularidades en todo el país, algunas escenas de violencia ¿Están las redes sociales sobreestimando la situación? ¿Exageran los grupos opositores? Son tantos videos, tantas fotos, tanto robo hormiga, que no sabemos, nadie sabe si esto está dentro del previsible accionar de un gobierno cada vez más todopoderoso, robando un voto por acá y otro por allá, o si puede cambiar significativamente el resultado. Alguien me dijo que daba por asumido que Sueño Georgiano se robaría 5 a 7% de los votos, pero que sería difícil más que eso. Le resto importancia al asunto y lo dejo en asterisco, como nota de color.
Cruzamos los campos georgianos mientras el sol empieza a apagarse detrás de vacas y colinas, como si nada estuviera saliendo mal, como si los turistas europeos en Gori tuvieran suficientes justificaciones para su despreocupación, para su tranquilidad, porque nada pasa más allá de las vacas y las colinas y el vino de Kajeti y el Mar Negro en Batumi. Georgia te quiere, estimado turista. No mires más allá, que por acá todo está en paz. No mires los carteles de la campaña oficialista que comparan la maravillosa infraestructura georgiana, cortesía de este maravilloso sueño georgiano, con la destrozada infraestructura ucraniana, cortesía de un gobierno que, a diferencia de este, no quiso llevarse tan bien con Rusia. Confiá en que el tan rico y exitoso empresario sabrá llevar paz y estabilidad para que disfrutes de tan pacífico y estable país. No escuches los discursos en los que el Primer Ministro anuncia que prohibirá constitucionalmente a los principales partidos opositores si gana hoy, no sigas sus ataques a la población LGBT ni sus consignas sobre “propaganda gay” y “agentes extranjeros” que tanto se parece a la diatriba del Kremlin. No le creas al Consejo Europeo, que anuncia sanciones contra Georgia y contra Ivanishvili. Mirá nuestras vacas y comé nuestros quesos, estimado turista. Todo está bien. Gracias, vuelva pronto.
Estacionamos en Marneuli, junto a una serie de afiches de Sueño Georgiano en azerbaiyano, y a pasos de la sede local del Movimiento Nacional Unido (MNU), el partido proestadounidense que gobernó entre 2003 y 2012. El que se comió una paliza después de grabar aquel video es miembro de este partido. Giorgi Mumladze empieza a hablar y a los pocos segundos nos rodean unos 15 tipos, todos fumando, que nos miran como quien mira a un sapo: con curiosidad, expectativa y un poquito de asco. Dice que la gente está recibiendo hasta 300 lari (unos 100 dólares) para votar al gobierno, pero que además hay amenazas y que lo más repetido es el discursito de que votar a la oposición es convertir a Marneuli en Ucrania. Lo de la pila de boletas, dice, es sólo un ejemplo de lo que ocurre en toda la región. “Pueden cerrar una escuela por irregularidades, pero no pueden cerrar todas. Y en todas pasa lo mismo. El gobierno sabe que pierde en las ciudades grandes, por eso presiona tanto en las más chicas. Esta no es una elección. No estamos convirtiendo una dictadura como Rusia, como Chechenia, en donde la policía apoya a los grupos de matones como el que agredió a nuestro compañero. El líder de ese grupo está a cargo de esta sección electoral. Por eso no podemos hacer nada y sólo nos queda confiar en las organizaciones internacionales”.
Mumladze nos agradece. Habla rápido, mucho, como si tuviera el discurso ya armado y ensayado ¿Está mintiendo? ¿Exagera como exageran por redes sociales con esos videos de supuestas compras de votos? Frente a la sede del MNU, no nos dejan entrar a un centro de votación. Mientras discutimos, vemos pasar a 3 personas que votan sin presentar documento.
Los videos de las boletas en Marneuli y el ataque que le siguió se viralizaron en Georgia y más allá, todos hablan de eso. Pero la clínica Aversi está abierta y nadie hace demasiadas preguntas. A ver: un grupo de, supongamos, desconocidos agrede a un miembro de un partido en un centro electoral el día de las elecciones, el tipo termina hospitalizado, 4 personas cualquiera van al hospital a verlo y los dejan pasar sin que NADIE los revise ni pregunte nada. Total normalidad II.
La doctora a cargo dice que Azad Karimov llegó inconsciente, con huesos de la cara rotos. Nina graba lo que dice y a la médica no parece importarle ni quiénes somos ni qué vamos a hacer con el video. En la habitación está Kadirov y dos hombres más que miran distraídamente a la pared. El miembro de MNU tiene moretones en el pómulo y una venda que le cubre buena parte de la mitad izquierda de la cara. Sangre coagulada en la nariz. Habla despacio y en un georgiano muy básico que, claro, no es su idioma natal. Se ríe cuando le pregunto qué se siente ser famoso y que todo el país esté hablando de él: “es una vergüenza. Igual sabíamos que esto iba a pasar, llevaban mucho tiempo amenazándome. Me quisieron comprar, me ofrecieron plata, viajes a Europa, pero me negué. Conozco al grupo que me atacó, uno es parte de la legislatura local, los demás también son miembros de Sueño Georgiano”. Habla un rato largo mientras el celular que mantiene en su cama suena una y otra vez, mientras ningún familiar o correligionario lo acompaña. Nada tiene sentido.
En la última escuela tampoco nos dejan entrar, está muy oscura y una mujer discute a los gritos con uno de los fiscales, ella lleva un código electoral en la mano y habla de violaciones e irregularidades. Queremos grabar todo el alboroto, Nina mete de prepo el celular entre la multitud mientras Matilda saca fotos a quienes miran la pelea hasta que nos empujan y dicen que no tenemos derecho de estar allí, que llamarán a la policía para que nos detenga. Pero no hay policía en ningún lado.
Ocho de la noche. Cierra la jornada electoral. Cenamos en un sucucho azerbaiyano a las afueras de Marneuli. Hace frío y empieza a pesar el cansancio, pero llegan los primeros números a boca de urna que revisamos entre cachos de carne y pan: casi todas las organizaciones independientes le dan alrededor de 40% al gobierno; las dos más cercanas a Ivanishvili le dan 56%. La oposición unificada anuncia que le ganaron a Ivanishvili, que están por encima del 50%. El oligarca habla desde la sede del partido y festeja su victoria, dice que obviamente no hay fraude, pero que de todas formas el fraude forma parte de la política. Todo el evento apenas si dura 20 minutos y chau, hasta luego. El Primer Ministro ni siquiera habla. Rarísimo. Apuramos las papas fritas y salimos hacia una Tbilisi ya ventosa y fría. El húngaro Orban y la encargada de medios del Kremlin felicitan a Ivanishvili antes de las 9, aún sin resultados oficiales, y parece un salvavidas de plomo en un país en el que prácticamente todos quieren ser parte de la UE y de la OTAN, en el que prácticamente todos odian a Rusia y recuerdan la guerra contra Moscú de 2008 y los territorios que siguen ocupados hasta hoy.
La sede central de Sueño Georgiano es un edificio futurista blanquísimo con luces de colores que le dan pinta de telo berreta o a lo mejor de salón de cumpleaños de 15. Hay un patio con escenario, pantallas, mucha parafernalia, pero poquísima gente. Hay festejos de sus partidarios en la ciudad, pero nadie por acá. Se había planeado una cena de victoria para 500 invitados y hace minutos se anunció la suspensión. Por acá, hay olor a derrota. Como si la oposición tuviera razón. Pero, para cuando nos encaminamos al coche, los primeros resultados oficiales dan 53% para el oficialismo.
Salimos hacia el centro esperando protestas o festejos o algo. Nada. Dos fotógrafos esperan a la salida del hotel Marriot y se ven tan perdidos como todo el país “¿Están buscando drama? ¿Dónde está el drama? ¿Cómo encontramos el drama?”. El gobierno dice que ganó, la oposición dice que ganó. Sugiero terminar la elección acá, ganamos todos, todos contentos, vamos a tomar una birra, después vemos quién o cómo gobierna. Siguen lloviendo videos en redes sociales de violencia acá y allá, así que ese festejo colectivo y contradictorio de todos al mismo tiempo parece un planazo.
Vamos a la sede central del MNU, cerca del aeropuerto, y el clima es aún más raro allí, pero al menos hay café y me tomo uno. Muchos hombres fumando frente a una tele, muchos hombres fumando frente a una computadora, muchos hombres fumando afuera. Se ven perdidos como los fotógrafos del Marriot y la sala de prensa es aún peor porque hay decenas de periodistas que miran al techo sin saber qué hacer o por cuánto tiempo. La incertidumbre y la impaciencia es total. Un encargado de comunicación del MNU nos dice casi en secreto que ellos tampoco saben nada, ni si se tienen que quedar o irse a casa, si ir a festejar o a protestar, si hablar de victoria o de derrota, de fraude o de justicia, si deben gobernar o huir hacia la frontera en helicóptero. Se ríe con ironía antes de agregar que es todo un desastre, que lo números que manejan los ponen en alrededor de un 9%. “Están todos los líderes de la oposición reunidos en este momento y se supone que harán un comunicado en conjunto esta noche, no sabemos cuándo”.
Ya son más de las 11. Segundo café. Me quedo charlando con tres periodistas neerlandeses que están más perdidos que nosotros y preguntan si se viene o no el caos a las calles porque no tiene sentido el 53% del gobierno ¿Cómo van a sacar tanto si perdieron por paliza en la capital y otras ciudades grandes, como Rustavi y Kutaisi? Tercer café. Todos fuman en el MNU y miran pantallas con tipos que sólo hacen tiempo porque, a casi cuatro del cierre, no hay más información que los resultados oficiales que suenan ridículos. Hay que esperar el comunicado de la oposición.
Doce y media en el pub irlandés de la ciudad vieja de Tbilisi. Transparencia Internacional y otras organizaciones que se pasaron el día compartiendo esos videos de irregularidades ya hablan de fraude, la oposición terminó su reunión y habrá conferencia en minutos, la presidenta Zourabishvili dice que ganó Europa, Barcelona golea al Real Madrid y ya no sé si los gritos o bocinazos son por Ivanishvili o por Lewandoski. En Marneuli el gobierno se llevó casi el 90%. Bajo la cerveza intentando entender a Matilda, que habla de cómo las organizaciones europeas presionan y presionan, pero no funciona porque no tienen más para ofrecerle a Georgia que esa presión, ese “nosotros o el castigo”. Andrea se queda dormido en la silla mientras llegan los tres neerlandeses que terminarán pagándonos las birras a todos ¿Volvemos a la sede del MNU a ver la conferencia? Ya ni vale la pena. La expectativa ha cedido su lugar a la desazón, la incertidumbre ha sido reemplazada por derrotismo. Los que decían que el gobierno nunca aceptaría una derrota no exageraban y que Putin y Orban estén celebrando hace todo un poco más patético. Los números finales le dan a Sueño Georgiano más apoyo oficial que en 2012, 2016 o 2020, sus tres victorias previas, como si 12 años en el poder y las enormes protestas de estos últimos dos años no hubieran hecho mella. Es imposible.
Son casi las 2 cuando habla la oposición desde la sala de prensa del MNU: fraude, robo, golpe de estado. No reconocerán los resultados. Pienso, tan sudaca, que en este clima híper polarizado y tenso, la noche de sábado debería estallar en protestas y caos. Pienso que si un gobierno argentino se robara tan abiertamente las elecciones, la Plaza de Mayo estaría llena en 30 segundos. Pero la avenida Rustaveli está vacía. Nadie protesta frente al Parlamento. Quizás mañana, quizás en la semana. Quién sabe. Los georgianos están agotados. Ha sido un día largo.