En la última entrega de La Sociedad del Rebote charlé con Eduardo Rodríguez, fiscal especializado en drogas ilícitas con paso por casi todos los distritos de la zona norte del Gran Buenos Aires. Uno de los temas centrales de aquella charla fue el cambio de paradigma que atraviesa el narcomenudeo en Argentina. Es otro juego: la escena de la droga callejera se fue volviendo cada vez más espesa en las últimas décadas.
Te dejo esa nota acá por si querés entrar un poco más en ritmo a ésta. Hoy vamos con la segunda parte de la charla. No sólo mutaron los códigos del negocio sino que también son distintas las drogas: ¿la Justicia puede hacerle frente a las transacciones que se hacen con emojis y no en los baños de un boliche?
Esta vez, el fiscal Rodríguez habla de nuevo desde adentro, pero ilustra escenas que permiten entender por qué la enfermedad evoluciona más rápido que los antídotos. No hay datos rigurosos sobre otras sustancias, pero según la última Encuesta Nacional sobre Consumos y Prácticas de Cuidado realizada por la Sedronar en 2022, el 5,1% de las personas de 16 a 49 años admitió haber consumido cocaína alguna vez en su vida. Respecto a la marihuana, el 26,3%.
La comparación es imperfecta, pero si recolectamos los datos del Informe Mundial sobre las Drogas realizado por la Oficina de las Naciones Unidas contra la Droga y el Delito (UNODC), vemos que, en 2012, el consumo global de marihuana no superaba el 5% mientras que el de cocaína y opiáceos (opio y heroína) no llegaba al 0,5%. Me arriesgo a decir una obviedad: hoy Argentina consume muchas más drogas distintas al alcohol de lo que lo hacía el promedio del mundo hace trece años.
La utilización de la palabra “problemática” para hablar de drogas a esta escala puede tornarse obsoleta. Por eso, para no llenar el árbol de adornos, es mejor hablar de un negocio. Un “fenómeno-negocio”, como lo denomina Rodríguez, que no deja de ser criminal y peligroso, pero del que las sociedades demandan cada vez más. Del otro lado, como todo gran comercio, siempre hay alguien que lo maneja y alguien que debería controlarlo. En el lugar que sea.
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-¿Cuántas de las investigaciones que llevaste a cabo terminaron en un country?
-Hemos llegado a algunos lindos chalets en Olivos y San Isidro, pero countries… prácticamente no porque no la tocan.
-Pero si tenés la sospecha, por no decir la certeza, de que en x casa de un barrio cerrado vive un narco, ¿por qué no lo investigan?
-¿Cómo lo pruebo? Una cosa es que lo sepa y otra cosa es que lo pueda comprobar. Una vez me tocó un campo, en San Antonio de Areco. Tenía un pequeño zoológico privado en medio. No había jirafas, pero era un jaulón lleno de animales de granja y aves. Lo regenteaba un chino. Secuestramos 5.200 plantas de marihuana de un indoor inmenso, un galpón con todas los accesorios para cultivar. 40 metros de ancho por 150 metros de largo, una cuadra y media. También encontramos 15 armas, incluyendo fusiles. El campo era alquilado y tenía siete hangares más de ese tipo, perfectamente podía entrar y salir una avioneta en cualquier momento. Cuando hicimos el allanamiento, el chino no estaba. Había una china, que presuntamente era la esposa, con tres chinitos más, nenes chiquitos, de 2 o 3 años. ¿La íbamos a meter presa a ella? Pobre, se hacía la boluda con que no hablaba español, pero al rato pude hacerla hablar. En general, son contados con los dedos de la mano las veces en las que se hayan llevado a cabo allanamientos en lugares tipo Nordelta. Imposible.

-¿Eso es culpa de cómo se organiza el narcotráfico o de ciertas trabas y limitaciones procedimentales del Estado?
-No, lo que pasa es que el negocio de las drogas es funcional al sistema capitalista, o viceversa. Por ejemplo, vos tenés una inmobiliaria que comercializa casas en countries y viene un tipo a comprarte una. No firma a nombre suyo sino a nombre de una sociedad anónima. No hace falta demasiado para perderle el rastro a alguien. Hay toda una estructura mundial que se acomoda a ésto. Sociedades off-shore, paraísos fiscales. Cruzás el charco y ya tenés uno: Uruguay. La lista es más larga: Panamá, Seychelles, Suiza, Bruselas…Hay un montón de lugares para lavar guita. En Estados Unidos lo tenés a Trump que tanto habla de combatir al narco, pero los americanos son los mayores consumidores de la droga mexicana. De nuevo, es parte del sistema capitalista. Yo lo veo como un fenómeno-negocio. ¿Es delictivo? Sí, como en su momento fue delictivo vender alcohol en la época de la ley seca.
-¿En qué grado ayuda la prohibición a que estén tan bien aceitados estos negocios?
-La prohibición hace que sea más lucrativo. La marihuana que uno puede comprar en las farmacias uruguayas no hace desaparecer al negocio desregulado de la calle, pero sí ayuda a desplazar el marco de ilegalidad. En paralelo, hace que la marihuana callejera sea más cara y ahí el comprador lo piensa dos veces.
-Pero la marihuana no es lo mismo que las drogas sintéticas, ese es otro juego…
-Las drogas “comunes” siempre fueron la marihuana, que la fuma todo el mundo; la cocaína, que históricamente también se consume en todos lados; la heroína, que acá casi no hay; y el LSD, que sí lo podés llegar a encontrar. El problema es que hubo un cambio de paradigma; abundan las llamadas drogas “de diseño”, las que se toman en los boliches. El primer problema es que cuando querés analizar el compuesto no tenés forma de saber de qué carajo están realmente hechas. El reactivo de la marihuana salta rojo; el de la cocaína, celeste y, si es muy buena, más tirando a turquesa; y la heroína, marrón. Para penalizar a alguien por uso o venta de drogas primero tenés que confirmar en la pericia qué droga es y que efectivamente sea una que esté prohibida. ¿De qué vas a acusar a alguien que consumió una mezcolanza de cosas diseñadas para volarle la cabeza, pero que cuando hacés el reactivo no te da nada? Este tipo de drogas sí se hacen acá. Hace poco desmontaron un laboratorio de pastillas en Olivos.
-Si son cada vez más usadas, ¿por qué se ven con menos frecuencia noticias sobre drogas químicas? Es como si no fueran parte de la agenda de la “lucha” contra el narco.
-Eso pasa porque quienes usan esas drogas son, en parte, los hijos del poder. ¿Dónde se consigue el MDMA, las pastillas?
-En redes sociales, en Telegram.
-Exacto. Así como hay cada vez más chicas jóvenes queriendo hacer plata rápido con Only Fans, también hay pibes que aprenden un poco de química y se montan un pequeño laboratorio. A partir de ahí, no sólo se comercializa en redes sociales sino que aparece el boca a boca en los colegios. Ésto sí se da en countries, en barrios adinerados; es una problemática más típica de estratos sociales en los que se perciben ingresos más altos. No vas a agarrar a un chico de una villa con pasti.
-¿Y con qué herramientas cuenta el Estado para llevar a cabo investigaciones informáticas? No muchas, al parecer…
-La verdad que no. Además, está en crecimiento una actividad importante para obstaculizar las investigaciones informáticas. Porque también es un mundo en el que se expande cada vez más el crimen; las estafas por WhatsApp, billeteras digitales y llamados telefónicos. Podés llegar, pero en algún momento se corta. A un dealer, por ejemplo, lo podés llegar a enganchar si le hacés un pedido, pero no tiene que ser muy grande porque es sospechoso. Por eso nunca los agarran con mucho. Si el vendedor es una persona medianamente avispada se arma un equipo: alguien que sabe de redes, alguien que sabe de química y alguien que tiene los contactos. Se arman una PyME y le dan como quieren. Son pibes que, en definitiva, no necesitan eso. Ese es otro gran cambio de paradigma; son como atajos, como vías más rápidas para hacer dinero fácil y sin tanto drama. Antes, era un vivo que se ocultaba en el baño de un boliche; hoy, el que sale a bailar generalmente ya la compró afuera.
-Lo planteás como si fuera la alternativa a hacerse repartidor de comida…
-Es que es así, no hay oportunidades. Las personas que se hacen unos mangos con las apps para choferes y deliveries… no te das una idea. No todos llevan hamburguesas. El narco crece sólo, como los yuyos. Vos, por ejemplo, ¿qué preferís: laburar como repositor en un supermercado y ganar 600 lucas por trabajar nueve horas al día o ganar 40 o 50 mil pesos en media hora por repartir algún paquete que no sabés lo que tiene adentro? Es fácil la cuenta.
-Supongo que estando en algún apuro elegiría la plata.
-Es muy difícil luchar contra eso. En definitiva, la droga o el negocio de las drogas, llamalo como quieras, deja mucha plata. Hay algo que es más complicado aún: no se lo combate con tanta energía porque no deja una víctima concreta. Una cosa es investigar un homicidio en el que tenés un cadáver y un culpable al que encontrar. Pero cuando se trata de drogas la víctima es difusa. Adictos hay en todos lados pero no siempre hay gente velando por ellos. Las excepciones aparecen cuando el narco deja víctimas fatales, como las tres chicas asesinadas en Florencio Varela. Ahora, si eso no pasa, ¿qué le es más fácil a la policía? Cobrarla.
-¿Y si hay un problema entre dos narcos?
-La policía va a ir detrás del más débil. De todas formas, no es solamente un problema de corrupción policial, es también un problema de corrupción política. Los estados policiales te hablan de “guerra contra las drogas”, pero en realidad son batallas cosméticas para el boludaje. Si el poder real quisiera ir detrás de los narcos bastaría con secuestrarles el dinero. Pero es tarde, el mundo ya se está financiando así. Si después de lo de Espert la gente no se da cuenta…Si después de que hayan aparecido fotos de Alberto Núñez Feijóo, actual presidente del Partido Popular español, en una lancha con Marcial Dorado, uno de los mayores narcotraficantes de Galicia, la gente no se da cuenta…

Joaquín Benitez Demark es periodista. Escribe el newsletter "La sociedad del rebote" miércoles de por medio.


