Una cruz para el sur

El jueves terminó la espera y el adiós al papa Francisco se encontró con la proclamación de un nuevo sumo pontífice.  El cardenal estadounidense nacionalizado peruano Robert Francis Prevost salió al balcón de la Basílica de San Pedro como León XIV. En base a su primer discurso como Papa, su pontificado promete ser lo suficientemente continuista con respecto al legado del argentino. Al mismo tiempo, una imagen más moderada parece haber sido un elemento crucial para los cardenales que participaron de la votación en el cónclave.

Luego de estudiar derecho canónico en Roma, Prevost, nacido en Chicago, fue misionero y profesor en distintas ciudades de Perú y en 2014 fue nombrado obispo de Chiclayo por Francisco. Esta entrevista no se tratará del nuevo Papa, sin embargo, su experiencia como pastor en Latinoamérica es un indicador de que conoce el lugar que ocupa la fe en este lado del mundo.

Muy lejos del Vaticano, un cura entra y sale de la capilla en su bicicleta. Desde su despacho, la secretaria de la parroquia avisa que volverá en media hora. Pasan 50 minutos. Llega, saluda a todos. Mientras deja la bici detrás de los últimos bancos de la parroquia, surge una señora y se lleva la calabaza que le corresponde, es la hora del almuerzo.

-¡Buen provecho!

El cura levanta la cabeza, se fija que no le falte nadie por saludar y va a decirle algo a la secretaria. Sale a la calle, mira su celular y agarra rumbo al callejón transversal, se aleja una cuadra. Vuelve acompañado de dos mujeres. De a ratos se queda parado mirando su celular, busca algo. Los vecinos le pasan por al lado como si esa imagen fuese una escena familiar del paisaje. Es un bucle: la iglesia, el celular, ejecutar.

El padre Lorenzo “Toto” de Vedia es el párroco de la capilla Virgen de los Milagros de Caacupé de la Villa 21-24, la más grande de la Ciudad de Buenos Aires, ubicada en el barrio de Barracas. Para buena parte de las 45 mil (o 60 mil, no hay cifras confirmadas) personas que viven allí, la parroquia,  que cuenta también con un club y un colegio, es un centro que se amolda a las necesidades de sus vecinos. Centro, espacio, iglesia; ninguna palabra es precisa. Los coordinadores dan a paso apurado lo que el barrio pide, algunas veces al oído, muchas más a gritos.

Desde hace 25 años que de Vedia está a cargo de la parroquia. En su etapa como arzobispo de Buenos Aires, Jorge Bergoglio caminaba y daba misa en la 21-24 más que en ninguna otra villa. En ese entonces, el padre José María “Pepe” di Paola estaba a cargo y un de Vedia de 30 años trabajaba a su lado. Sufría una crisis: ¿estaba dispuesto a dedicar el resto de su vida a la religión? A modo de consejero, el papa Francisco hizo con él lo que no pudo con otros. Lo convenció de no abandonar la causa.

Cuando por fin se dio cuenta de que en la puerta alguien lo estaba esperando, se frenó ahí mismo, pero sin desacelerar. Como un trompo que gira nada más que sobre su propio eje. Luego, brindó esta breve entrevista en los primeros asientos de la parroquia, frente al altar. La noche anterior hubo una fuerte tormenta.

-La lluvia suele pegar mal porque uno de los grandes problemas de las villas es la falta de integración sociourbana, es decir, que los servicios están desconectados de la ciudad formal. Las cloacas no siempre son las óptimas y en varias casas directamente no hay. Los desagües con los que cuenta el barrio no son buenos entonces se inunda con mucha facilidad. A menudo se echan a perder electrodomésticos e incluso las lluvias ligeras suelen traer cortes de luz. En días así, hay pasillos en los que vas a tener que mojarte los pies sí o sí, ni hablar de lo que padece la gente en silla de ruedas.

Lorenzo 'Toto' De Vedia, sacerdote de la Parroquia Caacupé en la villa 21-24, donde el Papa Francisco solía dar misa, posa para una foto en Buenos Aires, Argentina, el 2 de marzo de 2023. REUTERS/Agustin Marcarian.
Lorenzo ‘Toto’ De Vedia, sacerdote de la Parroquia Caacupé en la villa 21-24, donde el Papa Francisco solía dar misa, posa para una foto en Buenos Aires, Argentina, el 2 de marzo de 2023. Crédito: REUTERS/Agustin Marcarian.

-¿Por qué decidiste hacerte sacerdote?

-Provengo de una familia de fe, con valores cristianos. Me inculcaron la idea de que la vida de uno tiene que tener un sentido. Ya estaba anotado en la carrera de ingeniería, era bueno en matemáticas. Además, estaba de novio, pero terminando el último año del secundario descubrí que quería consagrar mi vida a amar a la gente. Así percibo lo que hago.  No como si se tratara de un voluntarismo, creo que ésto me identifica. Amar al otro movido por Dios me hace feliz. De esta manera ocupo un lugar en la comunidad, soy un vecino más, ayudando. En las villas hay mucha religiosidad, pero particularmente la hay en ésta.

-¿Por qué “particularmente”?

-La gente la trae de sus raíces. En el caso de este barrio hay muchos inmigrantes de Bolivia y del litoral argentino pero predominan los paraguayos. Ellos tienen una religiosidad muy arraigada a la vida y a la comunidad. Para nosotros, lo religioso y lo comunitario van juntos, son parte de lo mismo.

-¿Es cierto que el papa Francisco fue quien te mantuvo en la Iglesia cuando pensabas en la posibilidad de renunciar al sacerdocio?

-Mirá, un sacerdote es un ser humano. Esa es una clave de la que muchas veces nos olvidamos: se olvida el mismo sacerdote y también se olvida mucha gente de que el cura es una persona. Esto es importante no por el chusmerío que ésto pueda suscitar. Jesús es humano. Nosotros seguimos sus convicciones y sus valores, como también seguimos sus condiciones. Justamente Francisco promovió mucho ese “modo humano” de la fe. No alejarse de la realidad sino comprometerse.

Uno como individuo tiene crisis. Ahora tengo 59, pero a los veintipico, casi treinta, me agarró una grande: la de no saber si estaba en el camino indicado. Me había comprometido con mucho convencimiento a entregar la vida a ésta causa, pero me choqué con la duda y de repente tenía miedo de que esa fuerza se me vaya; de que mi propio camino no me plenifique. Las preguntas pueden ser muchas: querer formar una familia, enamorarte de alguien. A mí y a muchos compañeros nos agarró esa crisis y a varios los llevó a dejar el ministerio. Cuando Francisco era arzobispo de la Ciudad venía mucho al barrio, era uno más entre nosotros, aunque al mismo tiempo era nuestro consejero. Con ayuda de su palabra yo pude descubrir que podía alcanzar la plenitud siendo sacerdote. Dificultades tuve, tengo y tendré siempre, pero entendí que entre sumas y restas éste camino me iba a hacer feliz.

La vida se trata de intuiciones que después se confirman con las decisiones. Uno, tarde o temprano, debe arriesgar. Yo elijo ésto y renuncio a todo lo demás, y viceversa. Cualquier elección implica renuncias y cada decisión conlleva riesgos.

-En 2023 ya decías que se acercaban cada vez más personas a los comedores y aseguraste que los vecinos empezaban a afrontar de nuevo problemáticas sobre las que antaño venían habiendo avances: tienen menos comida, menor salario, más drogas…

-En este último tiempo creció la cantidad de gente que está peor. En general. Algunos vienen a pedir comida, otros te dicen que no llegan a fin de mes. Se ha desorganizado la vida de la gente y no pueden prever los gastos. El trabajo existe pero es muy precario y a los que tienen uno formal tampoco les alcanza.

Para la gente en situación de calle y consumo tenemos el Hospitalito, un espacio de salud para acompañar a las personas que, en el marco del consumo y la exclusión, tienen enfermedades complejas como tuberculosis. Cuando salimos a entregar comida los lunes a la noche vemos quiénes están y cómo están. Es un gesto, una señal de que nuestra presencia en el barrio es a partir del propio barrio: en éstas jornadas, los que vienen a dar una mano son acompañantes pares, pibes que están avanzados en su camino de recuperación y que son de acá. El mismo barrio se organiza y brinda las respuestas que el barrio necesita. Hay un ida y vuelta en el andar. Alguien del barrio se acerca a la capilla y me dice: ”Che Toto, hay alguien tirado en la calle ”.

Parroquia Virgen de Caacupé. Créditos: AICA
Parroquia Virgen de Caacupé. Créditos: AICA

-Si la religión ayuda a organizar la comunidad en las villas, ¿la Pastoral Villera tiene hoy el propósito de que los barrios se respalden con otros?

-Lo que nos reúne a los curas villeros es el hecho de que estamos cada uno metido en un barrio. Vivimos en sacerdocio, en concordancia con la Iglesia y aferrados a los principios del padre Carlos Mugica y el padre Rodolfo Ricciardelli. El Movimiento de Sacerdotes para el Tercer Mundo, los primeros curas villeros organizados, son nuestros mentores. A ellos miramos como inspiración. Los desafíos en las villas cambian, pero el espíritu es el mismo. Entre los curas mantenemos una comunicación sostenida. Compartimos las vivencias en cada barrio y en base a la experiencia ajena aprendemos y actuamos. Cada tanto hacemos algo juntos: documentos, caravanas (como la que hicimos después de la muerte de Francisco) e impulsamos proyectos en unidad.

-Después de que la Triple A mató a Mugica en 1974 hubo resentimiento con la Iglesia “oficial” por parte de los curas barriales…

-No hubo un apoyo claro para con nosotros y tampoco estuvimos conformes después con la postura que mantuvo la Iglesia jerárquica durante la dictadura. Con el pasar del tiempo, puertas adentro, los curas villeros no nos mantuvimos siempre tan cerca. Para la proximidad tuvo mucho que ver Francisco. Él fue quien volvió a poner los ojos en las villas, con él nos empezaron a ver de frente. Había mucho en lo que trabajar. En la última década, la estructura “Capilla, Colegio, Club” se convirtió en un lema que tratamos de imponer en todos los barrios.

-¿Algo así como una parroquia todoterreno?

-La idea es ir buscando las respuestas que el barrio necesita y darlas. En el caso del jardín de infantes nos dimos cuenta de que en el resto de los lugares faltaban vacantes. Por otro lado, lo que pasaba con el secundario, además de la falta de vacantes, era que no existía ningún colegio dentro del barrio. Si bien muchos chicos de la villa iban a la escuela, a pesar de que quizás tenían que caminar treinta cuadras para llegar, creíamos que hacía falta un instituto pensado desde la filosofía villera, entonces, creamos uno en el que, por ejemplo, los preceptores, al ser personas que se criaron en el barrio, con solo verle los ojos a un pibe ya saben si está drogado o no. A veces se concibe la idea errónea, aún en la gente que trabaja en el área de trabajo social, de que el que llega a dar una mano de afuera es alguien iluminado que viene a regalarle luz a otro que no la tiene. Lo mejor es que quien quiera ayudar lo haga percibiéndose a sí mismo como uno o una más.

***

Bastaban por saber dos cuestiones. La primera, el fútbol. Toto de Vedia no concibe un mundo sin una pelota y tampoco soportaría que en el cielo no exista el deporte. La segunda, su casa, dónde vivía. Se crió en Monserrat y después vivió en la zona de Barrio Norte, pero desde hace 25 años que no se mueve de Barracas.

-¿Vivís acá en el barrio?

-Sí, acá.

-¿En la 21-24 o en Barracas?

-No, no. Acá en la parroquia.

-¿Cómo? Si te ví llegando con la bicicleta..

-Yo ando por todos lados desde que me levanto, pero mi día empieza y termina acá.

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Joaquín Benitez Demark es periodista. Escribe el newsletter "La sociedad del rebote" miércoles de por medio.

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