Esta historia empieza acá ⬇️

A finales de la década de 1970, la Guerra Fría seguía definiendo las relaciones internacionales. La Unión Soviética, bajo el mando de Leonid Brézhnev, mantenía un férreo control sobre el bloque del Este. Brézhnev había proclamado en 1968 su doctrina homónima, arrogándose el derecho de la URSS a intervenir en cualquier país socialista que intentara alejarse del comunismo. Sin embargo, durante los años 70 la economía soviética se estancó, mientras que en Alemania Oriental (RDA) el régimen de Erich Honecker había implementado reformas orientadas a un “socialismo de consumo”, logrando un modesto crecimiento interno en comparación con Occidente. La relación entre Moscú y Berlín Oriental era crucial: la RDA dependía del apoyo soviético, y la URSS necesitaba mostrar unidad entre sus aliados tras episodios como la Primavera de Praga.
Para 1979, ambas potencias socialistas buscaban afianzar su alianza frente a la influencia occidental. La RDA se preparaba para celebrar el 30º aniversario de su fundación (7 de octubre de 1949). Brézhnev decidió viajar a Berlín Oriental para respaldar a Honecker durante los festejos, en un momento en que ambas naciones afrontaban desafíos económicos y políticos. Días antes de la ceremonia central, el 5 de octubre de 1979, la URSS y la RDA habían firmado un acuerdo de cooperación por diez años: los alemanes orientales se comprometieron a proveer buques, maquinaria y equipamiento químico, mientras los soviéticos asegurarían el suministro de combustible y tecnología nuclear. Este pacto reforzaba la interdependencia económica y estratégica entre ambos países en pleno apogeo de la détente (distensión) de la Guerra Fría.
El 7 de octubre de 1979, durante las celebraciones oficiales por el 30º aniversario de la RDA, Leonid Brézhnev fue recibido con todos los honores en Berlín Oriental. En una ceremonia solemne realizada en el Palacio de Schönhausen, Honecker condecoró al líder soviético con el título de “Héroe de la República Democrática Alemana” y le impuso la orden Karl Marx, la más alta distinción del país. A continuación, ocurrió la escena que pasaría a la historia: frente a las cámaras de la prensa internacional, ambos mandatarios se fundieron en un efusivo abrazo y procedieron a darse el beso fraternal socialista en los labios. Este rito –un beso en la boca entre líderes comunistas cercanos, poco habitual pero parte del protocolo entre estados socialistas aliados– fue deliberadamente escenificado como símbolo de la “relación especial” entre la URSS y la RDA.

La imagen de Brézhnev y Honecker besándose sorprendió por la vehemencia del gesto. Aunque los besos en la mejilla o breves abrazos eran saludos comunes entre líderes comunistas, en este caso ambos se mostraron inusualmente entusiastas, sellando su saludo con un prolongado beso en la boca. El público presente aplaudió el gesto como muestra de la hermandad socialista. Honecker, visiblemente emocionado, había logrado el respaldo incondicional de Moscú en un momento clave. Brézhnev, por su parte, demostraba a todo el bloque oriental (y al mundo) que la alianza entre la URSS y la RDA era sólida e inquebrantable. El fotógrafo francés Régis Bossu capturó en blanco y negro ese instante preciso en que los dos líderes se besaban; aquella fotografía icónica pronto daría la vuelta al mundo.
La prensa occidental se hizo amplio eco de la imagen: una de las principales agencias francesas la distribuyó bajo el título “Le Baiser” (“El Beso”), y la revista Paris Match le dedicó un despliegue de doble página en uno de sus números. En periódicos y noticieros de Europa occidental y Estados Unidos, la escena fue reproducida una y otra vez, a veces con asombro y otras con tono burlón. En Occidente, el beso causó desconcierto y cierto humor ácido, pues resultaba inusual ver a dos jefes de Estado varones besándose en la boca públicamente. Muchos interpretaron la efusividad como símbolo de la rígida solidaridad comunista e ironizaron con que aquella muestra de “afecto” era más propagandística que sincera. Según un chiste moscovita de la época, tras despedir a un dirigente extranjero que le resultaba antipático, Brézhnev habría dicho a sus ayudantes: “Como político es malísimo… pero qué bien besa”. Pero bueno, tomalo con pinzas.
Dentro del bloque socialista, la foto fue presentada en medios oficiales como prueba de la unidad y amistad inquebrantable entre la URSS y la RDA. Sin embargo, la reacción interna en Alemania Oriental fue más tibia. Muchos ciudadanos de a pie en Berlín Este recibieron con escepticismo aquel beso entusiasta entre sus líderes. Sabían que, más allá de las sonrisas y abrazos frente a las cámaras, sus vidas cotidianas estaban marcadas por la represión política, la vigilancia de la Stasi y la falta de libertades básicas. Para una población que enfrentaba restricciones diarias, la aparente camaradería entre Brézhnev y Honecker no aliviaba las carencias ni las tensiones internas del país.
En el resto del mundo, la imagen también generó comentarios. En la Alemania Occidental (RFA), el beso fue visto como una confirmación gráfica de que Honecker seguía completamente alineado con Moscú, lo que enfriaba cualquier expectativa de apertura en el Este. Analistas de la Guerra Fría señalaron el valor simbólico del gesto: los kremlinólogos acostumbraban a fijarse en si los líderes comunistas se saludaban con el abrazo y beso fraternal, ya que omitir ese ritual podía indicar distanciamiento o roces políticos. (De hecho, tras la ruptura sino-soviética, los dirigentes chinos rechazaban el beso fraternal y solo ofrecían un apretón de manos a los enviados soviéticos, marcando así su disgusto). En contraste, la efusividad entre Brézhnev y Honecker en 1979 subrayaba que no existían fisuras visibles entre la URSS y la RDA en ese momento.
Con el paso del tiempo, aquel beso inmortalizado cobró un significado que trasciende la anécdota. La fotografía capturó las contradicciones del bloque comunista en su ocaso: en la superficie mostraba unidad, poder y camaradería indestructible; pero, en retrospectiva, también evidenciaba un exceso de formalismo y la desesperada necesidad de reafirmación entre dos regímenes que comenzaban a mostrar grietas. De hecho, se ha dicho que fue un momento de “apasionada necesidad” entre los mandatarios de dos países que ya transitaban la última década de su existencia como estados socialistas. Tanto la RDA como la Unión Soviética colapsaron una década después, convirtiendo a esta imagen en un símbolo premonitorio del fin de una era.
En los años posteriores a 1979, la influencia soviética empezó a flaquear en Europa del Este. Para 1989, el panorama geopolítico había cambiado drásticamente: los pueblos de la Europa oriental se levantaban en manifestaciones masivas pidiendo reformas y libertades. Irónicamente, en octubre de 1989, durante el 40º aniversario de la RDA, Mijaíl Gorbachov visitó Berlín Oriental y ya no hubo besos con Honecker. Lejos de abrazos fraternales, afuera del palacio de gobierno decenas de miles de alemanes orientales protestaban clamando “¡Libertad!”. El propio Gorbachov le sugirió a Honecker que “la vida castiga a quien llega tarde”, instándolo a reformar; pero era demasiado tarde para el régimen de partido único. Un mes después de aquella fría reunión sin besos, caía el Muro de Berlín, y con él comenzaba la reunificación alemana. Honecker fue depuesto y la RDA dejó de existir en 1990, mientras la URSS de Brézhnev (fallecido en 1982) también se desintegró a finales de 1991. El beso de 1979, que en su día representó la máxima expresión de confianza mutua entre dos líderes comunistas, quedó así resignificado como un icono del ocaso del comunismo europeo y de la fragilidad de los pactos autoritarios ante el anhelo de libertad de los pueblos.
El Muro de Berlín

Se trató a la vez de un homenaje mordaz y de un comentario irónico: Honecker, quien en 1961 había supervisado la construcción del Muro de la vergüenza, quedaba ahora inmortalizado besando a Brézhnev en los restos de esa misma pared que había dividido Berlín. La imagen del mural rápidamente alcanzó fama mundial, adornando postales, libros de historia y artículos periodísticos sobre la Guerra Fría. Con los años, el mural sufrió vandalismo y desgaste, pero en 2009 Vrúbel fue invitado a repintarlo para restaurar su viveza original.
***
Así llegamos a la última newsletter del año… Fue un año duro, áspero, de ajuste cotidiano, de palabras que dolieron y de políticas que pegaron directo en el cuerpo. Con Javier Milei en la presidencia, el 2025 se vivió cuesta arriba: salarios licuados, derechos puestos en duda y una sensación permanente de intemperie. Hacer periodismo en este contexto no es solo informar, fue resistir, sostener la cabeza afuera del agua cuando todo empuja para abajo.
Mantener un medio autogestivo en este escenario fue remar contra la corriente todos los días. Sin pauta, sin respaldo empresario, con horas de trabajo que no siempre se pudieron cobrar, pero con la convicción intacta de contar lo que otros callaron. Si lo que hacemos te sirvió, te acompañó o te ayudó a entender un poco mejor este tiempo hostil, te invitamos a convidarnos un cafecito. Es una forma concreta de bancar periodismo independiente y de ayudarnos a llegar un poco más lejos el año que viene.
Soy periodista (TEA-Universidad de Concepción del Uruguay) y fotógrafa (ETER). Trabajo sobre temas de agenda internacional, también investigo desde hace varios años las regiones de Moldavia, Transnistria y Gagaúzia. Soy productora y docente en TEA&Deportea, escribo en Página 12 y co-conduzco el programa O Sea Digamos por Loto Stream.


